Ya sea una cuestión de agüero o por simple emoción, en la antesala al Año Nuevo queremos predisponernos de la mejor manera, con la ilusión quizás, de que aquello que hagamos el primer día del año tenga resonancia en el resto de los 364. Entre las prácticas que acostumbramos a hacer en la Nochevieja está la célebre “lista de propósitos”. Pero la tendencia revela algo diferente, ya que parece que proyectar a largo plazo está perdiendo progresivamente su popularidad.
Los propósitos de año nuevo son parte de esos rituales que iniciamos cuando el contador vuelve a uno. Ese día inclusive celebramos el reinicio del almanaque y nos planteamos nuevas metas y objetivos o al menos, eso parecía hasta hace un tiempo. En una encuesta realizada vía redes sociales a una población entre 18 y 30 años, el 66% de los 117 participantes destacó que no preparaba una lista de objetivos de Nuevo Año, un ritual que con anterioridad era bastante habitual para el inicio de ciclo.
La incertidumbre, un condicionante fundamental de la lista de propósitos
“En los últimos tiempos vivimos en una época donde las instituciones no son tan sólidas. El trabajo, la familia, el Estado están en constante transformación. En un contexto de incertidumbre es muy difícil planear a largo plazo, tener algún tipo de plan”, advierte el Licenciado en Sociología (UBA) y docente de la UNT, Raúl Arué, sobre las estadísticas que demuestran este relevamiento. El especialista destaca la influencia que tiene el escenario actual sobre nuestra lista de propósitos de año nuevo, incluso obstaculizando nuestras proyecciones. “Vivimos en un contexto político y económico que no nos brinda ningún tipo de seguridad”, sostiene.
Una de las evidencias más claras de esta inquietud por el futuro es el ámbito laboral en contraste con una época pasada. “Las generaciones de las últimas décadas del siglo XX y anteriores podían contar con trabajo más o menos estable. El ritmo de vida era más lento y en ese sentido sí, uno podía tener algunas aspiraciones a largo plazo”, explica el especialista. “Había como una cierta idea de seguridad que brindaba tener algún trabajo. Uno ingresaba a trabajar en algún lado y probablemente pasaría toda su vida dentro de ese espacio.”
Pero el el Magíster en Sociología Aplicada observa que “hoy en día eso es impensable”.” Lo que está presente fundamentalmente es una idea de incertidumbre: no se sabe qué es lo que va a pasar el próximo año que comienza.”
La era del “ahora constante” vuelve menos atractivo el futuro
Miguel López, psicólogo y Magíster en Clínica Psicoanalítica (UNSAM), analiza las listas de propósitos frustrados desde el psicoanálisis y le atribuye los motivos a “la época del imperio de la técnica”, temática que abordó en su último libro. Para el especialista, la falta de proyectos a largo plazo tiene que ver justamente con la era de una constante urgencia. “Hay como una rapidez y una inmediatez donde todas las cuestiones tienen una una fugacidad constante y los jóvenes actuales están muy tomados por toda esta era técnica y digital”, afirma.
Es así que nuestra percepción del tiempo cambia y en una época de la prontitud, proyectar a largo plazo parece algo poco conveniente. “Los tiempos históricos de los balances que se solían hacer de enero a diciembre, eran tiempos justamente donde habían inicios y finales, comienzos y cierres, habían tiempos conclusivos y estos últimos son a la vez momentos de balances. Ahora, cuando uno está regido por otra lógica temporal, de repente las conclusiones son distintas.”
En esta era de la tecnología y la conectividad digital que nos facilita respuestas inmediatas también pretendemos que nuestros propósitos a largo plazo se resuelvan con urgencia y que nuestras necesidades y deseos no esperaren demasiado en cumplirse. Cuando nos acostumbramos a tener todo disponible en el aquí y el ahora, el sentido del tiempo también se modifica. “Las proyecciones a largo plazo que eran muy propias de otra época, con otros tiempos, en la actualidad están bastante condicionadas. Esta es la turbo aceleración que caracteriza a esta era más técnica y digital, donde todo es absolutamente inmediato en tiempo y espacio”, destaca el Docente de la Facultad de Psicología de la UNT.
Los propósitos nos constituyen como personas
Pero los propósitos funcionan como faros, son la razón que impulsa cada accionar. No nos desplazamos por la vida despojados de motivaciones y aquello es inclusive lo que nos constituye como personas. “Es lo que nos define como seres humanos, la posibilidad de tener cierto control sobre nuestras actividades cotidianas y poder decidir qué es lo que nosotros queremos hacer y cómo lo vamos a hacer”, destaca el sociólogo.
“Cuando perdemos esa condición estamos en una situación en donde el sujeto abandona su identidad y su condición de sujeto. En situaciones muy extremas, por ejemplo, en escenarios de guerra donde las personas no tienen posibilidad de prever qué va a pasar al día siguiente, estas pierden su cualidad de sujetos”, advierte Arué.
Proyectar a largo plazo nos hace más tolerantes
En nuestra psiquis, los propósitos también cumplen una labor fundamental, la de hacernos más tolerantes. “Esto lo decía muy bien Freud, el padre del psicoanálisis: la ventaja de la proyección a largo plazo es lo que permite ordenar las cosas a partir de un deseo, lo que implicaba también renunciar a la idea de que las satisfacciones son inmediatas”, resalta López. El psicólogo advierte la importancia de prevenir de cara al futuro:“renunciar a los placeres inmediatos en pos de un objetivo mayor”.
El Docente en Psicología advierte un aspecto fundamental que suponen las proyecciones a largo plazo, el de “tolerar ciertas insatisfacciones en pos de conseguir un objetivo mayor”. El ámbito académico es uno de esos espacios de la vida que nos obliga a desacelerar y postergar. “Por ejemplo, yo tengo un examen importante el día lunes, tolero no salir con amigos el viernes y el sábado porque tengo otro proyecto importante para lo cual necesito estar preparado”, señala.
¿Qué tan grave es no planear a futuro?
Pero las urgencias de la modernidad tardía pueden disminuir nuestra capacidad de aplazar nuestros deseos. “Se lo ve en la clínica, muchas veces llegan al consultorio jóvenes que tienen la idea del porvenir un poco difusa. La búsqueda de objetivos inmediatos tornan borrosos los proyectos a largo plazo y estos últimos son orientadores para un sujeto, nos trazan un camino”, sostiene López.
Raúl Arué, por su parte, repara en las consecuencias que puede implicar para una sociedad el verse despojado de metas a posteriori. “Las personas generan constantemente proyectos y estrategias. Sería muy peligroso para la sociedad el hecho de que los sujetos estén completamente desesperanzados y que no piensen que su situación tiene alguna posibilidad de solución.”
“Planificar siempre es bueno. Uno puede hacerlo a mediano y largo plazo. Tener un objetivo a futuro y ver cuáles son las cosas que uno puede ir haciendo en esta dirección, eso es algo positivo. Así, por ejemplo, funcionan las utopías. Uno se plantea una utopía y en cuanto uno pueda ver que va haciendo pasos en esa dirección, eso es positivo”, reflexiona el sociólogo.
¿Cómo planificamos en tiempos de incertidumbre?
No obstante la incertidumbre de estos tiempos desconcertantes parece obstaculizar algún tipo de previsión futura ¿Cómo proyectar en la era de la inmediatez y de fluctuaciones constantes? Para López la solución quizás esté en articular la urgencia con la postergación ya que las estimaciones lejanas en el tiempo también pueden ser decepcionantes. “Quedarse en el largo plazo y no visibilizar logros concretos pueden generarle a uno ciertas sensaciones de frustración o impotencia”, resalta.
“Que el proyecto a largo plazo no quede exento de que también tengo logros concretos, más cercanos. Puedo trazar un proyecto a largo plazo de estudiar una carrera universitaria pero año a año tengo pequeños objetivos, cuatrimestrales, bimestrales. Unos siempre tiene elementos materiales donde verificar que este proyecto a largo plazo va por buen rumbo”, concluye el psicólogo.