Estoicos tucumanos vs. vendedores de “Eureka”

Comprar libros que nos brindan “tips” para ser exitosos suele ser muy positivo... para el autor. Así ocurre con muchos de los escritores de moda que se consideran el “nuevo estoicismo”. La filosofía estoica, de la buena, se nutre de raíces honorables y es un mundo apasionante. Fue fundamental para el pensamiento romano durante la etapa pagana -y gloriosa desde el punto de vista de la conquista del mundo por ellos conocido- del imperio.

Los romanos no discutían pavadas metafísicas ni patafísicas. La filosofía para ellos estaba unida a la política. El estoicismo les sentaba bien en tanto que el sabio estoico busca una sabiduría que le permita conocer la naturaleza humana, social y cósmica para actuar con racionalidad. Sin perder el tiempo en lo que no se puede cambiar, a la vez que arremeter enérgicamente en el ámbito en el que puede efectivamente hacer una diferencia. Esa idea de una sabiduría “dosificadora” -muy interesante- ha prendido la lamparita de más de un pirata de la autoayuda como es el caso de Massimo Pigliucci. El modus operandi de estos coachings neoestoicos es tomar una frase o una idea de la filosofía y convertirla en “tips” o “ejercicios” que tienen, mitad y mitad, de estupidez y de oportunismo.

El estoicismo es todavía sinónimo de resistencia, autocontrol y -palabra horrible de moda- “resiliencia”. Resiliente parece denominarse al sobreviviente que se supera a través de las catástrofes. Tiene una connotación darwinista en la que cabe desconfiar (los que no sobreviven no son resilientes, sino perdedores), sumado a una circularidad reñida con cualquier demostración científica (sobrevive el resiliente, el resiliente es el que sobrevive).

Por último, no debieran olvidar la resiliencia de aquellos que tenemos que leer y escucharlos hablar de resiliencia.

Básicamente, lo más lindo sería no sufrir en vez de una moral de la agonía. Vamos al lado filosófico, al elemento estoico. Uno de los pilares, dijimos, es el autocontrol. Epícteto -uno de los filósofos más respetados del primer siglo de nuestra era- sostenía algo así como “Sé que voy a morir, si no muero hasta el mediodía tengo que ver bien qué almorzar”.

Suerte con eso. Es una linda discusión, si tememos a lo que controlamos o a más bien a lo que no podemos controlar, si podemos ser indiferentes a la mortalidad y enfocarnos el guiso de arroz. Pero de ahí Massimo Pigliucci propone un ejercicio muy interesante: recordar que somos mortales yendo de vez en cuando a los cementerios y energizarse de esa forma comprendiendo la suerte que tenemos de no estar entre los que usan la tarjeta “Baje” en el Cementerio del Oeste. Buena idea.

Vamos con otro aporte que saca Massimo Pigliucci del estoicismo, aparte del necro-trekking. La propuesta es en este caso para ejercitar nuestra frugalidad. Grosso modo, nos dice Pigliucci que debemos ir al shopping y pasar el día viendo y probando sin comprar.

Genio. Luego de este masoquismo comercial, debe uno sentarse a la salida y reflexionar para luego decirse: ¡cuántas cosas que no necesito! No estaba contemplado el mercado virtual, pero puede pensarse una variante. El problema es que si usted no es un estoico, siendo este un ejercicio para serlo, o tiene una recaída hedonista, puede terminar endeudado hasta el cogote en unas pocas horas.

No tan mal...

Una tercera práctica recomendada por los estoicos desde Séneca tiene que ver con el manejo de la ira. La Roma antigua se había vuelto una ciudad con mucho tránsito de carros y caballos y todo tipo de problemas urbanos y eso generaba mucha mala sangre a sus ciudadanos. Séneca sostenía como positivo, en ese entonces, empezar el día imaginando que todas cosas que puedan pasar mal en el día ocurran juntas. De esa forma, dice el sabio, nuestro día real será mucho mejor que el peor día imaginable.

El problema es que extrapolar esto a nuestros días no parece razonable, que sirva para la Roma del primer siglo no quiere decir que valga para nosotros. En el imperio romano no estaban los carriles exclusivos de ómnibus, ni los “lomo de burro sorpresa” ni los agentes de tránsito tucumanos -mayormente teñidos con henna, tema más cercano a los egipcios-. Ni estaba Séneca viviendo los meses más largos de la vida económica suya, tampoco la tuvo que escuchar cada rato a Lemoine, ni vio los afiches-de fotos-de selfie del Ente de Turismo donde hay que adivinar qué lugar es ese que se llama como nuestra provincia. Menos preguntó jamás en la feria de la terminal vieja dónde queda el baño ni tuvo que leer columnas como ésta.

De corazón

Al contrario de Massimo Pigliucci y su “estoicismo delivery” , en la academia tucumana hubo grandes, excelentes estudiosos de Séneca, Cicerón, Marco Aurelio y todo el mundo latino . Uno de ellos fue Gaspar Risco Fernández: un fuego de saberes y pasiones.

Recuerdo sus clases y conferencias sobre Séneca, bellas y crepitantes, por así decirlo. Una vez alguien le preguntó cuál era su bibliografía y Gaspar en un gesto serio se llevó la mano al pecho: “aquí está la bibliografía”. Un maestro lector y conversador apasionado. Ahora, después de haber escuchado a Risco Fernández uno comprende que lo de Pigliucci es para otra seña.

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