Judith Zurita, la coplera de Tafí del Valle que continúa la tradición de su madre y de su abuela

Alcanzó la final del Festival Nacional del Malambo y en el escenario blandió la bandera diaguita. “Cuando golpeé la caja sentí que ese escenario era mi cerro”, dice.

REIVINDICACIÓN. No gané el título, pero hice que mi cultura y mi historia fueran escuchadas, dijo Zurita.  REIVINDICACIÓN. "No gané el título, pero hice que mi cultura y mi historia fueran escuchadas", dijo Zurita.
08 Febrero 2025

“Cantá, y que a tu caja nadie la haga callar”...

Judith Zurita es coplera; la más joven de su familia. Su abuela le inculcó el amor por el canto y por la tradición. Con ese legado, llevó la voz de sus ancestras al Festival Nacional del Malambo, en representación de Tucumán, en Laborde, Córdoba.

En el escenario, la voz de Zurita rompió con una tradición de décadas. Nunca antes una coplera había llegado a ese espacio. Nunca antes el canto ancestral diaguita había sonado entre los zapateos y los bombos. “Cuando me paré ahí con mi caja y mi wastana, sentí que no estaba sola. Mi abuela, mi madre y todas las mujeres de mi linaje cantaban conmigo”, cuenta Judith a LA GACETA.

El canto de la herencia

Judith nació y creció en Rodeo Grande, en Tafí del Valle, donde la tierra y el canto van de la mano. “Mi abuela Juana Díaz y mi mamá, Ángela Romano, son copleras; como lo fueron sus madres y sus abuelas. Yo crecí escuchándolas, copleando con ellas. Aprendí en las ruedas, en las ceremonias, en los trabajos de la tierra. Mi caja y mi voz no nacieron para los escenarios, sino para acompañar la soledad del monte”, admite.

REIVINDICACIÓN. “No gané el título, pero hice que mi cultura y mi historia fueran escuchadas”, dijo Zurita. REIVINDICACIÓN. “No gané el título, pero hice que mi cultura y mi historia fueran escuchadas”, dijo Zurita.

El legado de su abuela fue una guía. “Siempre me decía: ‘Cantá y que a tu caja nadie la haga callar’. Ella tuvo que quedarse viuda para poder subir a un escenario, porque su marido no se lo permitía. Aun así, fue parte de las grandes copleras del valle, como Isidora Álvarez de Guanco. Hoy cuando canto siento que sigo su lucha”, reivindica.

Un camino propio

Para llegar a Laborde, Zurita primero debió representar a Tucumán en la elección de la Paisana Provincial. “En la selectiva, cada una tenía que mostrar algo que la hiciera sentir tucumana. Muchas eligieron contar historias de mujeres zafreras o ladrilleras, pero yo sabía que mi identidad era la copla. Subí con mi caja y mi voz, contando mi historia y agradeciendo a las mujeres originarias, verdaderas guardianas de este canto. Cuando me eligieron Paisana Provincial, entendí que había gente que realmente escuchó mi mensaje”, celebra.

Ya en Laborde, compartió una semana de ensayos y de encuentros con otras 23 paisanas de distintas provincias. “El festival es la meca del malambo, pero la figura de la paisana cambió. Antes se elegía por belleza y gracia, ahora lo importante es la identidad cultural. Yo no fui a actuar un personaje, fui a ser yo misma”, afirma.

Judith Zurita, la coplera de Tafí del Valle que continúa la tradición de su madre y de su abuela

La noche del viernes 17 de enero llegó su turno. “Cuando golpeé la caja por primera vez, sentí que ese escenario era mi cerro, mi casa. Canté con la misma fuerza con la que lo hago en las ruedas de copleros. Al día siguiente, nombraron a las tres finalistas: Santiago del Estero, Córdoba y Tucumán. Estar ahí ya era un triunfo”, cuenta.

Por primera vez en la historia del festival, la bandera de la Nación Diaguita se desplegó en el escenario. “Yo misma la sostuve. No gané el título de Paisana Nacional, pero gané algo más importante: que mi cultura, mi voz y mi historia fueran escuchadas”, puntualiza.

Días después de Laborde, su camino continuó. “Caminé seis horas hasta La Ciénaga para la Fiesta del Yerbiao. Iba con mi caja y mis wastanas a cuesta, acompañada de dos amigos que conocí gracias a ser Paisana Provincial. Fue agotador, pero cuando el animador me llamó a cantar sin que yo le dijera nada sentí que mi gente me reconoce y me da su lugar. Cantar mirando esos cerros fue un privilegio”, dice.

Cada rueda de carnaval, cada ceremonia es un nuevo escenario. “Este año vuelvo a Abra Pampa, Jujuy, al encuentro de copla y contrapunto. El año pasado, me dieron un rebozo bordado a mano, un reconocimiento que me cuida y me acompaña en cada canto”, cuenta.

Ser coplera es un compromiso con su pueblo. “Soy la primera y única erkera de Tafí del Valle. Cada 31 de julio, en mi cumpleaños, celebró copleando con mi comunidad. Al día siguiente, subo al cerro y ofrendó a la Pachamama. Es mi manera de agradecer”, expresa.

Nada de esto lo hace sola. “En Laborde, mi papá llamó a mi mamá llorando de orgullo. Mis amigos viajaron para sorprenderme. Mi comunidad coplera me abraza en cada encuentro. No me imagino sin cantar, sin mi caja, sin reunirme en rueda con mis hermanos”, afirma.

Su voz sigue sonando, con la fuerza de quienes la precedieron: “Siempre canto con ganas, con amor, con orgullo porque sé que a través del canto estoy honrando a mis ancestras y a mi ‘Pacha’. Como dice la copla ‘Canten , canten con gana, pa’ que se alegre la Pachamama’”. (Producción periodística: María del Carmen Garzón Principi)

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