¿Ha tratado Ud. -seguro que sí- de matar una mosca, ese bichito infame que cuando se asienta sobre su bocado provoca la inmensa rabia de tener que desecharlo y quedarse con las ganas, tragando saliva y maldiciendo con gruesos epítetos? La rabia que provoca le quita el buen humor y provoca el súbito deseo de vengarse. ¿Cómo? Matándola, por supuesto. Sí, ¿pero con qué? ¿Con la servilleta? No. ¿Con la cuchara, o el cuchillo? Menos. Va a romper el plato. ¿Qué cosa hay a mano? ¿Las pantuflas, LA GACETA?… ¡Ahh! ¡Ya está! La conocida varita de plástico, mal llamada matamoscas. A ver. Aquí está. Sobre el aparador. Me paro lentamente, la tomo y acecho. No tengo que errar. Ya viene zumbando. ¡Huyy! Son tres. Enfilan hacia la torta. Se asientan. Una sobre la frutilla. otra sobre el dulce de leche… otra sobre el borde chocolatado. ¡Huy, Dios! ¡Qué problema! Las espanto con la mano izquierda, sosteniendo en alerta roja el mango con la derecha. Vuelan. Revolotean. En redondo, en lateral, en vertical. Buscando, buscando. Se asientan. ¿Y ahora? Largo el golpe de arriba a abajo, para aplastarlas. Saltan pedazos de torta de un reventón, y ellas, airosas, al costado. Se asientan nuevamente, esta vez en la punta. Un solo envío, de costado, para golpearlas al levantarse. Se escapan por debajo. Espero. Allá en la punta. Sobre la copa. Ahora sí. ¡Bruuum! De lleno. Saltan copa y cubiertos con gran ruido, y las moscas, otra vez airosas, planeando por encima. Empieza a mirarme con odio la familia. Algo gritan. No los oigo. Ojos colorados y bocas abiertas. Me achico. Estoy haciendo un papelón. Pienso rápidamente, aturdido: “Estos bichos de m... sí que tienen radar por todos lados. Mejor desisto”. Silencio de tumba en el comedor. Antes de que empiecen los improperios y me echen, tiro el aparato al piso, me agacho y salgo como diciendo “para el baño”, avergonzado por el desastre que dejé. Moraleja: Las moscas son como los malos políticos: Muy, muy difíciles de aplastar.

Dario Albornoz

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