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Cuando la resolana se intensifica en El Mollar, Sebastián Zavala tiene que lidiar con una “invasión de moscas” que “brotan como hormigas” en su casa. Sobre todo si es sábado o domingo, le dice a LA GACETA, porque asegura que “son días de no control” en el terreno donde se entierra la basura de Tafí del Valle y El Mollar.
El predio de tres hectáreas está ubicado a 60 metros de la vivienda de Sebastián. Por eso, para él es habitual toparse con caballos y ratas muertas. “Me duele ver el lugar donde vivo. Cuando mando fotos a mis conocidos lo hago de un costado, pero cuando ellos vienen se encuentran con esto. Me preguntan: ¿vivís al lado de un basural? Intenté hacer una pared de árboles y mirar para el otro lado, pero no puedo”, le dice al móvil televisivo de LA GACETA.
La consideración generalizada entre los vecinos de los barrios Lomita I, Lomita II y el Naranjito es que en el terreno se monta un gran basural a cielo abierto que contamina el ambiente y pone en riesgo sus vidas. Allí se ven camiones que van y vienen con basura. Montañas de tierra nutridas de restos. Perros que se acercan a buscar lo que sea en esos montículos, que algunos años alcanzaron los siete metros, según el archivo de este diario. Por todo esto hay al menos un reclamo formalizado ante la Defensoría del Pueblo en 2021 y varias manifestaciones en las calles justamente de Tafí.
En diálogo con LA GACETA, el comisionado comunal de El Mollar, Jorge Cruz, negó que sea un “basural a cielo abierto” y dijo que se trata de una planta de tratamiento de residuos sólidos urbanos en la que se recicla un 40% del volumen total que llega. Ese número puede llegar a rondar las 100 toneladas un fin de semana de enero como hoy y promediar las 20 toneladas una jornada fuera de temporada. “No es lo óptimo, pero sí se recicla”, asegura. Cruz cuenta que la planta se instaló allí en 2003. “Se concibió en ese año como una contraprestación de la Minera La Alumbrera a raíz del impacto ambiental y ecológico que había causado la instalación del tendido eléctrico de alta tensión en el valle”, recuerda.
El comisionado detalla que mediante una asamblea pública se eligió el actual predio, que está en El Mollar, dos kilómetros hacia el sur del Dique La Angostura.
“Una vez que la planta se instala, 12 o 13 familias empiezan un juicio de prescripción adquisitiva con el objeto de quedarse con esas tierras que ellos decían que con anterioridad usaban para agricultura. Ganaron el juicio en 2013. A partir de allí empezó un boom inmobiliario, proceso que dio lugar a que se pueblen unas 130 hectáreas que rodean a la planta. La gente que compró, lo hizo con posterioridad a la construcción de la planta”, dice.
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Búsqueda de oxígeno
Sebastián llegó al barrio en 2015 escapando de las “violencias de robo” que sufría en Buenos Aires. “Vine buscando conexión natural. Elegí este lugar por su paisaje, pero convivir con esto es un problema constante. El olor es insoportable en días de calor y la basura vuela. Afecta no solo nuestra calidad de vida, sino también la imagen que queremos mostrar de la zona”, se queja.
Él está acompañado por Andrea Lobo, veraneante recurrente de la villa. “Esto no es una planta recicladora. Es un basural a cielo abierto. El impacto ambiental es evidente: gases tóxicos, enfermedades transmitidas por moscas y un riesgo constante de explosiones debido a la acumulación de gases. Es increíble que en 2025 estemos lidiando con este nivel de abandono ambiental”, critica.
Pero no se quedan en la queja. En una página en Instagram (@la_casita_del_80) intentan mostrar las consecuencias de la falta de conciencia ambiental en el interior provincial.
“Yo podría hacer una denuncia, pero hay que tener contactos y medios que no tengo. Entonces lo que hago son campañas con carteles que piden que la gente se lleve su basura”, dice Sebastián.
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Contingencia
El comisionado insiste que “basural” es un nombre “despectivo” para las alrededor de 40 personas que trabajan allí (dependen de la comuna). “Es el único lugar que hay en el valle donde se hace el tratamiento. Separamos vidrio, cartón, plástico, aluminio y metales. Lo otro es disposición final en el mismo lugar. No es algo a cielo abierto porque todos los días se está tapando con máquinas que trabajan de lunes a lunes. Se procesa la basura en una fosa, se tapa y se fumiga para controlar vectores y roedores”, asegura.
Cruz reconoce que el trabajo actual forma parte de un “plan de contingencia” mientras se intenta trasladar y construir una nueva planta de disposición final de los residuos. “El basural de El Mollar se va, sí o sí”, había prometido en febrero de 2023 el gobernador Osvaldo Jaldo.
“Se está trabajando con la Secretaría de Ambiente, el Ministerio del Interior, el Municipio de Tafí del Valle y la comuna. Ya hay un lugar elegido donde se va a trasladar. Mientras se trata de cumplimentar con todos los requisitos legales y ambientales, hay que hacer lo que estamos haciendo”, dice el jefe comunal.
Una cerca
Cruz destaca que desde noviembre de 2023 se cercó el terreno para evitar que ingresen animales y se firmó un convenio interadministrativo para que El Mollar y Tafí del Valle contraten máquinas (de una empresa) que trabajan allí todos los días.
Son cinco familias las que viven los 365 días del año a metros del predio con basura enterrada, contabiliza Sebastián. El resto de los habitantes de las casas lo hacen durante la temporada de verano o invierno. “Mucha gente desconoce que el basural está acá y hace 10 años que estamos así. La calle es la misma. Solo ven Tafí del Valle. Entiendo que es hermoso, pero acá hemos quedado a 20 años luz”.
Mientras las autoridades siguen prometiendo el traslado de la planta, el brillo del Valle de Tafí sigue apagándose para los que recorren las inmediaciones del terreno. Aunque la villa veraniega sea un sinónimo de descanso y conexión con la naturaleza, un paraíso natural que atrae a miles de visitantes por año, para quienes viven a metros de este predio, esa postal está rota y no hay telas ni alambrados que logren camuflarla.