La película Paddington narra las aventuras de un oso peruano que pertenece a una comunidad de plantígrados anglófilos que hablan el inglés como si fueran los mejores alumnos de Mrs. Rush. Es un personaje inocente y curioso que comete mil torpezas en su primera visita a Londres. En un momento muy celebrado por los londinenses, el osito debe subir por una escalera mecánica en la estación de trenes, pero vacila al ver un cartel que dice algo así como “En esta escalera se alzan los perros”. Ocurre que, desde luego, la cinta transportadora debe haber comido a más de una mascota y entonces hay que auparlos durante el trayecto. Paddington ve que no tiene perro y busca un chihuahua para encarar con seguridad la subida, como quien ha cumplido con la ley.
Los londinenses llevan décadas riéndose de la ambigüedad del mensaje, lo cual tiene sus razones teóricas, aunque en la práctica no hay lugar para la duda. Así, se encuentran cientos de sitios y videos en internet dedicados a bromear con el cartel. “No se puede subir sin perro”, sería una lectura, la de nuestro personaje. Otras muchas interpretaciones extrañas son plausibles: en esta escalera y no en otra es que hay que subirlos. Hay una de gatos, o, por qué no, que en otras los perros pueden ir como quieran. En esta escalera se debe alzar perros y en otras se hace otras cosas con ellos, y así ad nauseam.
Lo trágico sería que la señal, en vez de dar risa, genere auténtico desconcierto. Peor si se trata de un momento de necesidad y urgencia decretada biológicamente. Es que si hay un instante en el que uno quiere dejar de lado la hermenéutica, el universo de lo simbólico y reconocer instintos e inclinaciones materiales, es cuando se va al baño. Es justo en ese lugar donde los bares y restaurantes y demás baños “públicos de gestión privada” de Tucumán (aunque no sólo los de aquí) nos traen a la semiología, a la ciencia de los signos. Es como si nos apareciera la esfinge de Edipo cada vez que encaramos el baño de un restaurante por primera vez, no como si se nos pregunte cosas como: ¿a quien querés más, a la mami o al papi? Justo cuando lo que se quiere es evacuar.
En pocos lugares se despliega tan a sus anchas la falsa corrección, la rebuscada creatividad y el mal sentido de la oportunidad para hacer gala de la originalidad.
Como dice Xavi Calvo, diseñador y periodista cultural: “El mundo de los pictogramas para rotular puertas de aseos y baños públicos no sólo sirve como adelanto de lo que encontraremos dentro, sino que es caldo de cultivo para los cuñados del diseño que creen tener ideas mazo creativas que se mueven en las delicadas aguas del buen y el mal gusto… frutas y flores, personajes del cine, el galán y la doncella, ranuras y símbolos fálicos, alusiones a la zona púbica o tópicos tintados de sexismo, tacones o corbatas, la flamenca y torero, el toro y la vaca” .
No estamos solos entonces. Atención, el “mazocreativismo” del que nos habla se refiere a técnicas creativas de diseño, no al fondo de nuestro asunto. Refiere al diseño de naipes, a qué tan original pueden llegar a ser un mazo de cartas. Es ese buscar la forma original, el diseño distinto.
En nuestra provincia uno se encuentra que en los bares más humildes uno pregunta con miedo si es que hay baño, luego si anda, y recién solicita un plano para ir a su encuentro. La señalización es verbal, con un grito de “el de la derecha” y quizás una broma marchista si es varón.
Luego entramos en la zona del desconcierto, el baño de bar con aspiraciones culturales. La tragedia es de la clase media aspiracional que ha tamizado las necesidades con lecturas sobre el estado del arte y el resultado es una mezcla de esnobismo y maldad. Aquí vemos desde sutiles líneas, hasta representantes del cubismo, del expresionismo abstracto y del arte conceptual. Además de un vocabulario rebuscado como Monsieur, Madame, Gents, Ladies, Women, Men, Ellos, Ellas, sombreritos con o sin pluma (se imaginan a alguien con sombrero de galera de verdad entrando feliz al baño al haber encontrado su lugar). En casos nos encontramos con esculturas de la bienal holandesa que son como “El grito” de Munch que no dan ganas de entrar, ni de vivir. Gauchos, chinas, zapatos taco alto, botas, hasta marcadores cromosómicos “XX, XY” (aquí si uno es literal como el oso, el que tiene cromosomas X entra a cualquiera).
Además, a medida que se hace oscuro, de noche todos los gatos son pardos, las señales se vuelven más complicadas, más si digamos que se le grabó a uno un línea y a otro un círculo o en uno está un dibujo de Jorge Luis Borges y en el otro Victoria Ocampo.
Como bien lo señala Florian Werner en su opus magna “La materia oscura. Historia cultural de la mierda”, la cultura occidental es inexplicable sin el intento de esconder los restos digestivos. El autor no mezquina argumentos etimológicos: “¿No es acaso emblemático que la palabra latina para excreción, excrementum, tenga la misma raíz que la palabra usada para secreto, secretum?”
Mantener el secreto es difícil si no se puede comprender las señales sin apelar a un baquiano o a un traductor… Y sin ofender a nadie.