La credencial de la FIFA es una especie de salvoconducto que todo enviado al Mundial lleva pegado al pecho. La credencial abre puertas, corre vallas, multiplica los saludos. Es parte de esa burbuja dorada que implica ser beneficiario, por unos días, de las prebendas que la FIFA reparte. Pero también puede ser un arma de doble filo, porque la credencial, con letras de molde, delata a su portador: el nombre, la nacionalidad y el medio al que representa. Y los hinchas ya están entrenados: relojean las credenciales y obran en consecuencia. Como Fabio, un petiso mineiro que en pleno viaje junto a un centenar de compatriotas, apiñados como sardinas en un vagón de subte, gritó: “¡argentinooooo!”
Esta posibilidad también forma parte del combo. ¿De qué sirve cubrir un Mundial pasándose la vida entre estadios, centros de prensa y transportes oficiales? El verdadero Mundial está en la calle, caminando entre la gente, charlando, preguntando, capturando sensaciones. No hay experiencia más maravillosa que ir a la cancha o regresar de ella mezclado con el público. En cada calle, en cada barrio de Doha está esperando una historia, es cuestión de ir a por ella. Así que terminado el partido Brasil-Corea del Sur y transmitido el material a la Redacción, fue cuestión de emprender el regreso entre un océano de camisetas amarillas.
El tránsito entre el estadio 974 -ya en proceso de ser desarmado tras recibir el último partido del torneo- y la estación de subterráneo fue a paso de hormiga. Eran miles de hinchas los que buscaban la salida. Todos felices por la goleada y por la exhibición que había brindado el “Scratch”. El himno sonaba sin cesar, al ritmo de la batucada: “oh Di María… Oh Mascherano… Messi chau, Messi chau…” y después “los argentinos /están llorando /porque esa Copa /yo voy a ganar”. Resignación y silencio, esas son las herramientas para atravesar momentos como esos. Desde el costado de las vallas, el acomodador, megáfono en mano, agitaba: “Messi chau, Messi chau…” ¿Vos también? ¿Ahora sos brasileño?, daban ganas de gritarle.
La barra copó el andén y al abrirse la puerta del vagón la marea entró en masa. Arrancó la formación y la “torcida” la movía de un lado a otro, saltando y golpeando el techo. 99 brasileños enfervorizados y el enviado de LA GACETA, mano a mano, sin escapatorias en ese sarcófago sellado que surcaba las entrañas de Doha. Podía haber sido una anécdota simpática, construida desde el anonimato, hasta que el curioso Fabio escudriñó la credencial -ya no había tiempo para disimularla- y lanzó el grito fatídico.
El que se enoja pierde y más en estos casos. ¿Qué se hace cuando un centenar de fanáticos le cantan a una persona, señalándola y con alaridos de felicidad, “argentino llorón”, “Messi chau, Messi chau”? Apelar al estoicismo y mantener una falsa sonrisa de compromiso. Y rendirse ante evidencias incontrastables. En la camiseta de Brasil, sobre el escudo de la CBF, hay cinco estrellas. “Ustedes tienen dos”, enrostraron, y a continuación arremetieron con el clásico “¡Pentacampeaooooo!” Y después: “¡Hexa! ¡Hexa! ¡Hexa!”
Para cortar con tanta cargada nada mejor que entablar algún diálogo. Por ejemplo, con el autor de la picardía. Fue así que Fabio contó que es hincha de Cruzeiro y admirador de Juan Pablo Sorín, un prócer en Belo Horizonte. Parecía que se atenuaba entonces el aluvión, pero de inmediato volvieron. “Argentinoooo… Cuatro, cuatro, cuatro”, exclamó un pelado de anteojos oscuros, con los cuatro dedos en alto. Claro, son los goles que esperan que Países Bajos le haga a la Selección el viernes. Atronó entonces en el vagón: “¡cuatro, cuatro, cuatro!” Hasta Fabio, que había entrado en confianza, gritaba al oído. ¿No nos habíamos hecho amigos?
Las estaciones no parecían pasar nunca, para felicidad de la “torcida”. Así como los argentinos jamás se cansaban de cantar “Brasil, decime qué se siente…”, ellos nunca se olvidan del “Messi chau, Messi chau”. Y así siguieron. Había varios celulares en alto, así que seguramente en varias redes sociales el momento debe estar inmortalizado. Será cosa de husmear en cuentas brasileñas de Instagram y de TikTok. Fue una agonía y a la vez una lección, porque entre tanta fiesta ajena y dedicada a un invitado de piedra, no se escucharon insultos ni groserías. Pero hay que estar allí, mientras una pequeña multitud apunta con el índice y se burla del solitario cronista albiceleste. Es cierto, lo importante es no perder la compostura ni la dignidad. Pero hay rostros que no se olvidan. La sonrisa de Fabio en la despedida, tras 15 minutos que parecieron 15 años, lo decía todo.