El 7 de noviembre de 1989, el Luna Park fue el escenario de uno de los eventos sociales más icónicos y deslumbrantes de Argentina: el casamiento de Diego Armando Maradona y Claudia Villafañe. Con más de mil invitados, un vestido de novia de ensueño, una torta de casi dos metros y un despliegue digno de un cuento de hadas, la celebración dejó una huella imborrable en la memoria colectiva del país.
La ceremonia y la llegada de los novios
El amor entre Diego y Claudia se había gestado una década antes, cuando ella, con un pantalón amarillo, llamó la atención del astro. Pasadas las 21 horas, Claudia Villafañe ingresó a la Iglesia del Santísimo Sacramento luciendo un vestido diseñado por la reconocida Elsa Serrano. El traje estaba confeccionado con 30 metros de organza, 8 de encaje, 30 de satén, 800 cristales, 1.500 piedras preciosas y 5 kilos de canutillos bordados a mano. El look se completaba con una tiara de diamantes y perlas engarzadas en oro blanco. Diego, a su vez, esperaba ansioso en el altar. Para entonces, ya eran padres de Dalma, de dos años y medio, y Gianinna, de seis meses.
Tras dar el “sí, quiero”, la pareja salió triunfalmente, recorriendo las nueve cuadras que separan la iglesia del Luna Park, donde una segunda gran fiesta los aguardaba. Los novios hicieron su entrada al son del “Aleluya”, marcando el inicio de una velada que se extendería hasta el amanecer.
Un Luna Park irreconocible
El icónico Luna Park, conocido por su historia en el boxeo y otros eventos multitudinarios, fue transformado en un fastuoso salón de bodas gracias al talento de los escenógrafos Alejandro Bagnati y Miguel Ernesto Caldentey, elegidos por Tito Lecture, gerente del microestadio. En apenas 36 horas, el lugar fue decorado con más de 4.000 plantas, una cascada que cubría parte de las gradas, telas que simulaban mármol, una gran pista de baile y una plataforma especial para los novios. El resultado dejó atónitos a todos, incluidos los escenógrafos, quienes años después también ambientarían la Bombonera para los 15 años de Dalma Maradona.
Invitados ilustres y excentricidades
La lista de invitados reflejó la fama y el magnetismo de Maradona: figuras como Susana Giménez, Fito Páez, Sergio Denis, Carlos Bilardo, ex compañeros campeones del mundo en 1986 y futbolistas del Napoli llegaron en un vuelo privado desde Italia. La velada estuvo llena de momentos espectaculares y detalles extravagantes, como un anillo de oro y diamantes, y una torta de ocho pisos que superaba en altura a los novios. El pastel, de 1,70 metros, requería que los novios subieran a una tarima para cortar la primera porción.
La música y la fiesta: un DJ histórico
El DJ Alejandro Pont Lezica tuvo el privilegio de musicalizar la noche. En diálogo con LA NACIÓN, recordó que su amistad con Maradona se remontaba a los tiempos en los que el futbolista jugaba en Argentinos Juniors. “Me pidió que pusiera música en su boda y fue un honor enorme”, relató. Con libertad para seleccionar los temas, Pont Lezica creó una atmósfera que mezcló pop italiano, éxitos del momento y clásicos, asegurando que todos los presentes disfrutaran. Además, hubo un área especial para los niños, con juegos, maestras y la participación de la conductora infantil Flavia Palmiero, quien ofreció un show exclusivo para Dalma y Gianinna.
La comida: un despliegue de lujo gastronómico
El banquete estuvo a la altura de las expectativas. Los invitados degustaron canapés de caviar, salmón ahumado, trucha, palmitos, jamón crudo, langostinos y centolla, acompañados por 400 litros de vino blanco, 500 de tinto, 900 de espumante y 3.000 de gaseosas. La comida se dividió en varias tandas, intercaladas con la música y el baile, marcando una innovación en las bodas argentinas de la época. La mesa dulce fue otra de las grandes atracciones, con delicias que deleitaron a los presentes.
Un hito en las fiestas argentinas
La fiesta de Diego y Claudia marcó un antes y un después en la organización de eventos sociales en Argentina. Alejandro Pont Lezica definió la celebración como “fundacional” por su nivel de producción, el cuidado en los detalles y la espectacularidad de cada momento. El cotillón, que incluía sombreros y collares especiales, y la música seleccionada con precisión para cada instante, hicieron que la velada fuera memorable.