Para probar el mejor sánguche de milanesa de Tucumán hay que viajar hasta Delfín Gallo (Cruz Alta). Una vez ahí, debemos seguir derechito por la calle principal y -tras un par de maniobras extras- por fin aparece frente a los ojos el paraíso de las frituras populares.

Al lado de un kiosco con publicidades viejas de Speed, un portón de chapa negra marca el destino. No hay carteles, ningún banner en tonos chillones y ni siquiera un número para identificar la cuadra, pero todos en la comuna conocen a Tomy. O mejor dicho, el placer de comer uno de sus chegusanes.

La mejor “milanga” está en Delfín Gallo

El domingo a la noche, el emprendimiento se coronó como “la mejor sanguchería” del año en la primera edición de la Fiesta Nacional del Sánguche de Milanesa. Con el pecho inflado de orgullo y una mirada a la que todavía no se le borran los rastros de desvelo, Tomás Escobar (19) disfruta de cada saludo o felicitaciones que recibe.

Sin embargo, antes que explicar algún tipo de técnica secreta para preparar salsas o macerar la carne, prefiere cederle la palabra a su mamá; que ella cuente -desde cero- la historia de ese pequeño local de la calle Belgrano que logró cautivar al jurado y destacarse entre otras 26 porciones de milanesas. “Porque esto es un triunfo compartido, porque somos una familia...”, dice.

La idea de abrir el negocio surgió hace tres años, mientras Andrea Luna (39) trabajaba en un bar. La jornada laboral era tan larga que apenas lograba pasar tiempo en su casa. “Jamás me voy a olvidar de esa tarde. A eso de las 19, me bajé del colectivo convencida de que ya no podía seguir así. Reuní a mis hijos y les pedí que vayan a comprar 15 panes, un kilo de harina, levadura y carne para hacer nuestra propia comida”, rememora. Desde ese momento hasta el presente, el negocio nunca paró y pasó del servicio de delivery a conseguir, en 2021, un local físico.

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“Fue duro porque las cosas las hicimos desde abajo. Al principio, preparábamos las papas fritas y las milanesas en una sartén y con brasero. Incluso renegábamos con la cocina porque no andaba muy bien y el aceite se nos quemaba a cada rato y debíamos cambiarlo”, acota el joven.

El saldo de esa experiencia fue de una inmensa voluntad, pero apenas 10 sánguches por jornada. Luego de varios meses, la suerte le sonrió a Tomy tímidamente hasta que el verdadero paso hacia adelante apareció durante la pandemia. “Repuntamos de golpe y ahora llegamos a vender por noche 150 unidades. Sumado a que tenemos un servicio de catering para eventos”, incida Tomás.

Por un largo periodo, fue Andrea quien lideró la batucada hasta que Tomás se volvió el sanguchero principal y dejó los hilos del negocio en sus manos. “Mi debut fue un poco accidentado e impensado. Ella se enfermó del ciático y yo estaba a cargo de otras alternativas del menú como las pizzas. A eso de las 19, faltaba poco para abrir y todavía no sabíamos si íbamos a cocinar o no los sánguches sin su presencia y guía. Tenía miedo de equivocarme y mucha ansiedad, pero al final me animé”, relata.

En 15 minutos devoró una “milanga” de 70 cm

Con una total cancha para cortar el pan y embadurnarlo de aderezos, ese escenario parece demasiado distante. Prueba de ello es que Tomy (el original) ahora adquirió sus propias mañas y no deja que nadie más pique la lechuga y el tomate.

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“Me gusta cortar las verduras muy chiquitas y eso forma parte de la técnica. Creo que la competencia la ganamos por la calidad de nuestros sánguches y el amor que le ponemos. Son las manos de la persona que elabora la comida las que transmiten algo”, asegura el flamante ganador.

Al dialogar sobre ese tema, ninguno de los dos puede contener la emoción. “El nombre del negocio carga con un fuerte significado para nosotros. En busca de soluciones económicas pensé en abrir un kiosco y ponerle Máximo. Ya teníamos los carteles vistos y demás, pero, de repente, pensé en la cantidad de años que tuve que dejar a mis hijos para ir a trabajar y como vivíamos. Tomás fue como el papá de sus hermanos. Era el responsable de llevarlos al jardín, la escuela, controlar el baño, darles de comer… Igual que yo, mi marido se iba por las mañanas y volvería recién a la tarde a casa”, lamenta.

Esa sensación la llevó a reflexionar sobre el futuro. “Al partir, siempre lo veía tan chiquito y tan grande a la vez. Ahí fue cuando decidí que haría cualquier cosa que sea posible por ellos y para ellos. Con la sanguchería por fin logramos estar juntos, en casa, las 24 horas. Nos levantamos a las 8 y existen semanas duras, pero este esfuerzo y cariño es nuestro mayor logro”, afirma.

Horizontes

Además del reconocimiento y vivenciar una celebración “completita” (con ají y muchos aplausos), la sanguchería recibió un vale por $ 250.000. Con ese dinero, la idea es invertir en un ambiente más grande.

“Justo enfrente de nuestra casa están haciendo una plaza y desde que arrancó la obra varios conocidos nos dijeron que era momento de dar un salto y mudar el local a ese domicilio. La verdad no sabíamos como hacer porque entre la escuela, la ropa o las necesidades de los chicos a veces el dinero no alcanza”, explica Andrea.

Entonces vino un “¿y qué pasa si ganamos el concurso?”, “¿en qué gastaríamos el premio?”. De la risa ante respuestas divertidas e incredulidad, la familia pasó a contar con la oportunidad justa para volver esa meta realidad. Nosotros -al igual que el resto de catadores amateurs, sibaritas norteños y promotores de este plato tradicional- siempre dispuestos a acompañarlos en estómago y espíritu.