Había una vez, hace muchos años, un país próspero, líder en producción de alimentos y muy rico en recursos naturales. Ese país se había integrado a la economía mundial: con apertura comercial, con estabilidad de su moneda y con libre circulación de capitales, y entonces se decía de él que era un país grande de verdad y muy respetado en el concierto de las naciones. Por un lado, atraía inversión extranjera y por el otro el capital humano, ya que miles de inmigrantes llegaban y querían llegar a esa famosa bendita tierra, pujante, con reglas claras y respeto por la ley. Se decía que, simplemente, aplicaba ese país su Constitución y sus artículos, que sentaban principios básicos de igualdad ante la ley, división de poderes, y respaldo a la propiedad privada. Su crecimiento había sido constante y notable erigiéndose como uno de los 10 países más ricos de la Tierra. Su pueblo, allá por entonces, abrazaba con pasión la cultura del trabajo, del mérito y el esfuerzo, y configuró así una inmensa clase media trabajadora. Pero llegó un día, en que surgió una dirigencia que interpretó que había que cambiar: nacionalizar industrias y empresas, subsidiar a grupos cercanos al poder, disparar el gasto público, crear y subir impuestos al sector exportador, combatir al capital y desalentar así la iniciativa privada a expensas de un Estado creciente y que todo lo podía. Ese país cayó en un empobrecimiento generalizado y progresivo, burocrático y nada orientado a crecer y producir, solo dirigido a ayudar y distribuir, lejos de una cultura del trabajo. Se instaló un sistema de seguro de desempleo eterno para miles de sus habitantes por el fracaso de sus políticas para generar el empleo genuino, y se inició un verdadero tránsito de la riqueza a la pobreza. Sin más ni menos se consolidó como uno de los países del planeta que registró el mayor deterioro económico progresivo. A pesar de todo ello, muchos de sus habitantes siguen manifestando y soñando con el país que fue y con volver a creer que algún día vuelva a ser. Cualquier parecido que pueda tener esta historia con situaciones o personajes de la realidad son fruto de una mera coincidencia... o tal vez no.
Juan L. Marcotullio
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