¿Quién fue Lanata?

Desde el 30 de diciembre pasado el periodismo intentó responder esta pregunta aparentemente obvia –todo el mundo sabía quién era- pero simultáneamente elusiva. Hubo muchos Lanata, o muchas facetas o etapas a lo largo de su biografía. Y múltiples y contradictorias semblanzas sobre el periodista.

PERIODISTA Y SHOWMAN. Pluma sensible para pintar su tiempo, junto a la capacidad de formular preguntas que muchos no se animan a hacer. PERIODISTA Y SHOWMAN. Pluma sensible para pintar su tiempo, junto a la capacidad de formular preguntas que muchos no se animan a hacer.

Pablo Sirvén, uno de los periodistas que mejor ha revisado la historia del periodismo y los medios y quien le leyó en una entrevista televisiva al propio Jorge Lanata la necrológica que había preparado -y que finalmente publicó La Nación-, lo define como uno de los grandes editores argentinos, a la altura de Natalio Botana, Jacobo Timerman y Héctor Ricardo García.

Jorge Fernández Díaz, autor de una biografía sobre Bernardo Neustadt, opta por otro enfoque y lo compara con el conductor de Tiempo Nuevo. Ambos fueron protagonistas absolutos de la telepolítica de sus respectivas épocas. Pero, aclara, Lanata fue mucho más que eso. Constituyó un fenómeno social. “Lo que Maradona fue al fútbol o Charly García a la música, Lanata fue al periodismo”.

Uno de los videos que más se exhumaron dentro de las miles de horas de archivo audiovisual de Lanata es el de la entrevista que le hizo a Charly García. Hay un juego psicoanalítico que se cruza con un duelo de egos en ese reportaje. “Nunca me traicioné”, retruca García a una puesta en duda del periodista sobre su condición de artista.

Jorge Fontevecchia sostiene que Lanata es el significante de la grieta, término que instaló y cargó de significado. Muchos, en las últimas dos semanas, pusieron el foco en las contradicciones del periodista. Ideológicas, estéticas, éticas. Sobre todo en su desembarco en el Grupo Clarín. Lo cierto es que llegó allí después de cinco años en los que no podía trabajar en la televisión abierta por sus críticas al kirchnerismo y fue en los medios de ese grupo donde Lanata logró sus máximos éxitos de audiencia, donde se acercó –y por momentos seguramente sintió que llegó- a lo que más quería.

No se permitía escribir preguntas para una entrevista ni a sus colaboradores planificar nada. La creatividad se encuentra en el aire, decía. La obra de Lanata fue un work in progress, una serie de pruebas y errores, de improvisación deliberada, de bocetos fallidos y desechados con otros evolucionando hacia versiones mejoradas. Siempre estaba buscando una forma nueva de narrar, más llamativa, auténtica o eficaz. Para eso cruzaba géneros y disciplinas, incursionaba en nuevos formatos y rompía o tensionaba reglas y estándares. Resulta aplicable lo que se decía sobre Roberto Arlt. Cualquier egresado de una facultad de comunicación podría detectar inconsistencias en ciertos tramos de su obra; ninguno podría hacer algo parecido. Hay un talento irrepetible, una marca propia, en ese personaje que se construyó sobre la marcha.

Fue una figura única que trascendió su actividad principal y, por lo tanto, es injusto evaluarlo desde los cánones de solo una de las disciplinas u oficios que ejerció. También es difícil encontrarle equivalentes entre nosotros, y también más allá de nuestras fronteras. Fue una mezcla latinoamericana de facetas de personalidades como Tom Wolfe, Larry King o David Letterman. La pluma sensible para pintar su tiempo combinada con la capacidad de formular preguntas que la falta de coraje o de ingenio suprimen en la mayoría, y también con altas dosis del showman que sabe entretener -y por momentos cautivar- a audiencias tan amplias como heterogéneas. Con investigaciones periodísticas compitió –y muchas veces ganó en rating- a los más masivos programas de entretenimientos e incluso a la televisación de partidos de Boca o River –promovidos por el Gobierno-. Era el Lanata más irreverente, audaz, incisivo e inasible, el que desbordaba clasificaciones, el que alguna vez fue un chico al que nadie prestaba demasiada atención años después convertido en el centro de interés de todo un país.

Hay allí una clave biográfica interesante. Hijo único de una madre con una lesión cerebral con la que no puede hablar, de un padre distante, sin amigos. Ese chico que experimenta una soledad profunda se transforma en una figura mediática que desarrolla una relación intensa con una audiencia compuesta por millones. Frente a ellos hace los berrinches, los aprendizajes, los descubrimientos, y en paralelo construye una relación afectiva –con amores, odios, decepciones y reencuentros-, todo aquello que no pudo hacer en su casa.

¿Qué quedará de él? Discípulos en gráfica, radio y televisión. Cierto estilo, cierta irreverencia, quiebres narrativos que se reciclan. Sobre todo, queda una voz en la memoria de los argentinos. Quizás la inoculación de un virus que no nos permite aceptar ciertos excesos. Quedan lecciones. “El periodismo tiene buenas dudas y preguntas. Respuestas y certezas absolutas tienen los políticos y los curas”, dijo Lanata el 7 de junio pasado, en su último “día del periodista”, una semana antes de ser internado.

© LA GACETA

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