La patria pierde con el statu quo

La patria pierde con el statu quo

Hay eslóganes sin contenido serio. Tal el latiguillo de “la patria no se vende” ante los proyectos del Poder Ejecutivo Nacional. Porque nada hay en la ley Bases ni en la reforma tributaria que atente contra la capacidad de decisión de las ramas del gobierno diseñadas en la Constitución Nacional. Ni contra “el pueblo”, otra entelequia esgrimida por los opositores.

En realidad, se trata de maquillar con patriotismo los intereses sectoriales o partidarios. Es la pretensión de fusionar patria con Estado, Estado con gobierno y gobierno con partido. Por esa vía quien no apoya a un determinado partido es un vendepatria, lo que significa la negación de la democracia y la vida civilizada. Así se llega, por ejemplo, a defender una empresa estatal de aviación que se sostiene gracias a la inflación que sufren sobre todo quienes no usan aviones, porque su mala administración genera un déficit que se termina cubriendo con emisión que suma a la presión inflacionaria. Pero lo importante no es la bandera de la empresa sino que el servicio se preste con eficiencia. Algo difícil cuando la guía de la conducción no es la utilidad social. En el mundo moderno la conectividad aérea es más probable con políticas de cielos abiertos y en todo caso subsidios para ciertos tramos que con el Estado cargando el costo de una empresa. Por desgracia, en el Senado el gobierno cedió la privatización de Aerolíneas Argentinas con tal de que se aprobaran otras cláusulas.

La visión errada también está presente en cómo considerar al inversionista extranjero, algo que se relaciona con el Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones. Tiene de criticable lo que cualquier régimen especial al estilo de las amnistías tributarias. ¿Por qué no premiar al cumplidor? Aquí, ¿por qué no premiar a quien ya está invirtiendo? ¿Y el inversionista pequeño? Aunque debe aclararse que, primero, se alientan las inversiones grandes, no sólo extranjeras. Segundo, inversiones nuevas, incluso de empresas ya instaladas en el país, mientras superen los 200 millones de dólares. Tercero, el monto apunta también, entre otras, a la tan reclamada obra pública, con la empresa privada reemplazando al Estado. No sólo a la minería como denunciaba la crítica para dejar pegado el proyecto al extractivismo sin mostrar sus ventajas.

¿Se pudo haber pensado lo mismo para toda inversión nueva sin importar el monto? Sí. Pero el costo de implementarlo para cualquier valor de inversión podría superar sus beneficios, lo que sería antieconómico. Por otra parte, las pymes tienen la mejora de las normas de contratación que no se aplican a las grandes empresas.

La crítica se esconde tras la patria porque podría venir inversión externa. Y en realidad eso es bueno. Primero, siempre se reinvierte si hay posibilidades de seguir ganando, no importa la nacionalidad de la firma. Segundo, ¿qué problema hay con que el inversionista foráneo se lleve ganancias? Si fueron legítimas no es criticable. Y si la alternativa al retiro de beneficios fuera que la inversión nunca se haga, con más razón. Porque mientras la empresa esté en el país paga sueldos, impuestos, servicios y proveedores. Muchos de ellos, pymes. A veces la defensa del empresario nacional “porque no se va del país, ni él ni su dinero”, suena a confesión de que se pretende abusar de él aprovechando su alto costo de migración.

Tal vez, cuando hay buena fe, se piense que citar a la patria justifica todo sin importar las consecuencias. De hecho, que decir “la patria”, cual conjuro, debería producir buenos resultados. Pero el mundo no funciona así. No se invierte donde se viola la propiedad privada y no se presta a quien no devuelve, no por conspiraciones sino por cuidar los recursos. La soberanía no tiene nada que ver con la ignorancia.

La patria se defiende sosteniendo la capacidad de decisión de los argentinos sobre lo propio y eso se logra mediante el desarrollo económico, que genera respeto en el mundo. No con déficit fiscal, inflación, empleo en negro, salarios formales inferiores a la línea de pobreza, regulaciones que traban la libertad económica. Y claro, San Martín no es argumento. Aquello de “en pelotas pero libres” no era un llamado a aguantar la miseria culpa de gobiernos propios irresponsables sino a tener valor para enfrentar la opresión armada. Hoy la soberanía se defiende logrando que haya inversiones y empleo. No hay dominación en los negocios mutuos.

¿Se quieren los beneficios del mundo desarrollado sin pagar sus costos? Imposible. Cuidado con quienes invocan la patria para vivir del Estado, tener poder político, ser dadivosos con el dinero ajeno para que les deban favores, tener prebendas. No hay patria si las leyes conspiran contra la toma de empleo, porque no hay derechos de los trabajadores si faltan trabajadores porque no hay empresas.

En esa línea, en nomb re de los derechos de los trabajadores el Senado rechazó una reforma del Impuesto a los Ingresos que hubiera implicado un alivio para los contribuyentes con hijos menores y créditos hipotecarios pues podrían desgravarlos. Con el argumento demagógico de evitar la baja del mínimo no imponible mantuvieron un sistema injusto, que no considera las diferencias en la capacidad contributiva y donde las alícuotas tienen menos progresividad que en la propuesta oficial.

Un aparte para los incidentes durante la sesión del Senado. Algunos los justificaron aludiendo a la violencia verbal de Javier Milei. Que es desubicada, seguro. Pero los delincuentes del miércoles siempre actuaron con violencia sin importar los modales del presidente de la Nación. Son los mismos de 2017 cuando Mauricio Macri no insultaba a nadie, y de los aprietes a las empresas privadas y de la legislatura de Jujuy. No es violencia de abajo reaccionando a la violencia de arriba, como se decía en los 60 y 70. Simplemente son personas que rechazan la democracia y por lo tanto atentan contra la patria y los trabajadores aunque destruyan en su nombre.

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