Alfredo Fenik: “Los actores somos inextinguibles”

Patriarca del teatro tucumano, el dramaturgo, actor, docente y director fue homenajeado por la Legislatura junto a otros ocho colegas de tablas.

ACTO FORMAL. La ceremonia en la Legislatura fue impulsada por el radical José Cano con motivo del Día Nacional del Teatro, que se evoca mañana. ACTO FORMAL. La ceremonia en la Legislatura fue impulsada por el radical José Cano con motivo del Día Nacional del Teatro, que se evoca mañana.

Risas, llanto, angustias, alegrías, enamoramientos sin freno y rupturas dolorosas... Todas la emociones que discurren sobre un escenario se trasladan al público en un convivio difícil de explicar y que sólo se puede experimentar cuando se va al teatro. Mañana se conmemora el Día Nacional del Teatro, y bajo ese paraguas la Legislatura Provincial -impulsada por el radical José Cano reconoció la trayectoria y labor cultural y artística de nueve teatristas del ámbito local. La voz, como cuando están en función, ahora la tienen ellos, convocados por LA GACETA para que cuenten qué significa el arte escénico en sus existencias y rescaten su mejor recuerdo. Entre los agasajados estuvo Alfredo Fenik, patriarca de las tablas y referencia ineludible a la hora de hablar del teatro tucumano. Director, dramaturgo, docente, gestor cultural y actor, a sus 93 años recuerda cuando su madre “me llevaba al teatro los domingos, a la matiné”. “Una vez, miraba muy aburrido el piso cuando advertí un brillo; me agaché, me estiré y me encontré con un anillo de oro. Se lo dí y ella lo usó el resto de sus días, porque el teatro me trae buena suerte siempre”, afirma.

Su extensísima trayectoria está jalonada de aplausos y reconocimientos, pero no deja de mencionar a su Monsieur Jordan de “El burgués gentilhombre”, de Molière, “No puedo creer que hasta hoy me sigan felicitando por un personaje que hice hace 50 años”, admite, y en esa idea encierra su concepto central: “la misión de nuestra vida es alegrar a las de los demás, que dentro de las actividades espirituales la más importante sin duda. Los actores somos inextinguibles, y merecemos estas distinciones. Hacer teatro vitaliza nuestra vida y las de los otros”.

“Lo es todo”

“El teatro, en mi vida, lo es todo”, postula sintéticamente Liliana Sánchez, una de las agasajadas. “Tenía alrededor de ocho o nueve años cuando mi padrino vino de Buenos Aires de visita y nos llevó una noche al Teatro Alberdi; yo nunca había estado en una sala y vimos al elenco de Teatro Universitario representando ‘El abanico de Lady Windermere’ de Oscar Wilde, y entonces supe que quería hacer eso el resto de mi vida”, dice sobre el momento en que decidió ser actriz.

De casualidad

En 1963, Ricardo Salim acompañó a su hermano mayor a un curso de Arte Dramático de la UNT, con la idea de formarse como escenógrafo. “Ese hecho fortuito me condujo, sin que lo planeara, a una forma de vida única, llena de descubrimientos, estímulos, desafíos, alegrías, y tristezas, que no todos tienen la suerte de experimentar. Ha sido el medio creativo donde pude expresarme como actor, diseñador, director y regisseur de óperas. Aprendí de profesores, técnicos, compañeros y elencos cosas que jamás imaginé que tendría o querría aprender. Fui un observador apasionado de las respuestas del público, las expectativas creadas en cada montaje y las críticas recibidas, porque nuestro trabajo exige una constante autocrítica, una permanente actualización y la preservación de la calidad del hecho teatral”, afirma.

REFERENTE INELUDIBLE. Alfredo Fenik sintetiza en su vida la escena local. REFERENTE INELUDIBLE. Alfredo Fenik sintetiza en su vida la escena local.

Como anécdota, rescata que en 1971, en el Teatro Alberdi y durante una fuerte tormenta de verano, “representábamos ‘Cementerio de Automóviles’ de Fernando Arrabal, dirigida por Boyce Díaz Ulloque y en una escena llevaba a un personaje que representaba a Cristo, muerto sobre una bicicleta; debíamos atravesar la platea y llegar al hall y la cúpula de la sala comenzó a quebrarse y caían cataratas de agua mientras continuamos. Al mirar al costados, vimos que el público se había levantado de sus butacas y estaba pegado a los palcos bajos, como si pensaran que la escena de la lluvia era parte del espectáculo”. “Este y otros hechos similares me hicieron pensar en la fuerza de la ficción sobre la realidad, en momentos de una representación. Es milagroso lograr que el teatro subyugue a la gente y la abstraiga de lo que ocurre”, agrega.

Muchos o pocos años

Hace 50 años que Rolo Andrada se vincula a las tablas tucumanas, que implica para él “arte, profesión, oficio, medio de vida, amor, pasión, vuelo, libertad...”.

Recuerda que “haciendo una función de ‘El gran deschave’ junto a Marta González en 1993 en Aguilares hubo un apagón total y sin salir del escenario improvisamos 15 minutos hasta que volvió la luz; el público luego nos decía que fue lo que más le gustó. Allí aprendí el significado de trabajar con grandes profesionales”.

Manina Aguirre se define como “una enamorada de la profesión, porque de lo contrario es mejor quedarse en casa que ir a dar función”, a la que llegó a los 52 años. “Es mi lugar en el mundo. Tuve la oportunidad de cristalizar mi sueño de grande y me aferré a mi deseo con uñas y dientes para lograrlo. He tenido la dicha de trabajar con grandes de la escena en estos 22 años de recorrido, como con Nelson González en ‘El amor después de los 60’ y Norah Castaldo en ‘Doña Rosita, la soltera, junto a Benjamín Tannuré y Hugo Galván, que me enseñan a tener confianza y fe en el compañero y compañera”, sostiene.

Por el contrario, Beatriz Morán vive el teatro como actriz desde los 15 años y lo considera “el modo de caminar la utopía de una sociedad mejor, empática, justa, solidaria e inclusiva, con la gran unión entre artistas y públicos que nos hace mejores personas”. Durante la secundaria en la Escuela Normal -en plena dictadura militar-, dirigida por Jorge Alves y en medio de un ensayo, cruzó miradas con Pablo Parolo. “Ambos tuvimos la certeza, con mucha seguridad, de que ese era nuestro lugar en el mundo”, asevera y como deseo menciona que haya una Comedia Municipal.

Una dupla reconocida

Sergio Prina comenzó a los 17 años, y desde entonces el teatro ha sido su actividad central, desde su formación académica hasta su construcción de pareja, pasando por sus trabajos. “La docencia teatral vino porque antes actué y me pensé como actor y qué herramientas necesitaba, así como mi presencia en el cine. Es un espacio en el que estoy pivoteando todo el tiempo. Voy por la calle y estoy mirando a la gente con ojos de actor, de director, de docente. El arte me ha configurado una forma de estar y de ver: no puedo dejar de pensar en ficciones desde que empecé”, describe. Acerca de sus recorridos, destacó el taller de Raúl Reyes “como un espacio con una potencia que te contagia de un deseo muy fuerte de querer actuar; y luego mi paso por la Facultad de Artes de la UNT, que me aportó diferentes estéticas y miradas de los docentes y encontrarme con otras formas de crear”.

Su dupla con Liliana Juárez transcurrió en el cine en “El motoarrebatador” y “Los dueños”, como el teatro con “La verdadera historia de Antonio”, obra que definió como un punto de inflexión. La actriz también evocó esa experiencia como decisiva: “los directores (Agustín Toscano y Ezequiel Radusky) siempre nos decían que no hablemos de temas de actualidad cuando improvisábamos en escena; y un día, para hacerlos enojar les mentimos que mi personaje dijo ‘Murió el rey del pop’, por el fallecimiento de Michael Jackson, pero no fue cierto; siempre se hacían bromas”. “El teatro apareció en una etapa de crisis que atravesaba. Mejor dicho, salí a buscarlo y nos encontramos. Me abrazó de fortaleza y solidez y me aportó una madurez emocional y intelectual que hasta hoy me acompañan”, concluye.

Identidad cultural: el sentido del reconocimiento

“Este homenaje es un reconocimiento al enorme aporte al arte y a la identidad cultural de Tucumán. El teatro no es solo un arte, es una herramienta que conecta generaciones, que fomenta el pensamiento crítico y que nos refuerza como sociedad. Nos merecemos sentirnos orgullosos de lo que somos”, planteó el legislador José Cano, impulsor de la distinción a los teatristas en la Cámara. De la ceremonia participaron representantes de la Asociación Argentina de Actores y Actrices, el Ente Cultural de Tucumán, el Instituto Nacional del Teatro y el vicegobernador Miguel Ángel Acevedo, quien resaltó que viene de una familia artística relacionada con el circo de los Hermanos Medina.

Evocación: las razones históricas

Desde 1979, se conmemora en el país el 30 de noviembre el Día del Teatro Nacional. En esa fecha de 1783 se inauguró el Teatro de la Ranchería -también llamada Casa de Comedias-, primera sala en suelo argentino (cuando aún se era colonia española), en la esquina de las porteñas calles Alsina y Perú, para atender los intereses artísticos de un público en crecimiento. Junto a los dramas y las comedias había piezas musicales. El 16 de agosto de 1792 el lugar se incendió por completo: un cohete lanzado desde el atrio de la iglesia de San Juan Bautista impactó sobre el techo de paja, que ardió rápidamente.

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