Los dolorosos sucesos de las últimas horas (saqueos, robos o como quiera llamárseles), repiten trágicamente la historia argentina. La fatal combinación de elecciones interminables y otra recurrente crisis económica (y van…) explotaron en medio del cambio de gobierno nacional. La lejanía del traspaso de mando hace suponer que se vienen momentos dolorosos para todos los argentinos. Y el desastre se potencia al infinito ante el inédito vacío de poder que sufre (sufrimos) el país. Con el presidente y la vice borrados literalmente de la escena, nadie se hace cargo de tomar las decisiones que deben tomarse, y de manera urgente. El ministro de economía, en su doble rol, ya dijo públicamente que él no es el presidente. Los millones de argentinos que estamos a la deriva, entonces, nos preguntamos: ¿qué debemos hacer en estas circunstancias? ¿Quizás salir a la calle y exigirles a estos dirigentes que asuman sus compromisos o que renuncien anticipadamente para acortar esta agonía? ¿O esperar resignadamente que suceda un milagro y zafemos de la desgracia inminente? Vemos también cómo la oposición no toma cartas en el asunto y espera cómodamente la reacción del Gobierno, que nunca llegará, con lo cual solamente habrá un solo perjudicado: el pueblo argentino. Esta abrumadora realidad nos hace reflexionar sobre el rotundo fracaso de nuestro sistema presidencialista, a la luz de los hechos acaecidos solamente en el presente siglo. Del fracaso delarruista a la actual tragedia, podemos decir que casi todas las presidencias terminaron estrepitosamente. Entonces ¿por qué seguir con lo mismo? ¿No sería conveniente ir a un sistema parlamentario con un primer ministro en donde, ante una situación extrema, podamos cambiar un funcionario por otro y no estar a la deriva como lo estamos ahora? La magnitud del desastre argentino estaría certificando que ninguna persona, por más iluminada que sea, o partido político por sí sólo, va a resolver el cúmulo de problemas acumulados a lo largo de décadas. Y lo vemos cuando, ante cada cambio de gobierno, todo sigue igual… o peor. Seguramente algún otro lector, con más formación académica, podrá hacer un aporte más sustancioso a este durísimo presente… mientras tanto sólo nos queda rezar.
Ricardo A. Rearte
Pasaje Díaz Vélez 66 - Monteros