Daniel Aráoz Tapia se transforma en “Ahuehuete, el viejo del agua” y, como el árbol mexicano del título, le crecen ramas. A la sombra de cada una de ellas, aparecerá un personaje para relatar sus miradas sobre la vida y la humanidad, en el preestreno que tendrá lugar a las 21 en La Caracola Casa Atelier (Chacabuco 1.080).
- ¿Hay una historia central?
- Seguro que sí, aunque no sabría cómo resumirla porque la obra puede tener muchas lecturas, casi tantas como espectadores. Con elegancia y misterio, puedo decir que es la historia del Género Humano sobre la tierra. Es una respuesta ambiciosa, pero lo cierto es que fue mi ambición al crear la dramaturgia de esta pieza. Estoy esperando que la vea mucha gente en muchos lugares, para saber cuál es la historia que lxs espectadores construyen en su propio imaginario. Se trata de una o muchas historias de amor, reunidas desde soledades, de sobrevivientes de varias sequías, inundaciones y naufragios.
- ¿Qué personajes aparecen?
- Desfilan y se compaginan, como en un documental de investigación, cuerpos y voces muy diversas, de distintas geografías, edades, culturas y géneros: un anciano leñador del norte refugiado en sus recuerdos; una niña de la Generación Alpha que vive entre Madrid y México; un movilero de TV con el corazón y la profesión a punto de desmoronarse; la hija de un defensor de la naturaleza y las semillas nativas que fue asesinado por pistoleros anónimos en 2019 en Morelos... Y también, como un personaje más, aunque no necesariamente e principal, un ejemplar de ahuehuete, también llamado sabino o ciprés de Moctezuma, el árbol nacional de México. Todo esto mediado por un entrecruzamiento de tiempos históricos, propio de los sueños.
- ¿Qué te inspira el ahuehuete?
- Me inspira una profunda y amorosa identificación: se trata de un árbol que, para vivir y crecer, necesita de mucha agua; de hecho vive feliz y en comunidad a la orilla de ríos y arroyos, y puede sobrevivir con las raíces totalmente sumergidas. Sin embargo, también ha nacido y prosperado en sitios considerados secos o desérticos porque con sus raíces, profundas y serpenteantes, ha sabido buscar en la tierra las aguas subterráneas para hacerlas fluir hacia la superficie. Como tiende a crecer en comunidad con su misma especie, atraen -literalmente- la humedad invisible y generan un acuífero a flor del suelo. No da flores: sus semillas van dentro de sus piñas. Pero sí se ve su majestuosa longevidad y generosidad, que lo lleva a trascender varias generaciones y vidas humanas, y se le atribuyen propiedades sanadoras y sagradas. Para los aztecas es un árbol ceremonial.
- ¿La obra se inscribe dentro del teatro político con mensaje?
- No hay mensaje o, para parafrasear aquello de que “el mensaje es el medio”, debería decir que el mensaje es El Árbol, con mayúsculas. En cuanto a la etiqueta, diría que todo teatro es político. Es más, el teatro es una de las actividades más genuinamente políticas que conozco. Aun el teatro de entretenimiento (me encanta y me divierte) tiene contenido y vibración política, en tanto que propone y requiere una participación de espectadores a partir de un concepto de comunidad. Lo ideológico-partidario es otra cosa: no tengo partido político ni adhiero a ninguno, precisamente por el carácter de parcialidad que implican. Mi pequeña mirada aspira a la totalidad. Un árbol no tiene partido ni se idenfifica con ningún “ismo”, y menos un árbol que vive siglos, hasta más de 2.000 años, como los ahuehuetes. Tampoco se pregunta de qué partido es el leñador que lo tala, ni el Gobierno que consiente los desmontes y los incendios “accidentales” que son una guerra desatada por corporaciones contra la Naturaleza. Mis personajes y mi obra no son un panfleto: son criaturas poéticas, hijas naturales de la poética del Teatro.
- ¿La obra es un brazo del artivismo militante ecologista sobre el escenario?
- No soy un militante, es un concepto del que descreo porque no creo en “militar”, ni como verbo ni como sustantivo; en obedecer órdenes, en reproducir consiignas, en las jerarquías, en los líderes, ni en la obediencia debida. Me considero un activista por los derechos de la Naturaleza y, como parte de ellos, de los derechos humanos. La palabra artivismo, me encanta y la cultivo. Esta obra no sería “un brazo”, sino más bien “una rama”: me siento y me sé cada vez más árbol.
- ¿De qué cosas urgentes debemos tomar conciencia como humanidad?
- De que el agua disponible y potable para beber y vivir se está terminando. Alguien la está acaparando para su provecho, como las empresas mineras, y la pierden los agricultores, las economías regionales y las comunidades originarias. La Tierra no es una princesa atribulada a la que tendríamos que “salvar”, como dice el slogan apropiado por el capitalismo verde, sino un inmenso ser vivo que hoy nos cobija y nos sobrevivirá, pese a todo el daño que como especie le infligimos. Debemos reconocernos bichos de este planeta, ni más ni menos que el resto de los bichos, yuyos y piedras que laten sobre él.