Cena a ciegas: en los cerros hubo una noche para ampliar los sentidos
El fin de semana se realizó en el parque aéreo Raki un evento inmersivo para reflexionar sobre la discapacidad visual. La iniciativa constó de un breve paseo por las Yungas y una degustación gastronómica con “los ojos cerrados”. Testimonios.
Si algún día uno de nuestros sentidos desapareciera, entonces nos daríamos cuenta de todas aquellas cosas que la inercia tapa; cada paso se convertiría en una revelación, cada sonido en un poema y cada aroma en una historia… en eso consistió la propuesta Cena a ciegas.
Este fin de semana, el parque aéreo Raki (avenida Aconquija 3.210, Yerba Buena) organizó un evento para conectar con la naturaleza y las sensaciones que nos ofrece el entorno. “¿Cómo?” es la pregunta que transformó la reunión en una noche divertida y aleccionadora. Con ayuda de un guía no vidente y un asistente, la experiencia incluyó caminar alrededor del complejo y comer con los ojos tapados.
“Cuando un sentido está ausente, el resto permite que la realidad sea percibida de otra manera y empecemos a prestar atención a los detalles. El detonante de esta idea fue ofrecer un espacio de transformación y conexión, para reflexionar y concientizar también sobre lo que implica tener una discapacidad visual”, comentó Bernardo Racedo Aragón, dueño del establecimiento y gestor de la iniciativa.
El proyecto contó con la participación de Red MATE y una parte del dinero recaudado con las entradas fue a beneficio del grupo.
Preparativos
Pasadas las 20, los visitantes empiezan a aclimatarse, poco a poco, para la aventura. La primera consigna es dividirse en ocho filas de seis o siete personas cada una. Antes de hacer cualquier otro movimiento, los antifaces entran en escena para dejarnos “a oscuras”.
A partir de ese momento queda sostenerle el hombro a nuestro compañero de adelante para evitar cualquier porrazo (o intento de huida) y arrancar con el paseo sensorial. “Despacio”, “guarda con el escalón”, “dale, estirá más el pie que todavía falta”... sin importar el gripo, las risas y los gritos se mezclan con micropasos para tantear el terreno.
El recorrido (de unos 40 minutos) conduce por distintas zonas del parque para sentir bajo nuestros pies los desniveles de la tierra, hay subidas, bajadas, ripio, puentes de madera y hasta precipicios (imaginarios) para sortear.
De fondo, el sonido de algunos animales y el aroma de las plantas completan las piezas del rompecabezas perdidas con la vista; las yungas se sienten irreales y palpables a la vez.
“Tengo que admitir que al inicio tuve algo de miedo, pero después el circuito se volvió emocionante al no saber con qué te podías encontrar o charlar con el resto mientras intentábamos pasar las pruebas. Ahora entiendo que movilizarte sin ver lo que pasa es difícil. Uno suele pensar que al nacer con ceguera, la gente aprende a manejarse y las cosas se vuelven fáciles cuando en realidad siempre hay nuevos desafíos que afrontar. De acá me voy con ganas de colaborar, por ejemplo, prestando más atención en la calle para ayudar a cruzar a quien lo necesite”, destacó el participante Juan Pablo Suárez.
Al movilizarse en cadena, el experimento también sirvió para resaltar lo importante que es el apoyo grupal y el sentido de comunidad; una lección que sirve para transpolar a nuestro día a día.
“Un ideal sería decir que la sociedad debería ser más empática con la gente que posee alguna discapacidad, pero es complicado llevar esta noción a la práctica. Sí creo que este evento sirve para que los tucumanos reflexionen sobre el tema. Nuestro objetivo no es que la actividad promueva el asistencialismo, sino que sirva de detonante para empezar a prestar atención y posar nuestra mirada en un otro porque no solamente las personas con discapacidad necesitan ayuda”, explicó Antonela Alanís, integrante de Red MATE.
Para cerrar
Todavía sin quitarnos el antifaz, la energía gastada durante la caminata se recupera con una buena cena. El único problema es que el nombre de cada plato (margaritas, violetas, rosas) no da muchas pistas sobre su contenido.
Eso sí, ya distendidos y sin temor a los accidentes, hay algo que podemos reconocer: el sabor de un vaso de vino o de cerveza antes de brindar.