Acierta Víctor Redondo en la contratapa de este libro cuando dice que los poemas de Manuel M. Novillo “son claros, pero también profundos…, pareciera que son pasatiempos, pero están cargados de una suave dinamita”. De un modo discreto y contundente (dos cosas que no son incompatibles), este libro está construido con pequeñas historias que se agrandan al haber sido detectadas por una mirada directa, construida desde el “yo”, pero que, sin embargo, y afortunadamente, no cae en el “abuso del yo”.
Hay un sujeto que mira, narra y saca conclusiones, pero está exento del exhibicionismo de sí mismo; lo que quiere esa primera persona del singular no es hacer un inventario de sus estados de ánimo (ni jactancia de algo, ni reclamo de compasión), sino ver el mundo y contar lo que ve: no ponernos en situación de psicoanálisis o de confesionario.
La trama de una vida
La necesidad de este poeta es transferir al lector una serie de experiencias que interpretan la trama de una vida. El “yo” es funcional a su búsqueda y por lo tanto inevitable; está atento a los matices, a lo que presiona en la sensibilidad y justifica sus constataciones.
Se trata de un libro que ya estaba viniendo desde su libro anterior, cuyo título era toda una definición: “Cómo llegar a donde estás”. Poemas que llegan y crean la solidaridad de una poesía que instala deliberadamente su asunto en la simplicidad; esa poesía que, como también dice Pablo Toblli, sabe que “conversar y volver a pensar son actos sagrados”.
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Santiago Sylvester