Hace poco escuché que Leo Piccioli, ex CEO de una multinacional devenido en charlatán (vive de dar charlas, como él se presenta), contaba que le era muy difícil ver una película vieja, por lo lentas que eran. Por supuesto, explicó que eso era producto del mundo en el que vivíamos, tan acelerado, veloz y rápido que casi que tenemos todo a un clic de distancia. Me parece que es necesario reivindicar la antigüedad de películas, con un elogio a su lentitud. ¿Cómo no elogiar la lentitud de “Rashomon” (1950) de Akira Kurosawa? ¿Cómo podríamos pensar una versión de “Casablanca” (1942) más “rápida”? ¿O es que acaso más vértigo haría mejor a “Citizen Kane” (1941)? No me imagino a “The Fountainhead” (1949), esa gran película que llevó a la pantalla grande el clásico libro de Ayn Rand, de una forma más acelerada. Si pienso en películas de mi área, los juicios, concluyo en que ”12 angry men”(1957) es apasionante tal como está. Es más, la nueva versión a colores (1997) es tan respetuosa que no cambió el ritmo del relato. ¡Y qué decir de otras películas maravillosas como “Anatomy of a Murder” (1959) con James Stewart o “Witness for the Prosecution” (1957)! Sí, muchos juicios. Bueno, también, más acá, está esa maravilla de Stanley Kubrick que es “A Clockwork Orange” (1971) pues ya ha pasado los 50 años y, como el vino, los años le sientan bien. Quizás debamos dejar de lado tanta rapidez y abrazar la lentitud, al menos por un tiempo. Ese, tal vez, sea el principal activo de las películas “viejas” que de lentas no tienen nada. Los lentos somos nosotros: lentos para desarrollar la paciencia, lentos para apreciar la belleza, lentos para esperar el desenvolvimiento del ovillo ese que es la trama y lentos, por supuesto, para comprender su sentido.

Agustín Eugenio Acuña 

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