Hay en ese gesto de saludar las tribunas vacías una mezcla de resignación y tristeza, pero a la vez una expresión de deseos. Los Juegos Olímpicos son en sí mismos un milagro que se mantuvo en duda hasta el último momento. Por eso sobre Tokio, mientras las delegaciones ingresan al estadio, sobrevuela una sensación de melancólico alivio. Un sentimiento de pérdida unido a la esperanza de que la pesadilla pandémica quede atrás de una vez por todas. Y los japoneses, tan acostumbrados a levantarse una y otra vez, expertos en reconstrucciones, bucearon en ese clima de época universal a lo largo de una ceremonia inusitada. Nadie podía imaginar una fiesta inaugural obligadamente desangelada. Un show televisivo sin calor popular. Es la foto de nuestro tiempo.
Será por esto que a los anillos olímpicos se agregó en Tokio otro símbolo universal: el barbijo. Lo usan los atletas que desfilan, con sonrisas que sólo pueden adivinarse en el brillo de las miradas. Lo usan los invitados VIP en los palcos, esas áreas restringidas para emperadores y dirigentes, únicos autorizados a vulnerar las restricciones impuestas al resto de los mortales. Al menos, salpicadas entre las plateas, unas pocas glorias del deporte nos recuerdan de qué va esta convocatoria. Mientras, los barbijos no silencian la euforia de la delegación argentina, una de las pocas que se animan a cantar y a saltar en pleno recorrido protocolar.
Lo primero que Tokio le recordó al mundo, apenas iniciada la puesta en escena, fue ese 2020 de entrenamientos solitarios y silenciosos. Ese aislamiento que prometía durar un par de semanas y se extendió durante meses interminables. Ninguna crónica, ni las victoriosas ni las decepcionadas, podrá prescindir en estos Juegos de ese background común para los participantes. Todos sufrieron esas prácticas improvisadas, con entrenadores obligados a supervisar los movimientos por Zoom. Y algunos, como la boxeadora-enfermera Arisa Tsubata, la primera que asomó en la pantalla corriendo sobre una cinta, directamente quedaron fuera de competencia. Imposible no sentirse representados.
La música y el color intentaron disimular la desolación del estadio. También las cámaras, evitando enfocar –misión casi imposible- las tribunas mudas. Tokio hizo honor a la tradición olímpica y mixturó la tradición con la modernidad en cuadros y coreografías. Música de videojuegos, espíritu de animé y tecnología de punta oriental, siempre con el monte Fuji de fondo. Y maravillas tecnológicas, por supuesto. Pero era inevitable que se quebrara la masividad de los desfiles: no faltaron los trajes típicos, pero sí la cantidad de los protagonistas. En algunos casos, como Brasil, directamente optaron por alinear detrás de la bandera una delegación simbólica. Esos mensajes también son poderosos: el homenaje a los que no están, la necesidad de seguir cuidándonos.
Los Juegos de la inclusión y de la diversidad invitaron a que hombres y mujeres llevaran unidos las banderas. Para los argentinos fue la oportunidad de guardar una imagen hermosa: la del extraordinario Santiago Lange compartiendo ese honor con Cecilia Carranza. Campeones olímpicos y ejemplos. También el orgullo de ver a otra campeona, Paula Pareto –que compite esta noche-portando la enseña con los cinco anillos. Pero si bien los Juegos no dejan de proponer sorpresas, lo que prima es la lógica de marcas y de tiempos. Por eso el deporte argentino afronta una realidad que no permite albergar tantas pretensiones de medallas. Esto vale destacarlo en la previa. A veces la emoción del inicio genera expectativas que luego se transforman en críticas terminantes. Ni una cosa ni la otra; estamos a años luz de las potencias deportivas. Todo lo que venga será maravilloso, ojalá que atado a algún batacazo. Haber perdido en el debut del fútbol (0-2 con Australia), tratándose de uno de los pocos deportes que llegó a Tokio con chances ciertas de podio, nos ubicó en la góndola olímpica.
La masividad y el gigantismo de los Juegos fueron prohijados por el combo televisión + patrocinadores. Tokio es una anomalía tan contundente que oficialmente se llama 2020 y estamos en 2021. Pero esta excepcionalidad pandémica, que alejó al público de las competiciones, vino a reforzar el protagonismo de las pantallas. Nadie pudo cantar “Imagine” en vivo, todo estuvo programado en función del 8K, de las redes sociales, de las distancias que nos separan. Así serán estas dos semanas. El show más esperado y magnético, mucho más que deporte, nos hace pensar en cómo seguiremos transitando bajo este cielo que nos cobija.