Hombres en la Luna

En nuestros hogares había además de libros, discos. Una experiencia difícil de trasvasar a las nuevas generaciones es la de pasar las tardes escuchando esa pila discos que a modo de capas geológicas, marcaban momentos de la historia familiar. Comprar un vinilo era un lujo y los discos quedaban por generaciones. Éramos niños para quienes PAcman era lo más parecido a la playstation y el 113 para preguntar la hora era nuestro ChatGPT. No escuchábamos esos discos, nos los aprendíamos. No es exagerado decir que los discos eran parte de las casas, los amigos eran muchas veces explicados en términos de “el que tiene el de Soda”. Tafí del Valle no era Tafí sin el disco de los Beatles, la casa del tío sin Piero.

No se sacaba un disco de casa más que a los ventiladores de techo. Eran muy delicados y un disco rayado era una golpe duro a la autoestima. El mote de “disco rayado” va a perder quizás su razonabilidad y se repita sin pensar. Cuando Pizarnik habla de “Mis pupilas de disco rayado”, compone una bella metáfora para referir al titilar de las chispas ondulantes en el agua oscura de la mirada. Les va a costar a los traperos de hoy leer a la Pizarnik,

Los melómanos con respecto al vinilo eran muy parecidos a los actuales: estaban aquellos que necesitaban hacerlo en soledad, uno ni se enteraba de que tenía discos. Por otro parte, estaba el típico melómano patotero. Era un potencial quedar atrapado en su momento de “escuchar música” El personaje hacía aterrizar la púa y se sentía el artista mismo del sonido y miraba fijo a cada una de los presentes, haciendo uso del énfasis: “cuchácuchá”. Este mismo delincuente hacía lo propio con las diapositivas de sus viajes: en cualquier momento se apagaban las luces y empezaba la función de ver sus fotos de viajes comentadas exhaustivamente.

Había discos muy curiosos en el “pucará” familiar. Recuerdo unos de poesía recitada, otros de efectos de sonido y, quizás el más curioso, el del hombre en la luna. Un disco con la transmisión de la CBS del alunizaje. Narrado por Walter Cronkite, famoso cronista que cerraba los noticieros con la expresión “Y así son las cosas” -un amigo santiagueño me solía decir “ las cosas ni pasan hasta que suceden”, riéndose de este tipo de vacuidades.

Como se señaló, había un imperativo: escuchar los discos hasta que gusten. Era difícil en este caso, una transmisión de los años 60 con la voz de los astronautas entrecortada, de mala calidad y en el inglés original. El momento que reconocía era cuando llegaba la famosa frase “un pequeño paso para un hombre, un gran paso para la humanidad”. Lo cierto es que tuve una gran decepción cuando me enteré de que no la escuché bien nunca. Porque la dijo mal.

Al enterarme de la polémica fui de nuevo al disco y sí, no pronunció bien. El cronista Cronkite narra el momento en que el astronauta toca la superficie lunar y escucha que Armstrong dice algo y visiblemente confundido pregunta a los colegas:

-¿Qué dijo? ¿ algo de pequeño paso hombre?

-Y no sé qué de humanidad. No se entiende, vamos a chequear.

Efectivamente, Neil Armstrong tenía una papa en la boca. Las críticas a su expresión ocupan mucho lugar y el propio Armstrong se explicó:

Las personas que me han escuchado durante horas en las cintas de comunicación por radio saben que me como sílabas. No era inusual que lo hiciera. No soy particularmente articulado (para hablar). Por otro lado, creo que las personas razonables se darán cuenta de que no hice una declaración tonta intencionalmente.

El alunizaje estuvo tan lleno de condimentos que no hace falta dudar de que eran hombres en la luna. Buzz Aldrin que estaba con él en el módulo quería bajar primero, era científico de carrera, había diseñado los viajes orbitales y tenía muchísimo más recorrido académico que Armstrong, que era antes que nada un piloto. Hombre sencillo y tranquilo de Ohio, lejos de la necesidad de protagonismo de Aldrin fue Neil el elegido. Bajó Armstrong por ser el capitán de la misión y pronunció mal la frase más famosa del siglo XX. Después hizo su trabajo de recoger muestras y tomar fotos. Aldrin bajó luego, pero el segundo en pisar la luna está más cerca del tercero y el décimo que el primero. Eso sí: Primero comulgó, o sea que si en algo es primero es alimentarse en el satélite. Desconozco si habrá sido una comunión normal, en tal caso se convertiría en el primer descorche. Al salir dijo “magnífica desolación”. Así fue el recorrido de su frase.

Aldrin sacó miles de fotos al igual que su compañero. Pero un detalle: mientras él es copiosamente registrado por Neil, sólo aparece Armstrong en un par de las suyas. La famosa foto de Neil Armstrong con el reflejo de Buzz Aldrin fue tomada en la superficie lunar durante la misión Apolo 11. En la visera del casco de Aldrin se puede ver de manera distorsionada el escenario lunar, incluyendo a Armstrong y el módulo lunar. Esta imagen es emblemática del alunizaje y captura un momento histórico en la exploración espacial. Aldrin posa para la foto, pero no importa.

Armstrong también murió primero. Aldrin pasó su larga vida relatando su epopeya, tratando de ser el protagonista, como disco rayado. Al punto de reconocer que gran parte de lo visto era un montaje. Lo cierto es que se hicieron retoques y dramatizaciones en la transmisión de la época: pero las intrigas humanas, los celos y las mezquindades no tuvieron maquillaje y eso es tan contundente como la huella de Armstrong.

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