Lloro por la muerte de monseñor Melitón Chávez, obispo de Concepción. Pero me consuela y alegra el testimonio que nos deja de su vida sacerdotal. Fue un gran sacerdote, un gran pastor.
La muerte de Melitón Chávez: adiós al padre de los gestos de ternura y valentíaTuve la gracia de tenerlo como vicario General de la Arquidiócesis, a lo largo de mis doce años de arzobispo de Tucumán. Con toda mi convicción y tras una larga experiencia de vida, puedo afirmar que el padre Melitón ante todo y sobre todo nos daba a Dios, a Jesucristo. Era un hombre de Dios que nos predicaba la Palabra de Dios, nos alimentaba con el Pan de Vida y los sacramentos. Fue un discípulo- misionero en comunión de vida con Jesucristo. El Papa Francisco nos dice que la iglesia debe ser una iglesia en salida que va a las periferias a buscar a nuestros hermanos.
El padre Melitón fue pastor que va adelante, hace camino, da testimonio. El padre Melitón fue un pastor cercano a la gente, con un corazón sencillo que asistía, animaba y consolaba a los fieles, especialmente a los más pobres y necesitados como nos recuerda su ministerio en la Costanera. Tenía un corazón acogedor, hospitalario. El padre Melitón fue un pastor misericordioso, a ejemplo de Jesús Misericordioso. Amaba a la Iglesia, la Iglesia concreta de Tucumán, la de Añatuya, la de Concepción. Amaba a la Iglesia con el corazón y trabajaba por la comunión. Me consta que era querido por los sacerdotes, los seminaristas, los consagrados, las consagradas y por los fieles laicos.
Perdimos un pastor, un amigo, pero ganamos un intercesor que desde el cielo rogará por nosotros. Para la tradición cristiana la muerte es el “dies natalis”, el día del verdadero nacimiento. El día del nacimiento a Dios, para contemplar el rostro del Padre en unión con el Hijo en el vínculo del Espíritu Santo.
Santa Teresita decía: “Yo no muero, entro a la vida”. La liturgia lo expresa espléndidamente: “La vida de los que en Tí creemos Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal adquirimos una mansión eterna en el cielo”. (Monseñor Luis Villalba, cardenal y arzobispo emérito de Tucumán)