Por Nicolás Sancho Miñano
Para LA GACETA - TUCUMÁN
Un grito estridente despunta en el aire… ¡Viva Perón, carajo! En ese instante a unos se les infla el pecho de orgullo y a otros se le revuelven las tripas de la repugnancia. Y todo sucede al unísono.
Si Shakespeare hubiera nacido en nuestros pagos en el siglo XX quizás Hamlet se llamaría Jorge o Pedro y, en vez de príncipe, podría ser el hijo del gerente de una metalúrgica en La Paternal o sobre la ruta camino a Las Talitas. Y su frase icónica, de ser o no ser, tendría su variante criolla.
Lo cierto es que nadie que viva en este país es tan ajeno a algún sentimiento con respecto al peronismo. Es quizás la mayor divisoria de aguas entre los argentinos desde hace ya casi 80 años. Atento a esta viejísima situación puede caberle al lector desconfiado la pregunta, ¿qué se puede decir de nuevo con respecto al peronismo, si ya se dijo de todo? Pero creo que aún nos queda pendiente inmiscuirnos a fondo en qué lleva a alguien a considerarse peronista o antiperonista.
Los motivos y las respuestas de los más fanatizados, por supuesto, siempre son inapelables. No dan muchos detalles. Todo es tan obvio que nadie se gasta en explicar pormenores. “Estamos así desde que apareció Perón”; “antes éramos una de las diez potencias del mundo”; “el peronismo fomentó la vagancia”, dicen los “anti”. Los peronistas también tienen sus frases hechas, clichés aprendidos de memoria que repiten mecánicamente: “Él trajo los derechos sociales, las leyes laborales”; “¡el voto femenino!”; “la defensa de la soberanía nacional” Muchos de esos dogmas, de un lado y del otro, son muy discutibles o les falta precisión ya que hipertrofian alguna verdad. De cualquier manera todavía eso no responde la pregunta esencial que nos convoca: ¿qué motiva a la gente a pararse de un lado u otro?
La ciencia política y la sociología hace décadas se vienen ocupando del asunto. Como pasa con cualquier idea política, ser peronista o anti, parece que no responde a motivos puramente racionales, sino que estaría mucho más ligado a lo sentimental. Cuando no a la crianza, al hogar paterno. En el fondo, bien en el fondo, incluso sin que nosotros mismos lo entendamos bien, no es muy diferente a pasiones más banales como la que se puede sentir por River o Boca. Es más una bandera común que nos abriga, una costumbre legada, y tal vez una liturgia compartida por ciertos sectores sociales. No nos importan tanto las razones externas; salvo, por supuesto, y en algunas ocasiones, lo que percibe nuestro bolsillo. Pero no existen motivos intelectuales que pesen más que el sentimiento. Y cuando el sentimiento está presente, nuestra cabeza va a encontrar razones suficientes para validar nuestra indefectible sensación. Es muy difícil domar las pasiones y liberar el intelecto de condicionamientos. No importa el asunto en cuestión. Ya sea la capacidad, la honestidad, incluso los detalles de la intimidad que tanto hablan de un líder, nada suele escaparse de nuestro sesgo. En el caso de Perón esos asuntos de la vida privada fueron intencionalmente solapados por un bando, y destacados por el otro, sin observar el mismo puritanismo en tantas figuras de nuestra historia desde Sarmiento y Mitre hasta Menem, Alberto Fernández y el propio Milei…
El gorilismo
Con el mote de gorila muchos peronistas engloban a cualquiera que no se rinda ante la luz de su figura mítica. No importa de que lado venga; por izquierda y por derecha suelen ver aparecer enemigos como zombis y a todos les cabe a medida ese apodo salvaje, denigrante.
Del otro lado tenemos una fauna moderna, “habitué” de los coquetos cafés de autor, que tilda de bruto al que ose empatizar con cualquier idea de justicia social. Una suerte de clasismo moderno, más de tinte farandulero que aristocrático, cuya militancia nunca conoció mucho del mundo que se extiende más allá del cómodo chalet familiar y las arboladas calles linderas.
La mayoría de los argentinos, creo, pululamos más hacia un costado o el otro pero en los bordes de nuestra calzada llena de baches, entre los que muerden la banquina con la herejía de “Santa Evita”, por un lado, y los energúmenos del “viva el cáncer”, por el otro. Por mi parte siento que no podría ser peronista, como no puedo ser de Boca o de San Martin. Nunca me sentiría cómodo con la marchita… las Veinte Verdades… y que “compañero de aquí, compañero de allá”. Ahora, que mi rechazo a ese mundo sea tan racional a esta altura de mi vida lo dudo mucho, hasta puede ser que algunas ideas de “Comunidad organizada” compatibilicen bastante con mis creencias.
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Nicolás Sancho Miñano - Abogado y escritor