La semana pasada, a través de un comunicado realizado por el obispo castrense Santiago Olivera, se confirmó que Argentino del Valle Larrabure sería beatificado. El militar tucumano fue nombrado siervo de Dios al haber mantenido intactos, pese a la adversidad, sus valores cristianos.

La historia del coronel encuentra un espejo en las vicisitudes que debieron enfrentar algunos mártires: preso de la violencia que azotó a nuestro país en los 70, su destino quedó marcado por la crueldad ajena y las ideologías sin amor.

El peso de la pluma

Bajo el título de ingeniero químico, Larrabure se desempeñó como subdirector de una fábrica militar de pólvora y explosivos en Villa María (Córdoba). Mientras asistía a una reunión social con otros empleados, miembros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) coparon el establecimiento y lo secuestraron. Luego de la captura, el 11 de agosto de 1974, fue llevado hasta Rosario (Santa Fe).

En esta instancia, el relato se recrudece: Larrabure estuvo 372 días en cautiverio, encerrado en un sótano desprovisto de luz natural y casi sin ventilación. ¿Cómo resistir las torturas? Para el coronel, la escritura implicó un vínculo para escuchar los designios del Señor. De aquella época quedan siete cartas enviadas a su familia y una serie de anotaciones cotidianas. “Mi intención no es el insulto, ni formular personalismos. Más bien me impulsa a seguir este cautiverio que me sume en las sombras pero que me inundó de luz. Mi palabra es breve, sencilla y humilde; se trata de perdón y que mi invocación alcance con su perdón a quienes están sumidos en las sombras de ideas exóticas, foráneas, que alientan la destrucción para construir un mundo feliz sobre las ruinas”, expresó en una de los apuntes, ahora de color sepia.

A la hora de recopilar testimonios y preparar un informe para el Vaticano, dichos textos representaron un pilar esencial para corroborar su profundo contacto con la religión. “En los escritos, él permanentemente nos pidió invocar la presencia de Dios, no odiar a nuestros enemigos y poner la otra mejilla. Hay que disponer de mucha templanza para lograr pensar así frente a una situación tan crítica. En la actualidad, con la patria dividida, flagelada, y con tantos enfrentamientos políticos e ideológicos, su mensaje a favor de la unidad resulta tan valioso como en el pasado”, comenta su sobrina Dolores Suárez Larrabure.

En aquel tiempo, a los 12 años, Dolores vivía en la casa de sus abuelos maternos. Junto a las memorias infantiles de juegos y risas, ella acuna otros hechos que ensombrecieron a la familia. Las misivas de tío Argentino llegaban el hogar a través de Correo Argentino. “En una oportunidad me tocó abrirle la puerta al cartero y leerle una de esas cartas a la abuela (Carmen Conde Contardi). Al tener cataratas, ella no podía hacerlo por su cuenta”, detalla.

ARCHIVOS. Dos de las cartas escritas por el militar durante su secuestro. La fecha de estos documentos corresponden al 15 de marzo y 22 de octubre de 1975.

Las palabras de Larrabure siempre estaban plasmadas en hojas con símbolos de la agrupación subversiva y una marca de agua con el rostro del Che Guevara. “Sabía que debía omitir las partes que hacían mención a su cautiverio porque ella desconocía lo sucedido. Sin embargo, a diario preguntaba por su hijo más pequeño y se lamentaba al no recibir sus visitas”, agrega.

Para el natalicio de la abuela “Clarita” una carta de salutación apareció para sellar (sin buscarlo) la despedida entre ambos. “El 28 de octubre, apenas 13 días después, ella falleció. No tenía enfermedades preexistentes que la condicionaran; por eso, para nosotros lo que ocurrió es que la superó la pena”, reflexiona Dolores, aún conmovida.

Encierro

La celda en que estuvo acorralado el ingeniero (la cual comparó con un canil) yacía, excavada, debajo de un placard. Para acceder hasta el espacio había que desmontar el piso del mueble y bajar por una empinada escalera.

La escena de este hacinamiento y su convicción espiritual fue plasmada en una libreta. “Este vivir sin querer vivir, este transcurrir del tiempo sin ser dueño de él me hace volver a diario a profundas meditaciones. Ellas me reencuentran con Dios, en quien deposito mi esperanza, de quien guardo infinita fe y me someto sumiso al destino que me dé y al recuerdo permanente de mis seres queridos, que vivirán una pesada cadena de dolor por esta separación e incertidumbre de mi destino”.

Además, del material epistolar se rescatan dos mensajes para su hija María Susana. Uno, por los 18 años de la joven (carta escrita el 8 de octubre de 1974) y otro para recordarle que saque el carnet de conducir y sea precavida al manejar (22 de octubre).

“Por las razones conocidas, no podré acompañarte en tu cumpleaños, pero sí que te llegará mi amor de padre a través del espacio y la distancia. Cumples 18 años, toda una señorita. Debes tener la entereza para sobrellevar este infortunio y aun dispuesta a esperar lo peor”, pidió.

A su esposa (María Susana o Marisú) le guardaba también unos párrafos y un poema. “Quiero saber cómo anda mamá y en especial vos, Marisita querida. A todos los extraño muchísimo, de noche, antes de dormir hablo con todos Uds. y trato siempre de hacerte tu lugar en mi pecho”, sostuvo (22 de octubre de 1974).

Último respiro

Larrabure fue ejecutado por sus captores el 19 de agosto de 1975. Hasta el final, él rechazó cualquier negociación con los guerrilleros para colaborar en la fabricación de bombas caseras o unirse al ERP.

Privado de la libertad y viendo en los ojos de los secuestradores a la muerte, Larrabure pidió una última gracia al cielo. “Calladamente rezo pidiendo a Dios que no me abandone en una locura humillante. Quiero morir como el quebracho que no entrega su figura de árbol rudo sin exigir el esfuerzo del hachero en prolongadas transpiraciones. Quiero morir como el quebracho, que al caer hace un ruido que es un alarido que estremece la tranquilidad del monte. Quiero morir de pie, invocando a Dios en mi familia, a la Patria en mi Ejército, a mi pueblo no contaminado con ideas empapadas en la disociación y en la sangre. (...)”, anheló con entereza.

Días después del crimen, el cuerpo del militar fue hallado por unos niños que jugaban al fútbol.