Inútiles de pantalones cortos

Las declaraciones de un dirigente azucarero retumbaron en la vida pública pero desnudaron cómo cuestiones poco lógicas se vuelven normales. Otros ejemplos a los que se acostumbró la sociedad.

Inútiles de pantalones cortos

Por lo general, la respuesta del entrevistado es previsible. Y, si sorprende, mejor. Significa que la pregunta fue útil, tuvo un sentido. Sin embargo, el martes pasado en el estudio de LGplay de LA GACETA la palabra de Jorge Rocchia Ferro fue impactante.

Calificó de idiotas a industriales y a determinado sector de productores tucumanos. Pero cuando definitivamente dejó sin reacción al entrevistador fue cuando dijo que hacía falta el gobernador para alinear a determinados empresarios que no respondían a la entidad empresaria que los nuclea y que además el titular de la Unión Industrial tucumana dirige.

El diccionario de la Real Academia no acepta la palabra “sincericidio” pero tal vez no haya otro vocablo a mano para definir la intervención de este empresario azucarero. En sus definiciones durante el programa puso sobre la mesa la incapacidad de los empresarios azucareros para trabajar en forma conjunta. Dejó entrever que si el gobernador no los pone en regla nadie lo hará. Por lo tanto hasta su función como presidente de la Unión Industrial tucumana es inútil porque no responden a su conducción. Entonces, el calificativo de “inútiles” que el diccionario explica que se trata de algo “no útil” y aconseja como sinónimo palabras tales como inservible, ineficaz, infructuoso, vano, inane, baldío y ruco.

¿Es cierto lo que dijo ante las candilejas televisivas el dueño del ingenio La Florida? Nadie lo desmintió. Como a los locos, dejaron correr sus palabras. Pero Rocchia Ferro fue más allá: advirtió que si los industriales de la región -no sólo los de Tucumán- no se unen se van a hundir. Tratando de descifrar sus epítetos se podría inferir que denuncia cierto egoísmo de quienes producen en la provincia. Pero el ejecutor de estas locuras ante las cámaras de LA GACETA dejó, al fin y al cabo, algunas verdades irrefutables, como esta última en la que señala que los tucumanos necesitan de un trabajo conjunto para que la Provincia crezca.

Nadie le respondió. Ni el gobernador de la provincia, que se encontraba fuera de ella, con destino desconocido.

El silencio atronador

En esta semana que pareció larga, aún cuando dicen que fue corta, quedó esta rara metáfora de que cuando alguien suelta sus pareceres el silencio es la mayor respuesta. Eso significa o que son demasiadas tonteras las que se están planteado o que el peso de la verdad no admite discusiones.

Hasta ahora nadie dijo nada.

El industrial azucarero dijo además que él cumple ese rol por una cuestión casi amorosa. Se tomó con las manos el corazón y dijo que el azúcar es un sentimiento y que, en realidad, a él le daría mejores resultados económicos ser chatarrero, oficio que manifestó tener al principio de su actividad productiva.

Así, mientras describía a la fuerza tucumana entre chatarrera e inútil advertía la necesidad de protegerse como región para no permitir que los “porteños” nos pasen por encima.

En una sociedad activa -como el foro que se despliega abajo de algunas notas de LA GACETA- estas “locuras” son disparadores de debates muchas veces ricos y hasta generadores de nuevos paradigmas; sin embargo hay un aletargamiento sorprendente y hasta timorato en la sociedad que esquiva el diálogo. No es un privilegio de un sector determinado, es la grieta misma del país.

¿Qué ocurriría si esos mismos conceptos los dijera otra persona? ¿Podría hacerlo? ¿Se animaría? ¿La inutilidad es una característica del tucumano? ¿El negocio de la chatarra -que no es otra cosa que la explotación de lo que no sirve como la basura- es el resultado del fracaso o es una forma de creatividad? Todas esas preguntas no se hicieron.

Peroné delator

No sólo Rocchia Ferro y sus “locuras” marcan detalles del sistema que -¿no?-funciona en esta provincia.

René Urueña fue otro que “habló” a partir de sus experiencias. El defensor de Estación Experimental tuvo un fuerte choque con un rival de Lastenia en un partido de fútbol. El jugador terminó sufriendo una fractura de peroné. No se podía mover. Finalmente, lograron sacarlo del campo de juego.

La lesión era lo suficientemente grave como para trasladarlo con urgencia para ser intervenido. Pero no siempre las necesidades pueden ser satisfechas. No había ambulancia para llevarlo adonde pudieran curarlo. Sin embargo, sí había una camioneta de la Policía de la provincia. Lo subieron en la caja de una de ellas y así salió de la cancha.

Tampoco se abrió un debate ni hubo respuestas sobre este episodio. Fue una humorada para algunos. Resultó llamativo para otros y hasta no fue óbice para que se suspendiera el partido.

Sin embargo, quedó claro que en una de las actividades lindas y emocionantes de la vida social como es un partido de fútbol es más importante la seguridad -y por lo tanto la presencia policial- que la salud -y por lo tanto la presencia de especialistas de la sanidad-. La explicación que salió de las autoridades de la Liga de Fútbol fue simple y contundente: “es muy costoso contratar una ambulancia”. Pero pueden no hacerlo. En cambio, el partido no se juega si no hay seguridad. Esa es una normalidad en la vida tucumana deportiva.

Podría ser una ironía, tal vez llegaría a ser el resultado de una lógica cotidiana, pero sin embargo es la crudísima realidad de una sociedad que no puede reunirse a la vuelta de una cancha de fútbol para disfrutar de la belleza y del arte deportivo. La violencia y también la inutilidad impiden un debate profundo para sacar adelante la vida deportiva. ¿Se podrá alguna vez jugar un partido con la presencia de una ambulancia y sin ningún policía? Las utopías son motores del cambio y soñar no cuesta nada.

Hermetismo batidor

El “sincericidio” de Rocchia Ferro termina siendo una locura a la que no se le lleva el apunte. La policía que actúa como protagonista de un espectáculo muestran el acostumbramiento a procederes que le dan “normalidad” a lo que debería ser. Por eso tampoco los ediles pusieron el grito en el cielo cuando al agradecer el desempeño de la comisión de Hacienda del Concejo Deliberante destacó “la seriedad, la responsabilidad -pero también curiosamente- el hermetismo” con el que trabajó ese cuerpo.

Es cierto que la presencia de funcionarios municipales le dio una inusitada transparencia -incluso destacada por opositores- a la tarea de los concejales de Hacienda. Sin embargo, que un hombre público, elegido por el pueblo, resalte el hermetismo y nadie ponga el grito en el cielo, es una señal de que algo no estaría funcionando como debiera. Casi tan impactante como que un jugador lesionado llegue al hospital en camioneta de Policía.

Si bien el oficialismo le dio vía libre al presupuesto de $195.000.000 planteado por la intendenta Rossana Chahla, es un secreto a voces que los ediles de cuño peronista no están cómodos con la “Lady mayor” de la Capital. Hay quienes miran con recelo al diputado nacional Carlos Cisneros y su defensa a la gestión municipal y hay otros que sienten que al gabinete le falta pericia política. Olvidan que la intendenta hace gala de no pertenecer al elenco tradicional de la política tucumana.

Mosquito soplón

El dengue dejó de ser una simple tarea de limpieza y de fumigación. Se ha convertido en una cuestión de Estado. El repelente que dependía del libre juego de mercado -oferta y demanda- terminó haciendo abrir la importación. Eso pasaba a nivel nacional; en Tucumán fue la semana del festival de precios porque mientras en los comercios legales tenían un precio, los vendedores ambulantes los ofrecían más baratos. ¿Quién les proveerá la mercadería? La respuesta sólo la deben saber los mosquitos.

En estos días la fiebre, el descontrol, las guardias atestadas, las dudas y los miedos han traído al presente los padecimientos ocasionados por la Covid. Además de la letalidad que tuvo aquella pandemia, la gran diferencia es que el culpable del dengue es el mosquito; en cambio la covid tenía como responsables al otro, al vecino. Ese es un gran alivio en esta sociedad cargada de violencia y de desinterés por el prójimo.

Años atrás el arma salvadora fue el barbijo; ahora, el esquivo repelente. Ante su ausencia desde el ministerio de Salud advierten y aconsejan que una de las grandes soluciones es simplemente usar pantalones largos.

Tal vez este también sea el antídoto para que no haya dirigentes inútiles, policías que hacen de enfermeros u hombres públicos que resaltan el hermetismo. Usar de una vez por todas pantalones largos puede ser la gran solución.

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