El día que aprendí a vivir, me di cuenta que lo más importante que uno tiene se resume en tres cosas, Dios, Familia y Amigos. El día que aprendí a vivir, me di cuenta que lo más preciado que uno tiene, es el tiempo. Que cuando pasa se lleva todo y nada detiene su andar. Por eso cada minuto cuenta. Ese minuto que decides decir te amo, me haces falta o te necesito, es invaluable. Hay muchas personas que por no saber administrar su tiempo, quedaron con esas palabras atravesadas en la garganta. El día que aprendí a vivir, me di cuenta de lo armonioso del silencio y la belleza del atardecer, de la paz que encierra una tormenta, cuando el corazón está tranquilo. Y de la alegría de un niño jugando. El día que aprendí a vivir, descubrí la emoción de un abrazo, la alegría compartida y la tristeza dividida. El día que aprendí a vivir, disfruté del tiempo compartido, de las charlas de café, de los momentos irrepetibles. El día que aprendí a vivir, supe valorar la felicidad de una mesa llena, de los niños jugando y tirando algún vaso y de las risas cómplices, para salvarlos de un reproche, porque al fin y al cabo los vasos no son eternos, los buenos recuerdos sí. El día que aprendí a vivir me di cuenta, que puedo elegir entre hacer el mal o el bien, con solo tomar una decisión. Y que esa decisión es exclusiva, nadie puede tomarla por mí. Nacimos para ser felices, elijamos serlo. Nos propongamos ser y hacer felices a quienes nos rodean, para eso no se necesita mucho esfuerzo, solo tener el corazón dispuesto. Y cuando prioricemos al otro, entonces sabremos que aprendimos a vivir.
Elisa Angélica Pombo
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