El incendio en Cromañón: “Creemos que no fue la bengala, fue la corrupción”

En la presentación del libro “Voces, tiempo, verdad”, los sobrevivientes nucleados en No Nos Cuenten Cromañón aportaron sus convicciones sobre lo sucedido hace 19 años. Férrea defensa de Callejeros.

PENSAR UNA TRAGEDIA. Jorge Kehiayan y Diego Cocuzza presentaron el libro “Voces, tiempo, verdad”, sobre el incendio en el boliche Cromañón. PENSAR UNA TRAGEDIA. Jorge Kehiayan y Diego Cocuzza presentaron el libro “Voces, tiempo, verdad”, sobre el incendio en el boliche Cromañón.

“Quisieron hacernos creer que teníamos la culpa de estar vivos”, afirma Diego Cocuzza desde el escenario del Centro Cultural Virla. A su lado asiente Jorge Kehiayan. Se acerca el vigésimo aniversario de la tragedia de Cromañón -el próximo 30 de diciembre- y los sobrevivientes no dejan de procesar lo sucedido aquella noche. En el caso de la Asociación Civil No Nos Cuenten Cromañón (NNCC), el mensaje es de denuncia, de resistencia y de esperanza, y por estos tiempos se traduce en el libro “Voces, tiempo, verdad”. Es el que vinieron a presentar en Tucumán.

La postura de No Nos Cuenten Cromañón, entidad nacida en 2007 a la que declaran apartidaria y autogestiva, está clarísima. “El hilo se cortó por lo más fino”, subrayan, en absoluta sintonía con la postura de la banda Callejeros. Las fotos proyectadas en la pantalla del auditorio, a modo de puesta en escena, lo corroboran: Absolución a Callejeros, reclaman los carteles. Entre las imágenes de shows, actos y protagonistas de la escena artística asoma Patricio Fontanet. Esta minigira de presentación del libro, que sigue por Salta y por Jujuy, se da en sincronía con el tour norteño de Don Osvaldo. Pero Fontanet, más allá de la ilusión de algún fan, no estuvo en el Virla.

Ante una platea de perfil rockero y etariamente variopinta, Cocuzza -presidente de NNCC- y Kehiayan apelaron a una estrategia que suelen emplear en las charlas que brindan en colegios y ONG: usar los apuntes del público como disparadores. Por ejemplo, recogiendo palabras que en el imaginario se asocian con la tragedia que dejó 194 muertos y 1.432 heridos. Aparecieron varias; “tristeza” la primera, y entre “resiliencia”, “miedo” e “impotencia”, pegó fuerte “corrupción”. Fue esa, de acuerdo con la asociación, la causante de lo sucedido. Corrupción que atañe al entramado político y que, según sostienen, no alcanzaba a Callejeros, más allá de las condenas que recibieron los músicos. “Lo que diga el Poder Judicial nos tiene sin cuidado”, resaltó Cocuzza.

Esta mirada habla de un Estado cómplice de la corrupción, un Estado ineficiente a la hora de actuar y un Estado ausente en el posCromañón, al punto de que NNCC coordina un gabinete psicológico que contiene a los sobrevivientes y a sus familiares.

En cuanto a las irregularidades que escaparon -por omisión o connivencia- al control de las autoridades enumeran: 1- la capacidad desbordada del lugar, 2- la puerta de emergencia cerrada, 3- de las cuatro ventilaciones en el techo sólo funcionaba una, 4- no se activaron luces de emergencia ni servían los matafuegos, 5- la media sombra inflamable que sostenía los paneles acústicos, 6- ni los bomberos ni la asistencia médica mostraron la capacitación necesaria para actuar en un caso de esa naturaleza, y 7- la parte que le tocó al público que ingresó pirotecnia al recinto. La tragedia derivó en la destitución del Jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, y terminó con su carrera política. Sobre la cadena de responsabilidades por debajo de Ibarra, hay desde el primer momento infinidad de sospechas y acusaciones.

Por esto, Cocuzza y Kehilayan resaltan: “creemos que no fue la bengala, fue la corrupción”, y apuntan que nos les parece relevante saber quién la disparó hacia la media sombra. “Pudo haber sido cualquiera de los que estábamos ahí -advierten-. En ese tiempo las bengalas se usaban en shows de todas las bandas, había una cuestión cultural a la vuelta. No es una justificación ni quiere decir que haya estado bien, se trata de analizar por qué se prendían bengalas en un recital”.

Lo que sostiene No Nos Cuenten Cromañón es el convencimiento de que, desde un primer momento, con la complicidad de los medios de comunicación se direccionó la atención hacia Callejeros y Omar Chabán, dueño del boliche Cromañón -pero no de la propiedad en el barrio porteño de Once-, para no afectar a los verdaderos responsables. “Le echaron la culpa a un pibe de 24 años que estaba cantando. El objetivo fue criminalizar a la juventud, incluyendo a los que estaban arriba del escenario”, resume.

Una convicción, dicen Cocuzza y Kehilayan, que abarca a la abrumadora mayoría de los que estuvieron allí. “Es la postura del 95% de los sobrevivientes y testigos”, sentencian. Los músicos y Chabán fueron juzgados y condenados a distintas penas. El empresario murió en 2014.

Mitos

En este sentido, Cocuzza habla de los mitos de Cromañón, y enumera algunos: que había una guardería para niños en el baño del primer piso; que eran los miembros de Callejeros y sus allegados los que introducían la pirotecnia y alentaban su uso; que el público era una manada de locos, borrachos, drogadictos e inconscientes. Mitos alejados de la verdad, enfatiza. “Fíjense ese último punto -indica-. Alrededor del 30% de quienes murieron fue porque reingresaron a Cromañón para sacar gente. Son héroes que salvaron vidas”.

La presentación contó con algunos videos breves, correspondientes al lanzamiento del libro efectuado en diciembre del año pasado en Buenos Aires. En uno de ellos, Estela de Carlotto, autora del prólogo, habla de renacer del dolor y de la injusticia a través de la música. “Tengo 93 años y cada día no me cuesta despabilarme, porque sé que tengo que seguir”, compartió. También desde la pantalla se escucharon “Paciencia”, de Ojos Locos -banda telonera de Callejeros aquel fin de año de 1994- y reflexiones en sintonía con el mensaje que No Nos Cuenten Cromañón intentó sintetizar en el libro: concientizar a las nuevas generaciones para que una tragedia similar no se repita.

No ayuda la coyuntura: días pasados se viralizó lo ocurrido cuando dos DJ prendieron una bengala y quemaron un techo en plena actuación. Entonces, ¿aprendimos algo?

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