La avalancha actual de dispositivos tecnológicos que nos invade por todas partes, y que ya forma parte de la cultura en la que vivimos, nos va robando paulatinamente tiempo y profundidad de pensamiento. Para reducir nuestra dependencia de ellos, es necesario que cada persona afectada cree su propio espacio de relajación y reencuentro consigo misma. Analizarse o meditar son algunas formas de recrear la espiritualidad o, si se prefiere, de enriquecer el empobrecido mundo interior. De este modo, es posible ir llenando el vacío que experimenta el ser humano actual. Cuando quienes padecen esta situación descubren su propia riqueza interna -antes solo potencial-, pueden desprenderse gradualmente de la “droga” electrónica o cultural a la que se aferraban. Esto no significa que se conviertan en ermitaños que se aíslen en las montañas. Lo que cambia, más bien, es la significación y la postura que adoptan ante sí mismos, ante los demás y frente a sus objetos de interés. En resumen, ante lo real de su vida. El filósofo Immanuel Kant decía que “lo real es la esencia misma de las cosas, el conocimiento último, mientras que la realidad es lo que la mente humana percibe a través de los sentidos”. Desde nuestra perspectiva, podemos añadir que la intermediación del lenguaje -es decir, los signos y símbolos que utilizamos para comunicarnos- nos eclipsa lo real. De manera similar a cómo una obra de teatro, una película o un libro pueden describir la vida de alguien, pero no son esa vida en sí misma. Aunque no tengamos acceso pleno a lo real, podemos esforzarnos por vislumbrarlo.
Jorge Ballario