Jordan Peterson enseña que cuando las personas logran vivir bajo un mismo código de valores se permiten una mutua predicción de comportamientos futuros, lo que facilita la cooperación y competencia pacífica, puesto saben a qué atenerse. “Un sistema cultural compartido estabiliza la interacción humana, pero es también un sistema de valores, una jerarquía de valores a la que se otorga prioridad e importancia a unas cosas y a otras no. A falta de un sistema de valores de este tipo, la gente simplemente no puede actuar”. Sin valores nuestra comunidad no encuentra significado. Sin un sistema de creencias colectivo fuerte, la vida en sociedad se hace caótica, violenta, miserable e intolerable, y lleva inexorablemente al conflicto. En Tucumán no logramos ponernos de acuerdo siquiera en si es valioso respetar el semáforo, la senda peatonal, o arrojar los residuos en un cesto. Mucho menos podemos sentarnos a debatir temas a priori más complejos como transparentar quienes reciben alguna remuneración del sector público, como acceder a la información pública o cuáles serían alícuotas impositivas inteligentes. Desde las más altas esferas gubernamentales se viene intencionalmente debilitando y deteriorando nuestro sistema de valores colectivo en todas las áreas más sensibles al progreso de una comunidad: Honestidad, respeto a las normas, transparencia, igualdad, disciplina, trabajo, solidaridad y muchos tantos otros valores son día a día sublimados por los propios actos de nuestro gobierno. El más grave de todos los actos de socavación de los valores colectivos es el que sucede cada dos años, cuando se pone en marcha el aparato electoral de acarreo, movilización y compra de voluntades individuales que se lleva adelante en cada elección, con cada vez mayor naturalización e inserción cultural, en el entendimiento que no existe otra forma de obtener votos en nuestra provincia. Se trata de la perversión absoluta de la democracia, a plena luz del día, ante los ojos de todos los tucumanos, en especial ante los de los miembros de su sistema de justicia, quienes permiten el espectáculo bochornoso sin intervención alguna. En nuestra provincia un aspirante a ganar una elección no sostiene su campaña en propuestas, ideas, o gestión, sino que lo hace a través de una gigantesca estructura electoral de la que forman parte innumerables actores principales que reciben beneficios millonarios, como lo son las empresas de marketing político, los propietarios de cartelería en la vía pública, periodistas y medios; actores de reparto que reciben beneficios de menor cuantía, como aquellos empleados públicos cuyo cargo depende del resultado del acto eleccionario, los propietarios de vehículos que efectúan el acarreo el día de la elección, o los punteros que organizan sus cuadrillas de seguimiento de votos; y por supuesto, el votante en sí mismo, que como actor de relleno percibe un micro beneficio, se dice que para esta elección de hasta diez mil pesos, y que en el volumen de electores se cuenta en una inversión de cientos de millones. En toda esa gran cadena multimillonaria se diluyen los fondos públicos tucumanos que deberían asignarse a escuelas, autopistas, hospitales, rutas, y salarios dignos de policías, maestros y personal de la salud. La contrapartida de este bochornoso comportamiento contracultural no es sólo el deshonesto, poco transparente e ineficiente gasto público de la Provincia: El precio que pagamos es el de la destrucción absoluta del tejido social, puesto que esta enorme maquinaria electoral supone la sublimación del trabajo como valor, de la transparencia como eje de gestión, de la honestidad como principio, y del sentido de pertenencia comunitario como elemento de unión entre los tucumanos. Naturalizar estos actos, además, supone sacrificar el máximo simbolismo de nuestra participación como miembros de una sociedad democrática: Nuestro voto. Somos nuestro voto. Si lo entregamos a cambio de dinero, estamos renunciando a la vida democrática, poniendo en jaque nuestra propia libertad y la de nuestras familias, y por ende, encumbrando tiranos. Estas líneas están escritas para los tucumanos, para alentar la reflexión colectiva, pero también están escritas para el resto de los argentinos, para que pongan el foco en la provincia de Tucumán y adviertan lo que ya está sucediendo aquí y eviten que ese tumor se propague en sus comunidades, porque una vez que el tumor de la compra del voto se extienda por todo el país, el futuro de Argentina estará decidido: Todo será caos, impunidad, violencia, inseguridad, pobreza, asimetría y desigualdad, atraso e involución.

Francisco de Rosa

Franciscoderosa@gmail.com