NOVELA
TOMAR LAS ARMAS
HORACIO GONZÁLEZ
(Colihue - Buenos Aires)
Leer un libro de Horacio González, sobre todo una novela, es un desafío. El novelista, lejos de abandonar la tarea del ensayista, lo convierte en sustento de sus ficciones, construyendo mundos en el peligroso borde entre el ensayo y la ficción. Tomar las armas completa una trilogía con dos textos: Besar a la muerta y Redacciones cautivas. Sus ficciones forman parte de la tradición cultivada por Leopoldo Marechal, una fuerte línea dentro de la literatura argentina donde se mezcla política y teología, un gesto característico propio de cierto imaginario cultural peronista. Acude a la alegoría como recurso central y al diálogo entre varios personajes como método. El protagonista es un profesor apodado Echeverría, que pide un servicio de fumigación de arañas y hormigas. Sebastopol, el fumigador, resulta ser un compañero de militancia. Mientras tanto una catequista, una testigo de Jehová, golpea a la puerta. Los tres van a intentar reconstruir el pasado, “en lo que hay un tipo de gasto; no se gastan las relaciones humanas del mismo modo que las piedras”. El relato de un tiempo en el que “tomó las armas”, tiene tonos autobiográficos, coloca en el centro al Viejo (Perón). “Desde que escuché su nombre en un grito desgarrador, siempre seguí a un Viejo que hablaba con campechanos discursos”, nos dice Echeverría. El narrador, instado por las palabras desde Madrid, se instala en los talleres de reparación de locomotoras.
Desvíos
Entre la estilización y la parodia, González reconstruye una estructura de sentimiento. La tesis sobre la historia del protagonista parte de la relación entre lectura del Dogma Socialista de Esteban Echeverría/el Joven (al que lo acerca David Viñas) y las cartas de Perón/el Viejo (que enterado de sus escritos, le manda instrucciones). Desde el presente el relato heroico aparece lleno de equívocos y la toma de las armas adquiere ribetes carnavalescos: una suelta de volantes para lo cual se toma clases de estrategia militar.
González no ahorra trabajo al lector que debe atravesar largas digresiones sobre la identidad que pasan por el pasado fisiológico, la carne de los asados, la cuestión de las formas, la relación entre las edades de la vida, el problema del pasado, etcétera.
El personaje delata la conciencia de esa escritura entre la erudición y el coloquialismo: “Mis temas son confusos y mi prosa enmascarada se parece al pasado. Anfractuosa, quebrada, con sonidos guturales, regurgita como un bebé, un no sé qué de indescifrable”.
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Carmen Perilli