Por las redes sociales circulan varios videos en los que se habla del “impulso masculino de fingir que todo está bien”. Es en realidad un llamado a cuidar la salud mental de un género que se ha caracterizado por llevar los escudos de guerreros o súper héroes, que usaban para disfrazarse de pequeños, a la psiquis. Y no es sano.
“Yo no siento la necesidad de compartir mis sentimientos o lo que me pasa, ni siquiera con mi gente más cercana”, comentó Facundo al ser consultado por este tema, mientras que Juan Manuel admitió que también le cuesta abrirse a excepción de algunas charlas con amigas. “Con chicas sí me es más sencillo comunicarme, pero con mis amigos de ninguna forma”, sentenció.
Distinto es el caso de Emanuel, el único de este grupo que aseguró poder expresarse con facilidad con su familia y también con su novia. “Con ella aprendí a hacerlo de a poco, porque al principio me costó, pero ahora todo es más fluido”, comentó.
El trasfondo de esta necesidad de los varones de poner en mute las emociones fue analizado por dos profesionales de la salud mental. En diálogo con LA GACETA exploraron esta cuestión desde su raíz, hasta los cambios que pueden y deben realizarse para que abrirse deje de ser un tema tabú.
Juego de apariencias
“Yo no lo llamaría un impulso, sino una característica masculina influenciada por dos factores claves: los ordenamientos sociales y la educación brindada a los hombres según los valores culturales patriarcales”, comenzó su análisis la psicóloga con perspectiva de género, doctora en Humanidades y profesora de la Universidad Nacional de Tucumán María Gabriela Córdoba.
“Esto les exige a ellos el dominio de los afectos, salvo en períodos en que un cierto descontrol es autorizado, por ejemplo, durante un mundial de fútbol”, ejemplificó al respecto e indicó que de esta manera “sus emociones no pueden ser expresadas, sino que deben ser ocultadas, reprimidas y/o disimuladas, aunque ello quite demasiada energía, en este juego de apariencias para aparentar control”.
“A los hombres los educan para que sean duros como un árbol de quebracho. No importa las circunstancias que atraviesen, tienen el mandato de mostrar siempre una fortaleza que se traslada también a lo emocional. Incluso, a veces hasta parecen anestesiados”, reflexionó Córdoba.
“Así, ellos aprenden a percibir las emociones como amenazas a su identidad masculina, porque los mandatos sociales les indican que deben desconectarse de los afectos amorosos y tiernos -priorizando el logro sobre los afectos y la eficacia sobre la ternura- y sobrecargando los afectos agresivos, con vías facilitadas de descarga en la impulsividad y en la sexualidad”, razonó.
Lo que se describe es peligroso, y así lo advierte la profesional al mencionar: “los varones, aunque sienten angustia, dolor, tristeza, miedo, desestiman esas emociones, pero, lo que no se habla y reconoce, el cuerpo lleva la cuenta y aparecen enfermedades, falta de concentración y actos peligrosos, como manera de descarga”.
Libertad limitada
Aunque el siglo XXI parece albergar un contexto apropiado para dejar atrás las limitaciones y empezar a romper estas imposiciones culturales, aún hoy hay presiones que cuesta dejar atrás.
“Aunque los hombres de 25 a 30 años reportan sentirse más libres para expresar emociones, esta libertad disminuye con la edad, ya que los varones mayores internalizan con más peso los imperativos viriles más machistas que coartan la libre expresión emocional”, señaló al respecto la especialista.
“Me llamó la atención que algunos varones entre esas edades hablen de amigas, novias, compañeras de trabajo, mujeres que se están ocupando de mostrarles a ellos otros modos posibles de interactuar entre los géneros. Así, los más jóvenes me decían que de esa manera se daban cuenta cuando eran fríos o torpes con sus comentarios”, ejemplificó.
Los hombres no lloran
A la voz de la doctora Córdoba, se sumó la del psiquiatra Roberto Finoli, que aseguró que toda esta construcción social de masculinidad ruda e incluso puede entenderse desde la dañina frase “los hombres no lloran”.
“La dificultad radica en la presión social. Originariamente en los albores de la humanidad, debido al rol que desempeñaban los hombres en la organización, que los niños y hombres demuestren sus emociones era interpretado como signo de debilidad y eso ponía en jaque su futuro rol de proveedor y jefe de familia”, observó.
Al tener en cuenta lo mencionado, para Finoli, “una de las claves es repensar e interpelar las masculinidades o los conceptos de esta; en el mismo sentido, normalizar y naturalizar la presencia de emociones en el psiquismo sin atribuir al género, sino más bien concibiéndonos como personas pensantes y sintientes en un determinado contexto”.
Educación emocional
Para el psiquiatra, se debe aprovechar que las nuevas generaciones, “no solo se perciben de una manera más saludable con respecto a sentir y expresar emociones, sino que también naturalizan hacerlo y escuchar a otro hombre sin juzgar demasiado”.
“Un pilar siempre para dejar esta tendencia destructiva es la educación sobre emociones. Hay que naturalizar hacer terapia, buscar interpelarse con respecto a los conceptos de masculinidades y sobre todo, no juzgar”, aconsejó Finoli.
“Un ejemplo claro, puede verse cuando un niño se cae o se golpea y los adultos solemos decir ‘no pasa nada’. Lo saludable es transmitirle a ese niño que se golpeó, que es normal que duela y que va a calmar”, cerró.
(Producción periodística: Ariane Armas)