Leila Guerriero: “Un periodista tiene un carnet de entrada a otros mundos”

foto / Magdalena Siedlecki

Se resiste a quedar encasillada con esa caracterización, pero es reconocida por sus pares como una referente indiscutida del periodismo narrativo de habla hispana. Autora de algunos de los perfiles y crónicas más celebradas por los lectores y la crítica, aquí habla sobre la cocina de su trabajo. Su último libro es La llamada, donde cuenta la historia de Silvia Labayru, torturada y abusada en la ESMA, donde además nació su hija en plena dictadura. Son más de 400 páginas con muchas voces que intentan armar un rompecabezas.

07 Abril 2024

Por Alejandro Duchini

Para LA GACETA - BUENOS AIRES

“No. No, no, no. No. Nunca me quebré al escuchar los relatos que me contaron para este libro”, dice la periodista Leila Guerriero, autora de La llamada - Un retrato (Anagrama). Y agrega: “No sé por qué se tiene una mirada sobre las víctimas del tipo ‘te tiene que doler lo que te cuenta, tenés que llorar al escucharla’. Mi sensibilidad está puesta al servicio de la escritura y no al servicio de lo que a mí me pase. Si estás distraído sintiendo tanto todo el tiempo, ¿cómo hacés para contar? Parece que sufrir valiera una especie de premio. Entiendo que es una historia súper sensible y dura, pero no me quedo enganchada con el dolor. En lo que pienso es en cómo debo hacer el trabajo y contar bien la historia. A todos los entrevistados de este libro les pasaron cosas tremendas. A mí, por suerte, no me pasó nada de eso. No salí rota, salí cansada por el laburo en sí”.

En La llamada, Guerriero cuenta la historia de Silvia Labayru, integrante de Montoneros secuestrada en la ESMA y luego exiliada en España. El título del libro se debe al momento de marzo de 1977 en que su padre, que la creía muerta, recibió un llamado en el que le contaban que estaba viva. Labayru ahora vive en Buenos Aires.

Para armar su retrato, Guerriero entrevistó a familiares (incluso su hija, Vera, que nació en cautiverio), amigos y compañeros del Colegio Nacional Buenos Aires. Ex parejas, su pareja actual. También habló con presos que compartieron días, semanas o meses con ella. Y aparece la figura del rencor por parte de exiliados en España, quienes la negaban por sus acciones durante su secuestro. En La llamada se cuentan los porqués. Además, Guerriero recorre los lugares en los que vivió o estuvo. Su lectura deja una sensación densa, a la vez que se percibe a una Labayru muy humana gracias a, justamente, sus contradicciones.

Encierros programados

Este encuentro fue en un bar del barrio porteño de Villa Crespo, escenario de una ronda de varios días de entrevistas para promocionar este nuevo libro, reimpreso a poco de salir a la venta. “En España van por la cuarta edición. 25.000 ejemplares vendidos”, me cuenta Sebastián Lidinjover, jefe de prensa de Anagrama en Argentina, donde la tendencia es similar. No deja de asombrar que se haya agotado a pesar de su precio de venta: 32.000 pesos. Que los vale, pero no es accesible a cualquier bolsillo.

Para escribir La llamada, Guerriero hizo entrevistas desde mayo de 2021 a noviembre de 2022. De entonces a marzo del año siguiente se dedicó a escribir las que finalmente fueron 430 páginas. “La etapa del reporteo fue intensa pero súper interesante”, analiza Guerriero, quien en el mismo libro cuenta -en paralelo a la historia- cómo fue el proceso de esos años. “La escritura cansa, hay un desgaste psíquico pero no por la temática en sí sino por el hecho de estar concentrada”, dice. Los casi cuatro meses de escritura fueron de encierro programado. Ese verano eludió encuentros sociales, a no ser una cena para celebrar su cumpleaños. “Siempre que escribo comprimo una cantidad de tiempo para dedicarla sólo a escribir”, explica. “Cuando escribo un libro o un perfil debo tener continuidad. Si no, no me funciona. Los suicidas del fin del mundo lo escribí en un mes y medio, por ejemplo; Una historia sencilla, en dos meses; Opus Gelberg, en tres. En proporción, a veces demoro más para escribir un perfil que un libro”.

Guerriero es considerada por varios de sus colegas como una de las referentes del periodismo de no ficción. Sus talleres son convocantes para aspirantes a un periodismo que cada vez tiene menos lugares en los medios de comunicación tradicionales. La profesión decayó en cuanto al pago de salarios y los diarios, revistas y páginas web le apuntan más a la noticia rápida que a la lectura lenta. Sin embargo -y afortunadamente-, el periodismo de no ficción o periodismo narrativo tiene aún sus nichos. Los libros de Guerriero, entre ellos. Con una sonrisa que asoma sincera, refiere: “No me llevo con eso de ser referente del periodismo. Trabajo… No es que me levanto a la mañana y me digo a mí misma ‘hola’. Sé que tengo un trabajo hecho y que no es lo mismo tener ese trabajo hecho que no tenerlo, y sé que ese trabajo hecho tiene algún respeto de los colegas, porque lo leo, lo veo. Pero antes de ser un ejemplo para algo, me retiro de la ejemplaridad”, y vuelve a sonreír. Sonríe, también, al contar que le escapa a las reuniones sociales de compromiso, tan vinculadas al periodismo. Sobre todo a las redacciones. “Pero desde que trabajo por mi cuenta ya no me llegan tantas invitaciones”, se alivia.

Entre otras ventajas, no formar parte de las redacciones le significa una liberación de tiempo. “Si hubiese estado trabajando en una redacción no podría haber escrito La llamada en cuatro meses”. A cambio de los horarios esclavos, utiliza sus días para hacer otros trabajos: las columnas de medios como El País, de España, o los talleres de periodismo que dicta: “Necesito otros trabajos, es imposible dedicarse solo a escribir”.

Una persona que escribe

Guerriero es reconocida por su escritura y la calidad de sus perfiles. Lean Plano americano o Frutos extraños. Para escribirlos, organiza su tiempo de manera tal que pueda concretar no uno sino varios encuentros con los entrevistados. Su objetivo es conocerlos en diferentes momentos: “Es que el periodismo narrativo es enemigo de la prisa y no tiene nada que ver con el género de la noticia. Tenés que estar mucho tiempo con el entrevistado para empezar a ver, para hacer preguntas dificultosas, observarlo hasta donde se pueda, hasta que el otro se presente como una persona cada vez más genuina. Una lo que busca es la mayor confianza posible, nunca un acercamiento tal que se confundan los roles. Acercarse, pero teniendo en claro el rol del entrevistador y no de amigo o de ser una especie de consuelo para el entrevistado”.

Después: “Entrevistar a una persona es básicamente escucharla. Más cuando tenés la posibilidad de escucharla muchas veces, en distintas circunstancias, en distintos momentos, con distintos estados de ánimo. Eso te permite ver al otro en una enorme cantidad de facetas. El momento de la entrevista es el momento en el que una debe olvidarse de sí misma. No es el momento de demostrar tu inteligencia, tu brillo. Una tiene que estar al servicio de la escucha del otro”.

Y una vez terminado su trabajo, lo suelta. Así es que desde el año pasado, cuando entregó La llamada a Anagrama, soltó y viajó a Costa Brava, España, para escribir sobre la estadía de Truman Capote en ese lugar, donde dio forma al clásico A sangre fría en los años 60.

Y siguieron los talleres y las columnas. Sus rutinas: que son más bien planificaciones. “Soy ordenada y organizada”, se describe quien suele levantarse a las 6 de la mañana, contestar los mails y salir a correr al menos una hora diaria. Siempre con música. Pearl Jam, Bob Dylan, Skay Beilinson, el Indio Solari o “Redonditos de ricota, Redonditos de ricota… mucho Redonditos de ricota”, como dice al mostrar su playlist en el teléfono.

Cuando trota le aparece el cierre de un texto al que antes no encontraba el final o alguna idea sobre una posible nota o entrevista. Y algo innegociable en su día a día es sentarse a escribir. Si está su pareja, el límite es el horario de la cena; si está sola, puede seguir. Pero cada día escribe algo.

A sus 57 años (Junín, Provincia de Buenos Aires) contar historias sigue siendo su pasión. “Está el gusto por la narración, por la escritura, por las palabras. El gusto estético de la forma y del trabajo con el lenguaje. Creo que contar no ficción tiene que ver con tratar de entender el mundo tan complejo y convulsionado, que me imagino siempre ha sido así. Contar historias reales permite abordar con profundidad universos en los que no te podrías meter de otra manera. Un periodista tiene una especie de carnet de entrada a otros mundos. Es la manera de ver el mundo en primer plano y tratar de entender algunas de sus zonas. Una vez que tenés la historia está el placer de la escritura, que al principio es un quebradero de cabeza, pero después las cosas salen”. Dice y toma un vaso con agua, bebe y agrega: “No creo que me canse de contar historias, soy básicamente una persona que escribe, no me puedo imaginar sin escribir”.

© LA GACETA

Perfil

Leila Guerriero nació en Junín, en 1967. Su trabajo se ha publicado en diversos medios de América Latina y España: La Nación y Rolling Stone, de Argentina; El País, de España; Gatopardo, de México, y El Mercurio, de Chile, entre otros. Es editora para América Latina de la revista mexicana Gatopardo. Publicó los libros Los suicidas del fin del mundo, Frutos extraños, Una historia sencilla, Zona de obras, Plano americano, Opus Gelber. Retrato de un pianista, La otra guerra y La llamada. En 2010, su texto «El rastro en los huesos», publicado en El País y en Gatopardo, recibió el premio CEMEX+FNPI. Algunos de sus libros han sido traducidos al inglés, el francés, el italiano, el alemán, el portugués, el sueco y el polaco.

La llamada*

Por Leila Gueriero

Empieza con un cántico en latín, en una terraza.

Hay viento la noche del 27 de noviembre de 2022 en Buenos Aires. La terraza corona un edificio de dos plantas que retiene una firme autoconciencia de su belleza con esa altanería refinada de las construcciones antiguas. Se llega a ella después de atravesar un corredor extenso cubierto de paneles de vidrio ensombrecidos por el hollín -un detalle que aporta humanidad, un defecto necesario- y subir una escalera, una ascensión virtuosa de mármol blanco. Inserta en el centro de la manzana, la terraza parece una balsa rústica rodeada por olas de edificios más altos. Todo luce atacado por una sequedad armónica, un ascetismo de diseño (lo que no es extraño puesto que dos de las personas que viven aquí son arquitectas): cañas indias, enredaderas, bancos largos, sillas plegables de lona, una banqueta con almohadones blancos. La mesa, de madera cruda, está debajo de una tela de media sombra que se agita con lo que fue primero brisa y ahora es un viento fresco que despeja el calor ingobernable del fin de la primavera austral. En la parrilla se cocinan a fuego lento morcillas, pollo, lomontrolar la cocción. Está, como siempre, vestido de negro: chomba Lacoste, jeans. Hace algunos años tenía un bigote aparatoso. Ahora lleva barba corta, los mismos anteojos de marcos gruesos. Al volver a la mesa le basta con escuchar dos o tres palabras para reinsertarse en la . Cada tanto, uno de los dueños de casa, el fotógrafo Dani Yako, se acerca hasta allí para co conversación. Es normal: conoce a casi todas las personas que están allí desde 1969, cuando tenía trece años.

*Fragmento.

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