La embestida del poder financiero y económico contra las estructuras democráticas en América Latina, tiene su versión local en un escenario dominado por la concentración del poder político en el núcleo familiar, que complementado por el nepotismo (“Nepotismo, esa otra Pandemia”, LA GACETA, 8/5/20) trata de instalar un modo de vida como el único posible, utilizando a este último como una eficaz herramienta política de concentración de poder económico, pero no político, (“Poder Territorial”, LA GACETA, 01/03/20) que cual espada de Damocles amenaza con terminar con los partidos políticos, piedras angulares del sistema democrático, por los que miles de personas ofrendaron sus vidas en defensa de la democracia, hoy una proeza absurda en los partidos familiares. En realidad el nepotismo es un conflicto de intereses, porque se trata de una confrontación entre el interés de la comunidad, y los intereses privados del funcionario de turno, que desequilibra la balanza social, profundizando la grieta entre el hambre y la ostentación política, debilitando a los partidos políticos, al cambiar la sede partidaria por la alcoba, y a los dirigentes y militantes por el pariente consanguíneo más cercano. Esta perversión social debería ser subsanada con una norma legal que prohíba a un servidor público usar y abusar de su posición dominante, para conseguir trabajo o una candidatura para miembros de la familia, que no es lo mismo que la familia trabaje unida en emprendimientos o empresas familiares independientes del poder político y de los dineros públicos. Hace poco el Papa Francisco renegó de los políticos que usan a los pobres, a través de dádivas, contratos, acoples etc., para conseguir en la democracia, lo que no pudieron acumular con su trabajo o profesión en la vida.
José Emilio Gómez
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