“Que haya más restricciones, pero que la gente no adhiera, no sirve”, alertó en lunes, en una entrevista con LA GACETA, Gustavo Costilla Campero, vicepresidente de la Sociedad Argentina de Infectología y jefe de ese servicio en el hospital Padilla
La advertencia del médico fue a propósito de que el gobierno analiza tomar nuevas medidas en Tucumán para frenar la escalada de contagios de las últimas semanas.
“Incumplirlas no sirve, porque sólo quedan en una formulación de deseos y nada más. No hablo de cumplimiento, prefiero hablar de adherencia de la gente, porque eso implica una participación de la propia persona. Cumplimiento suena a una orden; en cambio, la adherencia es diferente”, explicó el profesional.
Uno de los paradigmas de las prohibiciones que fracasaron es la histórica “Ley Seca”, con la que EEUU quiso prohibir el consumo de alcohol entre 1920 y 1933. Tuvieron que derogarla porque el consumo de alcohol no sólo no disminuyó sino que aumentó, y para mayor gravedad con bebidas clandestinas, de baja calidad y más tóxicas.
Se empezó a estudiar bastante sobre el fenómeno de “la atracción de lo prohibido”, esa tendencia que tenemos los seres humanos a las transgresiones, a hacer lo contrario de lo que se nos ordena, sobre todo cuando las órdenes no son claras o contundentes.
Y en el caso de la pandemia, las medidas para combatirla no son claras ni contundentes. Algunos pensadores ya hablan de uno de los mayores fracasos de la dirigencia mundial en la historia. Más restricciones o más libertades se ha transformado en otra grieta política. Gobiernos más liberales se han inclinado por evitar al máximo posible los confinamientos, mientras que administraciones más populares han optado por mermar el movimiento.
Y Argentina no ha sido la excepción. El oficialismo se situó de un lado y la oposición del otro, a nivel nacional, provincial y municipal. De este modo, la gente también tomó partida y más allá de las normas que rigen en cada distrito, se comporta más de acuerdo a sus convicciones ideológicas que sanitarias.
Entonces, por un lado está la efectividad o no de las medidas que se toman, y por otro lado está el riesgo, cada vez mayor, de que la gente no acate las órdenes, lo que podría derivar en el peor escenario para una autoridad: la desobediencia civil y la anarquía.
También por esto no hay claridad y contundencia en las instrucciones que se difunden. Se parecen más a recomendaciones o consejos que a medidas estrictas, porque los gobernantes no quieren arriesgarse a quedar vacíos de poder.
A este contexto se le suma otro problema sensible: los contratos sociales que se han roto en la Argentina desde hace muchos años, y en Tucumán más aun, una de las provincias más castigadas del país. Y esta “rotura social” se vio reflejada en un sondeo que publicó el lunes el diario, a propósito de las declaraciones que había formulado Costilla Campero. La pregunta que se hizo fue: “¿Por qué los tucumanos no cumplimos con las restricciones?”.
Con medio millar de votos, el 52% de los votantes dijo que “tenemos poco interés en la salud del otro”. El 32% consideró que “las autoridades no dan el ejemplo y la sociedad tampoco”. Y apenas el 12% y el 5% contestaron, respectivamente, que “estamos cansados de tanto encierro” y que “la mayoría sí cumple las restricciones”.
Es decir, de alguna manera, el 84% percibe un serio problema de empatía con el otro en nuestra sociedad. Y esto es grave, porque si una mayoría no empuja para el mismo lado no hay salida posible.