Entonces, ¿“Trinche” Carlovich era mejor que Maradona y que Messi?

Se cumplen 50 años de un partido legendario, cuando el rosarino bailó a la Selección que se preparaba para ir al Mundial.

POSTALES. En la cancha, durante las últimas etapas de su carrera (arriba a la izquierda). Junto a Maradona, quien reconocía al Trinche como uno de los mejores de la historia (arriba a la derecha). Inmortalizado en un mural, en Rosario (abajo a la izquierda). Homenajeado por Independiente Rivadavia (abajo, a la derecha). POSTALES. En la cancha, durante las últimas etapas de su carrera (arriba a la izquierda). Junto a Maradona, quien reconocía al Trinche como uno de los mejores de la historia (arriba a la derecha). Inmortalizado en un mural, en Rosario (abajo a la izquierda). Homenajeado por Independiente Rivadavia (abajo, a la derecha).

“Por favor, que pare”. Vladislao Cap lo piensa en voz alta y con la mirada, a la distancia, se lo implora a Carlos Griguol. El que tiene que parar es Tomás Felipe Carlovich, el “Trinche”, porque si no detiene su sinfonía la Selección argentina terminará de caerse a pedazos. Griguol decodifica la angustia que atormenta a su colega y en un acto de generosidad futbolera ordena el cambio. Sale Carlovich, entra Berta. Pero ya es tarde; hay una leyenda en marcha.

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El límite entre historia y mito se borronea en el universo Carlovich, espacio regido por leyes propias y caprichosas. En el mundo Trinche las anécdotas incomprobables alcanzan el mismo rigor que un archivo. Si en sus tiempos de jugador Carlovich renegaba de números, estadísticas y datos, con la sencilla lógica del “no me acuerdo”, su legado no podía ser otro que de fábula. Realismo mágico en estado puro, que habilita -y justifica- la idea de que el Trinche jugaba mejor que Maradona y que Messi. Así dicen.

Entonces, ¿“Trinche” Carlovich era mejor que Maradona y que Messi?

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Hace 50 años -17 de abril de 1974- se jugó el partido. De un lado, la Selección nacional que se ponía a punto para asistir el Mundial de Alemania Federal. La dirigía Vladislao Cap. Del otro, un combinado rosarino armado con estrictos parámetros salomónicos: cinco jugadores de Central, cinco jugadores de Newell’s; dupla técnica mixta: Carlos Griguol (entrenador de Central) y Juan Carlos Montes (entrenador de Newell’s). Todo medido con precisión quirúrgica, no fuera cosa de sembrar resquemores en una ciudad partida al medio. Ya demasiado era para el corazón “canalla” que el amistoso se disputara en el Parque de la Independencia. Pero a la cancha entran 11, ¿cómo evitar que la balanza, al inclinarse hacia algún lado, no desate el infierno? La solución se llama Carlovich.

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“Las fotos tampoco abundan: el Trinche, con distintas camisetas, sintetiza la estética del jugador de potrero. El potrero en clave setentista. Medias bajas, pelo largo; a veces, un bigote tupido. Ocasionalmente, una barba que le da aires de revolucionario atrincherado en el monte. Por lo general, su mirada es melancólica o tímida. El rostro sobrelleva la foto, no puede insinuar siquiera una sonrisa”. (Fragmento de “Trinche, un viaje por la leyenda del genio secreto del fútbol, de la mano de Tomás Carlovich”, excepcional biografía escrita por Alejandro Caravario)

Entonces, ¿“Trinche” Carlovich era mejor que Maradona y que Messi?

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Al secretismo de esa genialidad internet lo interpela con una avalancha de posteos, artículos, reflexiones e hipótesis, como si el Trinche fuera Walter Benjamin y necesitara ser interpretado a la luz del siglo XXI. En ese afán Carlovich se viraliza y, convertido en carne de las redes sociales, multiplica el mito. Sus hazañas ya no son propiedad de la cofradía de quienes lo disfrutaron en las canchitas de la B o la C (o de quienes mienten que lo vieron, la amplia mayoría). Google pone al Trinche donde el Trinche jamás imaginó llegar. Pero hay un próximo paso y en cualquier momento lo dará la inteligencia artificial, cuando construya a un nuevo Trinche con el ADN del Trinche original. Entonces, finalmente, veremos a Carlovich en acción. Porque filmaciones de su esplendor futbolero no hay.

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Efectivamente, no hay un video de aquel partido Argentina-Rosario de 1974. Apenas reseñas periodísticas y un mar de tradición oral replicada -agigantada, por supuesto- en sobremesas y charlas de cancha, de esas tan espontáneas que se daban cuando en la tribuna alguien metía al Trinche en la conversación. Oídos atentos recogieron esos relatos y la antropología de tablón supo rescatarlos. Queda claro que esa noche Carlovich le dio un baile a la Selección nacional y si el resultado quedó corto (3-1) fue porque Griguol se apiadó a tiempo.

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Hacía rato que el Trinche había dejado de ser un pibe. Tenía 27 años (dos días más tarde cumpliría 28) cuando se calzó la llamativa camiseta del combinado rosarino para vivir su noche de gloria. Pero todo lo extraordinario que se decía de él, tantas maravillas que prodigaba cada fin de semana, no traspasaban las fronteras del ascenso. Carlovich frotaba la lámpara en canchas anémicas de pasto y admirado por unos pocos cientos de espectadores. Un genio proletario y rebelde, empecinado en no ser. ¿No ser qué? ¿Famoso? ¿Millonario? He aquí la esencia del enigma Carlovich. La pregunta jamás respondida. ¿Por qué, Trinche? ¿Por qué no Boca, River, otro grande, Europa o donde sea? ¿Por qué el Trinche, llamado a hacer historia, prefirió encerrarse en el fútbol de los sábados? ¿Por qué el desprecio a los spots domingueros? ¿No quiso o, en verdad, no pudo? Algo está claro: Carlovich jamás traicionó su credo de una vida apacible, manejada a su antojo, simple, amiguera. Los detractores no sólo le achacan falta de compromiso; directamente sostienen que el Trinche, todo lo que se edificó a su alrededor, es un gigantesco fraude. El engaño de un bandolero con pinta de actor de clase B.

Entonces, ¿“Trinche” Carlovich era mejor que Maradona y que Messi?

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Buenos jugadores, algunos muy buenos, sumidos en un caos organizativo. Era la norma de la Selección nacional. Los entrenadores no querían dirigirla; los jugadores ponían mala cara cuando los convocaban. Varios renunciaban. Cuatro años antes Argentina ni siquiera se había clasificado al Mundial de México, eliminada por Perú en la cancha de Boca. El pasaje a Alemania 74, conseguido sin luces, no garantizaba nada. El DT Cap era la cabeza de un triunvirato que completaban Víctor Rodríguez y José “Puchero” Varacka. Para variar, los triunviros rara vez se ponían de acuerdo. En ese caldo de cultivo, las figuras estaban condenadas a quemarse. Contra los rosarinos, la Selección formó con Santoro: “Quique” Wolff, Togneri, “Pancho” Sa y Tarantini; Brindisi (Squeo), Telch y Potente (Chazarreta); Houseman (Cocco), Poy y Bertoni (Rubén Cano). Nombres relevantes castigados por un sistema que los obligaba casi a la autogestión.

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Todo muy distinto al fútbol rosarino de la época. Con Central y Newell’s campeonando, colmados de figuras -algunos cracks- la ciudad sacaba pecho, al punto de que paró en la cancha a su propia selección: Biasutto; J.J. González, Pavoni, Capurro y Mario Killer; Aimar, Carlovich y Mario Zanabria; Robles, Obberti y Kempes. Cap y compañía se desayunaron con un Kempes soberbio, al que terminaron llevando al Mundial. ¿Y por qué, de paso, no habrán convocado al Trinche, si a fin de cuentas fue la figura? Aquí se abre el apasionante camino de la ucronía, cuyo inevitable desenlace tiene a Carlovich levantando la Copa en Munich, después de humillar a la “Naranja mecánica” de Johan Cruyff y a la soberbia Alemania de Franz Beckenbauer.

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Una referencia cercana para remitirse al Trinche jugador es Fernando Redondo. Se trataría, en todo caso, de un Redondo más bien hippie, con las medias caídas y la camiseta suelta. Carlovich -cuentan- miraba extrañado cómo compañeros y rivales corrían y corrían, cuando en su cosmovisión la que debía correr era la pelota. Se habla de la técnica exquisita, inigualable, que el Trinche exhibía como en un teatro. De sus pases-gol bochinescos, de sus corajeadas para marcar territorio en la mitad de la cancha. Un 5 absolutamente atemporal. Y definido, además, como el mejor tirador de caños que se haya visto en el fútbol argentino. Ese Trinche gigante y a la vez plebeyo les dio lustre a los equipos que defendió -Central Córdoba de Rosario e Independiente Rivadavia fueron sus picos-. De las comparaciones con Maradona y con Messi -el “otro” prodigio rosarino-, siempre se ocupó el resto. Como Hipólito Yrigoyen, el Trinche era dueño de profundos silencios que traducían los demás.

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Aquellas crónicas contemporáneas sostienen que el Trinche hizo del partido con la Selección un picado de barrio. De esos en los que el crack marca los tiempos, mientras los suyos y los contrarios se ufanan por quitarle un ratito la pelota. Y después... las crónicas posteriores al amistoso son extáticas; pintan a Carlovich a la altura de un semidios. Con el paso del tiempo se subrayan las exageraciones. Tal vez algún día, de algún sótano, surja una filmación casera, un retazo de esa gesta que alimente lo poco que del Trinche se ve en YouTube. Pero, ¿y si quedara demostrado que no fue para tanto? ¿Y si la realidad derriba al mito?

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En mayo de 2020, plena pandemia, al Trinche lo mataron para robarle la bicicleta. Tenía 74 años. Insólito final. Es que a veces en la extrema simpleza radica la génesis de las mejores novelas. Y Carlovich, que no quería saber nada con esas cosas de la fama, tan modesto y huidizo, tan indescifrable sin pretender serlo, terminó convertido en un magnífico personaje.

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