Falleció el 19 de abril de 1882, por un ataque cardíaco, hace 141 años. Como reconocimiento a la excepcionalidad de sus trabajos fue uno de los pocos personajes no pertenecientes a la realeza del Reino Unido honrado con funerales de Estado, y sepultado en la Abadía de Westminster, hoy junto a Isaac Newton y Stephen Hawking: se llamaba Charles Darwin y fue el creador científico de la evolución de las especies. En su autobiografía (1887) escribió: “Cuando salí de la escuela, no era ni muy brillante ni muy torpe para mi edad; creo que mis maestros y mi padre me consideraban un muchacho normal, quizás por debajo del nivel intelectual medio”. A los 8 había perdido a su madre. Estudió algunos años la carrera de médico en Edimburgo, pero la abandonó, luego, Teología en Cambridge con el afán de ser pastor anglicano, pero finalmente abrazó, de la mano del afamado Henslow, la biología y el amor a la naturaleza. Su tío Jos lo llamaba “un hombre de curiosidad sin límites” ¿Cuántos Darwin y hombres de curiosidad sin límites dejamos de lado hoy? Pues bien, con ese empuje personal y ese propósito naturalista y de investigación dio la vuelta al mundo en un navío o bergantín a velas, de 27 metros de eslora, viaje que duró cinco años. Tenía 22 entonces, y entre los años 1831 y 1836 se embarcó y navegó en el Beagle, comandado por el capitán Robert Fitzroy. Recopiló ejemplares de flora y fauna observando la naturaleza y después todo esto le sirvió para edificar la teoría de la evolución de las especies por selección natural y supervivencia del más apto. En el Beagle, ese pequeño bergantín, recorrió los mares y océanos y estuvo en Brasil, La Patagonia, Tierra del Fuego, Chile, Perú, Islas Galápagos, Australia y Sudáfrica y regresó a Europa con un gran acervo de apuntes, cuadernos e información con los que luego conformó su obra cumbre (1859) “El origen de las especies”. Hace 200 años Charles Darwin en el Reino Unido, así como Louis Pasteur en Francia, señalaron el camino y las condiciones necesarias para la investigación científica en ese entonces: la iniciativa, la curiosidad, el esfuerzo y la aplicación inflexible de la honradez. En el siglo XX, y más cerca, nos enseñaron lo mismo Houssay y Leloir en nuestro país. Hoy en el siglo XXI, el impacto de la tecnología y el trabajo en equipo inciden para que la investigación y la ciencia sigan haciendo la diferencia permitiendo el progreso de la humanidad en todas sus direcciones y sentidos. Charles Darwin fue uno de los más grandes científicos de todos los tiempos; él puso la piedra angular para una compresión más adecuada de los seres vivos y del mundo en el que vivimos. Finalmente, insto a los jóvenes a mirar con admiración su ejemplo de vida, incluso a cuantos en su juventud no logran encajar en el molde académico de nuestro sistema educativo. A perseverar, a estudiar y a prepararse con sincero amor al conocimiento, requisito esencial para la conquista de nuevos horizontes.
Juan L. Marcotullio
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