Estaba pensando que debería escribirse una nota sobre las escritoras tucumanas, una especie de continuación o adenda al excelente reportaje a Mariana Enríquez que publicó LA GACETA Literaria el 30 de abril, y que habla del «momento de extraordinaria producción de las escritoras». Estaba pensando realmente en eso, en quién escribiría una nota de ese tipo, porque esas cosas solo surgen si uno las tiene dando vueltas mucho tiempo en la cabeza, incubando el interés por un tema que merece ser tratado, procurando detectar la oportunidad y el talento como un animal que olfatea a su presa en la lejanía.

Surgió entonces el recuerdo de que María Belén Aguirre obtuvo el premio literario del Fondo Nacional de las Artes tan recientemente con una poesía enigmática, que nos llevará tiempo asimilar y entender. Y pensaba también en el premio de la Academia Argentina de Letras otorgado a Inés Aráoz; pensaba, porque justamente en estos días, visitando una vieja casa del barrio Padilla, descubrí una pequeña biblioteca de poesía con un libro de Inés Aráoz junto a la poesía que yo ignoraba de Hugo Foguet, y tomé ese hallazgo como una señal. Y pensaba, también, en el muy envidiable primer premio de novela del FNA que obtuvo el año pasado la escritora tucumana María Lobo, y que a esa novela habría que leerla, o a cualquier otra de la autora, y que eso debería tenernos a todos en un cierto estado de ansiedad. Y pensaba en la edición reciente de la obra poética de Denise León, recibida con tantos valiosos elogios, y en el Premio Municipal de Literatura de San Miguel de Tucumán, de convocatoria nacional, obtenido por María Laura Costa en 2022 con un cuento conmovedor, y en el premio internacional de cuento conseguido por Beatriz Polti en un concurso organizado por la Unión Nacional de Escritores de España. Pensaba en cuántas escritoras tucumanas más habrá que no conocemos y que traman su literatura en las sombras de esta provincia.

Pensaba que es cierto que el pensamiento le pone límites a la realidad. Y trataba de imaginar en qué cosas tan pero tan distintas y alejadas de estas habrán estado pensando quienes organizaron este Mayo de las Letras, al que no fueron convocadas ninguna de las autoras que menciono, y sí, en cambio, con bombos y platillos, ocupando titulares, una «joven escritora» de Buenos Aires, de escasos méritos literarios, que pasó por la provincia cosechando un nulo interés. A esta presencia se le suman otras, también traídas de Buenos Aires, que se destacan como reclamo de primera categoría en toda la difusión del Mayo, mientras que los escritores locales se los envía masivamente al gallinero. Pensaba cómo, así, a nuestros escritores se les pone un techo, y que ese mismo techo sirve de piso para las figuras, malas o buenas, que siempre traen como referencia literaria a los eventos.

Pensaba: Si al Ente Tucumano de Turismo no se le ocurre promocionar Mar del Plata como destino, ni al Ministerio de Educación de Tucumán refaccionar escuelas en Hurlingham o en Avellaneda, ¿por qué el Ente de Cultura se empeña tanto en encumbrar autores de Buenos Aires? Esta rara obsesión por idolatrar porteños se manifiesta cada año entre los empleados públicos de la cultura, y quedaría en un dato de color si no fuera porque se hace a cuenta del esquilmado erario, y bajo la consigna hipócrita de «visibilizar a los escritores tucumanos».

Pensaba que, por fortuna, mientras estos funcionarios acunan expedientes y sueñan con el obelisco, la vida literaria tucumana florece a sus espaldas, por todas partes, y no los necesita.

Y me preguntaba si las escritoras y los escritores tucumanos injustamente relegados no serían merecedores de un desagravio por tantas imperdonables omisiones.

Mientras ese desagravio no lo haga nadie, lo hago yo, y no creo estar equivocado.

© LA GACETA

Juan Ángel Cabaleiro – Escritor.