La forzosa adecuación a los contextos virtuales que impuso la cuarentena mundial por el coronavirus en su primera etapa (suavizada y endurecida sucesivamente en algunos países, atentos a la evolución de los contagios) dejó al descubierto las asimetrías existentes dentro de las sociedades en lo referido a la educación digital. No hablamos de las diferencias entre cada nación, sino dentro de ellas entre los grupos que las componen.
El tema bajo análisis no pasa por los conocimientos rudimentarios de cómo manejar un celular, una tablet o una computadora, en caso de que esos soportes existan en una casa y se tenga una conectividad adecuada para que funcionen correctamente, con los gastos que significan tanto unos como otro. El punto medular es la formación de los ciudadanos de un territorio determinado para afrontar los desafíos de establecer una comunicación cierta, concretar operaciones comerciales o financieras, eludir engaños y manejar las redes sociales para evitar la soledad.
Está claro que cada sector de la sociedad tuvo respuestas distintas, y que quienes más posibilidades tienen, mejor afrontaron ese tránsito de lo presencial a lo virtual (sea desde un contacto familiar a una compra en un supermercado). Pero la ausencia de una educación correcta y suficiente en lo digital ha dejado expuestas a personas de todos los estratos, edades y niveles. Muchos casos se conocen de estafas consumadas con mecanismos refinados; pero también se difundieron otros con viejas tácticas, que parecían haber quedado ya en el olvido pero que, en la impuesta masificación de internet como medio de comunicación, resurgieron con fuerza.
La contracara de la necesaria formación ciudadana es el control y supervisión de ese espacio virtual. Al respecto, se levantan voces de alerta sobre el manejo casi autocrático de un grupo de empresas que dominan el mercado y resisten cualquier embate. Al secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, le “preocupa especialmente el poder que ya tienen”, según recientes declaraciones difundidas por los órganos institucionales de la ONU.
“No creo que podamos vivir en un mundo donde se dé demasiado poder a un número reducido de empresas”, alertó. La ausencia de mecanismos internacionales eficientes y suficientes de control hace que se desconozca la cantidad y calidad de la información que cada red tiene sobre sus usuarios, y menos aún qué se hace con esos datos. Ello repercute en “la falta de control que tenemos sobre nosotros mismos, sobre los datos relacionados con nosotros”, sostuvo el portugués, que agregó su preocupación sobre la posible manipulación en el comportamiento de la gente, con experiencias comprobadas como ocurrió en la votación sobre el Brexit británico de la Unión Europea; o el control sobre la ciudadanía como existió en las revueltas generadas hace una década, durante la Primavera Árabe.
Así, a los Gobiernos les corresponde afrontar un doble desafío: formar y capacitar a sus habitantes en educación digital para poder desarrollarse en el ámbito virtual con tranquilidad y conciencia; e implementar dispositivos que aseguren el secreto de la información propia y la no manipulación de los datos sensibles. En este caso, no sólo por los actores privados, sino (y principalmente) por los propios Estados.