Históricamente los hombres nos hemos batido entre el bien y el mal; está en nosotros elegir en qué bando queremos estar. Si fuera posible encerrar lo acontecido en un año en un espejo de dos caras, para luego guardarlo en esa cápsula invisible donde sólo habita el tiempo, ¿qué podríamos ver en cada cara? La realidad del mundo nos mostraría la peste que no se va, se muta. La guerra que destruye vidas, almas, ilusiones y mantiene en vilo a la humanidad. El diario andar agotado en nuestra lucha con los problemas de la economía de un país otrora rico y pujante. La fuga de cerebros y de juventud. La corrupción hecha piel en muchísimos funcionarios, el enriquecimiento constante e ilícito de gente del poder… y grandes titulares que prometen cárcel a los delincuentes, cuando todos sabemos que serán viviendas VIP. Niños pidiendo en las calles, padres cobrando planes de los cuales muchos malgastan, jubilados en filas eternas en el infernal sol o en el crudo invierno, parados, esperando cobrar los sueldos por los que trabajaron una vida. Calles oscuras donde jóvenes y algunas veces casi niños venden drogas. Víctimas de la latente inseguridad que nos rodea. La falta de trabajos genuinos, en blanco. La constante falta de respeto al mérito y al esfuerzo cuando muchos cargos importantes son ocupados por gente que no tiene la preparación adecuada... y así nos vemos rodeados de una realidad innegable y de la que nadie se salva. Ahora doy vuelta el espejo y miro la otra cara, y veo la risa de mi nieta jugando en una hamaca, la sonrisa de tanta gente buena que conozco, el inocente amor de los jóvenes y el gran amor de las parejas que llevan años viviendo juntos. Puedo ver la mirada atenta y cariñosa de los alumnos desde sus asientos y el empeño y esfuerzo de tantos trabajadores. La dedicación al estudio y el gran conocimiento de tantos científicos en su incansable lucha por el bien de la humanidad. La sabiduría del hombre que amo cuando habla apasionadamente de la física, el universo y las estrellas. El oído musical de mis hijos y sus ganas de hacer cosas buenas. Los abrazos de familiares y amigos. Esos amaneceres que pude ver desde una autopista. El canto de los pájaros en mi ventana y las voces de los cantantes que me encantan y me alegran el día. El incomparable trabajo del personal de la salud. La calidez de los abrazos en un aeropuerto. El regreso de un hijo al hogar. Los geniales goles de Messi y de la Scaloneta y la alegría de esa copa que le dibujó una sonrisa a un país que sufre. Los voluntarios y fundaciones de beneficencia. Así es, amigos, para cada uno de nosotros, un año es este espejo de dos caras: una, la del mundo en el que todos estamos inmersos; la otra, la que nosotros tenemos en nuestra alma. El mundo seguirá su curso, pero para cada uno el Nuevo Año es una página en blanco, la posibilidad de narrar nuestra historia, de dejar en claro qué nos importa y cómo podemos ayudar a cambiar lo que está mal; así encontraremos el valioso sentido de la misión que tiene nuestra existencia. ¡Feliz 2023!
Sandra Elisabet Sosa