Con muy buen criterio LA GACETA, periódicamente, nos muestra y hace conocer ese mundo desconocido, bello y oculto de nuestras riquezas naturales con las que Dios nos bendijo, como Talapazo y Tafí del Valle. Tucumán, pueblo chico y de corazón grande, en cada rincón encierra sus atractivos, tradiciones, vegetación, ríos, temperaturas agradables y sobre todo la humildad y buen trato de su gente, algo que nos hace únicos. Mis años de Seminario Menor me hicieron conocer San Pedro de Colalao, en LasTacanas, los curitas nos llevaban de excursión a las Ovejerías de Don Morales, Mamaní o Moreno, salíamos tempranito caminando, pasábamos por las Lomas de los duraznos silvestres, la pelada, de los membrillos, el cementerio de los indios, los ojitos de vertientes de agua cristalinas, el primero de Padua, la cueva del puloy, luego nos introducíamos dentro de una montaña por un cañón o cauce de un arroyo que a través de los miles de años la fue calando y dividiéndola en dos. Saliendo de allí nos encontrábamos en Las Mesadas y ya cerca del medio día nos esperaban, con un cordero asado de almuerzo. No sé cómo está hoy ese paraíso terrenal que lo supimos disfrutar, ubicado tan sólo a una hora de viaje desde nuestra capital, es lugar ideal para sembrar penas, cosechar esperanzas y volver con nuevas fuerzas de unas merecidas minivacaciones, para afrontar el duro diario vivir.
Francisco Amable Díaz
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