La borratina de Cristina y Alberto y los tres datos que dejarán las PASO

Que el Presidente y la vice se hayan apartado de la elección –más en el caso de Cristina- es también un elemento que se proyecta hacia toda la estructura política.

Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Imagen ilustrativa. Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Imagen ilustrativa.
12 Agosto 2023

Por Hugo E. Grimaldi

“Me borré”, dijo alguna vez el dirigente gremial Casildo Herreras cuando un periodista le preguntó en Montevideo qué estaba pasando en Buenos Aires a fines de marzo de 1976, cuando los militares de Jorge Rafael Videla habían tomado la Casa Rosada y se habían llevado detenida a Isabel Perón. El horno no estaba para bollos en un momento en que el consenso parecía indicar, al menos por el silencio ambiente, que la sociedad no estaba dispuesta a convalidar más los vaivenes ideológicos de aquel gobierno, ni los parches económicos que había traído el rodrigazo de 1974, con mayor emisión y endeudamiento y prólogo de calamidades económicas. El dirigente gremial temía seguramente por su seguridad física, la que finalmente preservó, aunque haberse borrado hizo que allí mismo terminara su vida política.

Lo cierto es que el mismo encomillado de aquel controvertido sindicalista de la CGT de los ’70 podría ponerse hoy sin reparos en la boca de Alberto Fernández o de Cristina Kirchner, los dos demasiado ausentes esta vez de las PASO a nivel nacional, seguramente para no quedar pegados si mañana los bombardea una catástrofe electoral. Si esto se da efectivamente de esa manera y así lo percibe la sociedad, entonces es probable que penda sobre ellos también la espada de Damocles del ostracismo. Ese es un primer dato que se conocerá el domingo por la noche.

Tanto está el Presidente hoy fuera de su propio gobierno que no se puede suponer siquiera que una mención a él a estas horas pueda violar de alguna manera la veda electoral. Se lo notó tan ajeno a la campaña, con alguna mención de compromiso a veces, que su actitud ha contribuido a sumar vacío al vacío que le ha hecho La Cámpora a su principal candidato. Es una suerte de colofón de su gris mandato, el mismo que no supo adornar nunca por su falta de convicción y temores internos y por irritantes demoras en ejecuciones perentorias.

Sin embargo, en materia de dirigentes de Unión por la Patria, Fernández no es el único borrado y se ha puesto al nivel de Cristina, también ajena de toda ajenidad en esta parada electoral, por si los números vienen mal barajados. La vicepresidenta ha viajado al Sur, pero no iba a concurrir tampoco al cierre de campaña en La Plata, acto que tuvo que ser levantado por la muerte de Morena Domínguez. Ya se verá qué números le arriman, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, para que saque o no saque la cabeza del pozo en el que la ha metido. ¿Especulación pura, arrepentimiento, abandono de votantes o vergüenza?

Con su poquísima participación en la campaña, no es extraño concluir que ambos hayan sido –aún optando por lo que políticamente menos les conviene-  los notorios abanderados de todos aquellos que no quieren concurrir a votar, que es el segundo dato que habrá que ponderar, el crucial, el definitivo y la marca de la desesperanza encarnada en la abstención y el voto en blanco que seguramente ha distorsionado todas las encuestas.

Más allá de las decisiones personales con grave impacto político que han tomado los números uno y dos del país en este triste escenario de dolor, violencia, asesinatos, hipocresías y mentiras que transita la Argentina en la previa de las elecciones, la sociedad vive su impotencia: quienes van a votar a los opositores pueden estar deshojando la margarita aún, pero muchos que planean apostar por al oficialismo seguramente se sienten desprotegidos, sin referentes ni conducción.

Quienes la tienen más clara son, justamente, los que no van a ir votar y el porcentaje que surja va a dar para muchas especulaciones, porque será el que muestre si la ciudadanía tiró la toalla o si aún conserva la voluntad y la fortaleza que se necesita, ahora y en octubre, para cumplir con el rito, el que impone la misión democrática de elegir, de subir y de bajar dirigentes, en definitiva, tal como debe ser constitucionalmente hablando.

Dicho porcentaje será seguramente la clave que servirá para verificar el grado de malhumor social y hasta dónde el hartazgo, la mala sangre y la frustración han sido capaces de borrar a estas alturas, el casi romántico derecho democrático de elegir y de ser elegido, algo más insólito todavía para quienes siguen a un Gobierno que dice que ha venido a sumarle derechos a la vida ciudadana. Es verdad que, en este punto, la bronca del votante frustrado está enfocada hacia toda la dirigencia, oficialista y opositora, ya que el no participar interpela a todos.

Que el Presidente y la vice se hayan apartado de la elección –más en el caso de Cristina- es también un elemento que se proyecta hacia toda la estructura política: la Argentina de los papás y mamás puede estar dando lugar a un país más racional que apunte a los consensos, sin que haya tantas imposiciones que terminan regulando la vida todos, tercer dato central a tener en cuenta tras las PASO.

Hoy, sin el peligro físico que existía en 1976. pero debido a una serie de condimentos socio-económicos mucho más pesados que los que existían en aquellos oscuros días, con un cuadro de inflación estructural casi invulnerable, mayor pobreza, aislados del mundo, mendigando dólares porque no hay casi Reservas en el Banco Central, más un explosivo cóctel de inseguridad creciente con narcotráfico presente y flagrante deterioro educativo, podría dibujarse en la Argentina un cuadro pesimista de primer orden no sólo para las chances del oficialismo en octubre, sino también para la gobernabilidad desde aquí al 10 de diciembre. De eso, empezarán a hablar desde el lunes los mercados.

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