A 140 años de la muerte del prócer tucumano: Alberdi íntimo

TERCERA EDAD. Uno de los últimos retratos de Juan Bautista Alberdi, el prócer nacido el 29 de agosto de 1810. TERCERA EDAD. Uno de los últimos retratos de Juan Bautista Alberdi, el prócer nacido el 29 de agosto de 1810.
18 Junio 2024

Gilda Pedicone de Valls

Doctora en Derecho - Fiscala de Estado

Después de muchos años de docencia universitaria enseñando la obra de Alberdi, se despertó en mí la inquietud de saber cómo había sido la vida de este joven tempranamente huérfano que recordaba con cariño su niñez y los paisajes de su Tucumán natal.

Sabemos de sus condiciones de gran jurista, de sus brillantes aportes a la construcción de la organización nacional, de su autoría de las Bases y Puntos de Partida como modelo de la Constitución de 1853.

Pero, ¿fue Alberdi un hombre feliz?

Podría decirse que sí: tuvo amigos entrañables con los que compartió sus luchas, como Vicente Fidel López, Antonio Wilde y Miguel Cané -el padre del autor de Juvenilia-. Especialmente Juan María Gutiérrez, con quien alquilaba una habitación en la casa de Mariquita Sánchez de Thompson. Allí, en el mismo piano en el que se interpretó por primera vez el himno, Alberdi componía sus Minués Argentinos.

También se mostraba feliz al recordar a Belgrano, el haber conocido a Rosas y a San Martín durante su estadía en Europa.

Como muchos, tuvo momentos de gran reconocimiento y prestigio, como abogado exitoso en Valparaíso; el haber visitado y obtenido el reconocimiento de nuestra independencia ante los gobiernos de Inglaterra, Francia, el Vaticano y España en 1855 como “Encargado de Negocios de la Confederación Argentina” cargo que ejerció durante los siguientes 24 años, residiendo en París; sus logros como Diputado Nacional por Tucumán ante el Congreso de la Nación.

OBRA DE ARTE. El 26 de septiembre de 1904 se inauguró el monumento de Juan Bautista Alberdi, realizado por Lola Mora. OBRA DE ARTE. El 26 de septiembre de 1904 se inauguró el monumento de Juan Bautista Alberdi, realizado por Lola Mora.

Era feliz cuando escribió “Me gusta viajar, conocer. El transatlántico me permitió, con mi amigo Juan María Gutierrez conocer Europa en 1843. Suelo decir “El vapor no solo ha suprimido la tierra como espacio, sino el mar. Como el pájaro, el hombre se ha emancipado de la tierra y del agua, para cruzar el espacio casi en alas del aire”.

He visitado Génova, Turín, Ginebra, París y El Havre entre los meses de junio a diciembre de 1843. Fue en esa ocasión que realicé mi primer viaje en tren, para visitar al general San Martín en su residencia en las afueras de París”.

Sin embargo, al dejar su cargo de Ministro Plenipotenciario de Argentina en países europeos, entre 1862-1879, comienza la etapa de voluntario desterrado en Francia, durante la cual, escribiendo y publicando, solo vive de su pluma.

En 1879 una alianza entre Roca y Avellaneda lanzó la candidatura de Alberdi a diputado nacional, donde se destacó en el debate sobre la federalización de la ciudad de Buenos Aires como sede del Gobierno nacional.

Pero en 1881 se despidió de sus amigos y supo, como se saben ciertas cosas irreversibles, que no volvería a la patria.

Ausente

Planteó allí en términos angustiosos su dilema: permanecer ausente y escribir con libertad, o vivir en su tierra silenciado por desatinados gobernantes.

Desde su patria le llegaban diversos pedidos de que volviera, y en honor a esto escribió en enero un nuevo folleto, Palabras de un ausente, en el que explica a sus amigos del Plata los motivos de su alejamiento.

En el libelo refería que, cuando hacía más de 30 años había dejado una Buenos Aires estrangulada por Rosas. Lo había hecho en busca de la libertad que le permitiera opinar sobre los asuntos públicos sin ser degollado, y que había permanecido en el exilio sin haber dejado nunca de ocuparse de su patria, manteniendo desde lejos una incesante presencia moral en la alta vida pública, mientras los verdaderos detractores lo llamaban traidor.

Quizá eso lo llevó a una vida solitaria en sus últimos años, a los que se sumaron la falta de recursos y una salud deteriorada.

En otra de sus cartas dice, resignado, “Moriré en París”. Y prueba de ello es haber contratado la construcción de su propia tumba en el cementerio de Père Lechaise, tumba vacía porque nunca fue usada.

Esa dimensión del hombre brillante y muchas veces injustamente agraviado revive la pregunta inicial: ¿fue Alberdi un hombre realizado, que tuvo en vida el merecido reconocimiento que quizá -tardíamente- le damos hoy?

¿Será que los grandes hombres, como los árboles que se elevan demasiado sobre el nivel de la selva, están por eso más expuestos a sufrir las tempestades? La vida y obra de Alberdi lo confirman.

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