En nuestra provincia hay más remeros que en La Reina del Adriático. No llevan ningún “canotier”, como se llaman esos sombreritos rectos de paja y con cintitas de color. Tampoco se trasladan en góndolas ni cantan -en general- “O Sole mío”. Pero son fundamentales para la convivencia. Permítanme describir algunas escenas contundentes que verifican su naturaleza y su condición de imprescindibles.
Un remero se acerca a la gomería con una rueda pinchada. El gomero le recomienda un tratamiento hiperbólico y costoso, con perforación y cierre de la fisura -en gran parte hecha por el mismo gomero- con caucho. El remero no se puede negar ante tanto entusiasmo. Mientras ve cómo le arruinan la rueda escucha reflexiones antipatrióticas.
-¡Esto lo hacen los brasileros, es caucho puro! ¿Por qué no lo hacemos aquí? Porque así somos vagos. Mirá lo que es; es como un chicle puro. Son como un millón de bazucas.
El remero quiere seguir la charla a pesar de que no le gusta la dirección. Desliza sin querer un parecer que hace que su charla zozobre.
-Debe ser porque allá hay árboles de caucho y aquí no….
-Ah, mire usted….Qué pelotudez que dije entonces...
El silencio es terrible y se pueden escuchan las burbujas que salen de la bañadera. Aquí es donde aparece la maestría del que sabe canoeing interpersonal:
-¡Pero si tuviéramos esos árboles tampoco haríamos los parches y les compraríamos a los brasileros! -vence la corriente el remero. Los resultados no se hacen esperar. La felicidad de aquel artesano del mayor invento de la humanidad es total.
-¡Claro! ¡Ni así los haríamos, puta estos brasileros son unos genios! ¡Somos tan tan… argentinos!
Los remeros son defensores natos de los otros. No lo hacen para evitar ninguna consecuencia en particular, por caso una riña o una discusión. Es una actitud ante la vida.
Esa misma interacción y situación bien podría haberse dado con un modelo distinto, digamos el patriota no remero, sino más bien amotinado. Postura firme que no afloja aunque la conversación quede tirante. En tal caso el amotinado llegado el incómodo silencio de la explicación de la escasez de caucho, dejaría tenso el ambiente y comenzaría una diatriba que puede implicar cantar el “Aurora”, compilación de gestas y mártires argentinos y toda serie de golpes bajos hasta que el gomero se retracte y termine poniendo un mástil en la vereda con la celeste y blanca.
Otra opción es, desde luego, que se encuentren dos gomeros procariocas (no procariotas, ese es otro asunto). En tal caso no hace falta remar ni amotinarse: fluirán entonces las loas a los extranjeros y denigración del suelo patrio y sus frutos idiotas, dos de los cuales, omiten decir, son ellos. El problema es que no leyeron la crítica de Sábato a Borges:
Borges... Se sonrió. -Dicen que es poco argentino -comentó Martín. -¿Qué podría ser sino argentino? Es un típico producto nacional. Hasta su europeísmo es nacional. Un europeo no es europeísta: es europeo, sencillamente.