

No está claro si la suba de aranceles a las importaciones impulsada por Donald Trump es sólo una amenaza para negociar otros temas o si realmente cree en la utilidad de lo que hace, pero si es lo primero es peligroso y si es lo segundo es peligroso y está equivocado.
Los argumentos para mostrarlo son comunes a cualquier economía porque no es sólo un problema en EEUU, sino universal. Después de todo, la ignorancia y la ambición también lo son. Un error básico refiere al comercio en sí. Sostiene la queja de Trump contra la Unión Europea de que se aprovecha al vender a los EEUU 300.000 millones de dólares más de lo que compra. Pero ni la UE vende ni EEUU compra. Son ciudadanos en cada país quienes venden y compran. Y si lo hacen es porque ganan, ambas partes.
Va de la mano de creer que las cuentas nacionales son como las de una empresa. Típicamente los proteccionistas muestran sólo el saldo de la balanza comercial y si es negativo dicen que el país está perdiendo. Esto olvida que tal balanza es una parte de la cuenta corriente, que junto a la cuenta capital conforman la balanza de pagos. Entonces el saldo negativo en lo comercial podría estar compensado por uno positivo en rentas de la inversión (movimiento de utilidades) o en la cuenta capital (inversiones o créditos internacionales).
De aquí algunos puntos: ningún país tiene capacidad de autoabastecerse en todo y vivir en la modernidad. Por los motivos que fuere siempre hay quienes hacen cosas mejor o más baratas que uno, así como uno puede ser mejor o más barato haciendo otras. Por eso se comercia. Nadie puede vivir solo en el nivel del mundo moderno. Para exagerar, tal vez cultivar algunos vegetales y criar algunos animales pero habría que olvidar autos, televisión, celulares, ventiladores, la electricidad misma (si alguien tuviera cascadas en su tierra necesitaría forjar metales para hacer turbinas; si quiere energía solar, toda la electrónica para los paneles).
No se vive sin comercio y lo más beneficioso es ofrecer aquello en lo que uno es más eficiente y comprar aquello en lo que los demás lo son. Que haya o no fronteras en el medio debería ser irrelevante en aras del bienestar común. De hecho, a veces es para dudar de la utilidad de calcular las balanzas de pagos pues la ignorancia lleva a usarlas como fundamento de políticas económicas insensatas. Por supuesto, en realidad la información es útil en cuanto a la implicancia macroeconómica de los saldos, pero no hay que confundirse.
Creer que la balanza comercial es una cuenta de pérdidas y ganancias, la visión mercantilista, pudo haber tenido sentido cuando el rey era la nación, cuando existía un concepto patrimonialista del país. Entonces sí, la balanza comercial era una caja del monarca. Y a esa idea se prendieron todos aquellos que pretendieron lucrar con los favores del gobierno en vez de competir (en estas ocasiones es recomendable releer “La petición de los fabricantes de velas”, de Frédéric Bastiat, para una exposición que desnuda estos lobbies).
Para profundizar se puede aprovechar el esquema de la balanza de pagos. Las importaciones aumentan cuando es posible comprarlas. Eso puede ocurrir por varios motivos pero vale la pena resaltar dos. Uno, crecimiento económico. Las personas compran más bienes cuando aumentan sus ingresos, entre otros, artículos foráneos; por lo tanto el aumento de importaciones puede ser visto como buena señal. Ese crecimiento podría deberse al ingreso de inversión externa por la cuenta capital, de modo que la compensación de cuentas no es para preocuparse. El otro motivo es la deuda. Si por la cuenta capital entran préstamos ese dinero puede terminar en importaciones. Si es deuda destinada a producción, no hay problema. Si es para gasto público, cuidado. Pero si ese fuera el caso lo que podría hacer el gobierno para mejorar la balanza comercial es reducir su déficit, así necesitará menos deuda y se reducirán las importaciones sin afectar la eficiencia y el nivel de vida.
Porque debe tenerse en cuenta que la mitad de las importaciones de EEUU son bienes de capital e insumos de producción. Subir los aranceles aumenta los costos de producción, reflejándose en precios mayores (pierde el consumidor) o en ganancias menores (pierden los empleados de las empresas), además de los mayores precios en los bienes finales importados.
Aquí aparecen las presiones internas. Como en la época mercantilista, hay empresarios que pretenden que los consumidores paguen sus costos de producción no competitivos amparados por el argumento de la mano de obra local. Pero es una falacia. No compiten la mano de obra local contra la extranjera sino algunas empresas contra otras empresas, lo que se traduce, cuando se mete el proteccionismo, en algunos empresarios y obreros nacionales contra algunos consumidores nacionales. De paso, todos aquellos que protestan contra las grandes empresas, los abusos de los monopolios y demás pero aplauden el proteccionismo están celebrando lo mismo que critican porque la protección implica ganancias extraordinarias para los protegidos mediante la restricción de oferta y el cobro de precios mayores. O sea, explotación.
Para volver a EEUU, el proteccionismo puede jugar en contra de la economía de ese país y ello repercutir negativamente en muchos otros. Pero además la amenaza misma de subir tarifas puede llevar a una puja de alzas si no se accede a los objetivos políticos. Es un riesgo de usar los aranceles como herramienta para las relaciones internacionales. Y como varios recordaron, la Gran Depresión comenzó con guerras comerciales. Ante la recesión en EEUU, para evitar mayores pérdidas de puestos de trabajo se subieron los aranceles a las importaciones. En respuesta los países afectados cerraron sus mercados. Como consecuencia ninguno podía vender lo que producía y la caída se profundizó.
El poder relativo siempre está presente en los tratos entre gobiernos. Pero arrancar con extorsiones y para peor con malas herramientas es riesgoso.