La vida de Timoteo Navarro se dividía entre su arte, los encuentros con sus colegas y amigos, la enseñanza y la música. No solo era un buen nadador, sino que había sido contratado como bañero y profesor de natación en el Gimnasio 24 de Septiembre (existía donde está ubicado actualmente el Centro de Salud).
Carpintero y mecánico por necesidad y curiosidad, también construyó una radio, un tocadiscos y una vitrola. Cuando aprendió a tocar piano, bombo, guitarra y acordeón, entre otros instrumentos, entonaba tangos, zambas y chacareras en la reunión de amigos.
“Yo, Timoteo. El hombre detrás del artista”, que se inaugura esta noche a las 20 en Museo Casa de la Ciudad (Salta 532, de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán), cuenta esta historia entre pinturas y objetos. Por el catálogo de la muestra que tiene la curaduría de Rubén Kempa, sabemos que su nombre real fue Eduardo, que también realizaba saltos ornamentales y que integró un equipo de waterpolo.
En tres salas interiores del Museo y en una carpa ubicada al fondo del predio, está planteada la muestra. Se podrá advertir, en 49 cuadros, la presencia de distintos estilos, épocas, espacios y herramientas de trabajo. El Museo Provincial de Artes lleva su nombre; allí hay una salita que se llama igual, y en la que supuestamente se exhiben sus obras; pero el patrimonio provincial no posee sino alrededor de una quincena de pinturas: un par se recuperaron de la Casa de Gobierno, no pocas se vendieron y gran parte pertenece a su hija y nieto, a su familia. El marchand Segundo Ramos estima su producción en 250 pinturas y dibujos.
En El Corte, el río Salí o el parque 9 de Julio trabajaba el artista. En uno de sus óleos puede observarse la fachada de la casa del Obispo Colombres; era el período en que trabajaba, enseñaba y hasta dormía algunas noches en la Escuela Infantil de Artes (actualmente la Dirección de Cultura de la Municipalidad). Los árboles son fácilmente identificables con sus exuberantes follajes.
La modernidad
Sin correr riesgos académicos, podría decirse que Navarro es uno de los que inaugura la modernidad en esta provincia, nada menos; tardía, claro está, a fines de la década del 30 (unos años atrás lo había hecho la escultora Lola Mora). En los 40 Lino Spilimbergo y Lajos Szalay aportaron lo suyo, pero ya desde el Instituto Superior de la Universidad Nacional de Tucumán.
Es un arte realizado au plein air, al aire libre, no con luz artificial. Un costumbrismo pasado por cierto realismo social, con paisajes que evaden, de algún modo, la ciudad y se concentran en sus barrios más pobres, como Matadero, en Villa 9 de Julio. Osorio Luque también tuvo esas preocupaciones, pero más concentradas en la zafra, en la población rural.
Su modernidad se manifiesta, entre otros datos, en el deseo de respetar leyes como la sección áurea en sus composiciones, un rectángulo norma puntualmente desde el Renacimiento. El también llamado “número de oro”, es una ambición de proporción, de encontrar una explicación matemática a la belleza, de reducir ésta a un número.
Todo está puesto en función de la expresión. La serie de los charcos es, seguramente, una de sus producciones más llamativas, más vigorosa. Con empastes y mucha materia crea texturas táctiles y no solo visuales (la tentación de tocar esos barros, esos colores, no es menor). Sabe que los pinceles no son suficientes para crear esa realidad: los trapos y las espátulas se convierten en objetos obligados en su mesa de trabajo, recurre a ellos para crear sus innovaciones.
¿Identidad?
No son pocos los que opinan que contribuyó a formular la identidad de la provincia. Con Luis Lobo de la Vega se frecuentaron y trabajaron juntos, en El Corte, en las yungas propiamente, durante toda una etapa. En una imagen ubicada en la carpa de atrás del Museo, hay dos perros que posan en un camino de tierra donde vivía el pintor. Ambos formaban parte de la escuela paisajística de los 30 en esta provincia. Pero además, Timoteo Navarro se involucró en otros barrios nada cómodos, donde la miseria y la pobreza se expresaban en sus casuchas, sus villas, sus calles sin asfalto.
Tal vez en esos charcos “podía ver bajo el agua sucia”, una frase que se la atribuye como una definición de artista.
Una identidad híbrida, en todo caso, entre la miseria marrón del barro y el verde triunfante de la vegetación. En estos días podrán ser otras palabras, pero el contraste social y artístico no se modifica mucho; los colores permanecen, operan como testimonios.
Timoteo Navarro no tuvo discípulos ni creó escuela, pero el retrato de lo suburbano se lo debemos a él, con sus grises y ocres, y sus expresivos trazos que lo acercaban al informalismo en sus últimos años.