
Javier Habib
Ensayista y profesor de Derecho
Aristóteles y Maquiavelo son, quizá, los dos pensadores más influyentes de la filosofía política. Ninguno de ellos trató el tema de los partidos políticos. Sin embargo, es posible construir versiones “aristotélicas” y “maquiavélicas” de estas fuerzas. Me interesa mostrar lo diferente que puede pensarse un mismo fenómeno.
Para construir la concepción aristotélica me basaré en la “Teoría de la Amistad”, que Aristóteles expone en los libros VIII y IX de su Ética a Nicómaco. Aquí Aristóteles nos habla de tres clases de amistad. La primera, que a veces llama “amistad civil” y otras “comercial”, consiste en relaciones de conveniencia. Aristóteles da ejemplos de amigos que se juntan para hacer “negocios”, compañeros de hazañas como la guerra, y “poderosos” que se relacionan con “débiles” para “servirse mutuamente”. Una características de esta “amistad interesada” es que es poco duradera: termina cuando se desvanece el interés. El segundo tipo de amistad no se da por conveniencia, sino por placer. El ejemplo de Aristóteles es el de los amantes, pero también advierte que es por placer que los amigos se juntan a esparcirse, ver espectáculos, reír juntos o beber. Aquí también, cuando el placer cesa, la amistad desaparece. El tercer tipo de amistad es estable y duradera. Se trata de la amistad fundada en la virtud, que Aristóteles califica como “perfecta”.
La amistad perfecta reúne las condiciones anteriores: los amigos obtienen provecho el uno del otro, y la compañía les suscita gran placer. Pero aquí todo está teñido de virtud. Lo que hagan los amigos debe ser virtuoso, y el uno debe admirar al otro en función de su bondad. Aristóteles dice que “los jóvenes la necesitan para evitar errores”, “los viejos para su asistencia” y “los que están en la flor de la vida” para realizar “acciones nobles”, como filosofar, deliberar asuntos comunes o el solo hecho de estar juntos, ya que el “buen amigo” inspira al otro: “se hacen mejores, ejercitándose y corrigiéndose mutuamente”.
En su versión aristotélica, los partidos políticos deberían ser ejemplos de amistad perfecta. Pues estamos ante personas que se asocian en función de un interés virtuoso (pujar por una organización social justa) y comparten el placer de marchar juntos.
En sociedades pluralistas como las de hoy, diversos grupos profesan diversas concepciones sobre el bien común, de allí que no haya una única asociación política, sino varios partidos. Pero para conformar una comunidad virtuosa estas asociaciones deberían cumplir dos condiciones: la unión no debería deshacerse cuando un miembro o el partido deja de reportar provecho, y debería incluir a hombres que se esfuercen por ser buenos, dando un buen ejemplo.
Los miembros de los partidos políticos deberían cultivar virtudes tales como la honradez, la templanza, la valentía, la justicia, la generosidad, la veracidad, la magnificencia y la magnanimidad. Quienes mejor encarnen estas cualidades serían los miembros más representativos del partido, pues los demás querrían asociarse a ellos para alcanzar “el más alto grado y excelencia”.
Centrémonos ahora en El Príncipe, un manual de conducta para el gobernante exitoso, que Maquiavelo tributa a Lorenzo de Médici, entonces regente de Florencia. Maquiavelo anticipa rápidamente que el libro no trata de especulaciones sobre la virtud, como aquellos escritos inspirados en “repúblicas y principados que nunca han sido vistos”. Su obra trata sobre lo que los hombres de hecho hacen en el teatro de la práctica política, pues “hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo se debería vivir” que quien sigue a ojos cerrados la moral, “marcha a su ruina en vez de beneficiarse”. En una de las frases más reveladoras del libro, Maquiavelo afirma: “Un príncipe no debe tener otro objeto ni pensamiento ni preocuparse de cosa alguna fuera del arte de la guerra.” Y cita como ejemplo a Francisco Sforza, quien, de simple ciudadano, llegó a ser duque de Milán, mientras que “sus hijos, por escapar a las incomodidades de las armas, de duques pasaron a ser simples ciudadanos.” Respecto a los ejércitos, Maquiavelo sostiene que “sin milicias propias no hay principado seguro” y que el príncipe cuyo gobierno descanse en soldados mercenarios o ejércitos prestados no estará nunca tranquilo pues “sucede siempre que las armas ajenas o se caen de los hombros del príncipe, o le pesan, o le oprimen.” Cuando indaga “cómo debe comportarse un príncipe para ser estimado” (capítulo XXI), Maquiavelo ensalza el arte de construir apariencias. Dice que “hay que saber disfrazarse bien y ser hábil en fingir y en disimular”, puesto que “los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento, que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar.” Afirma también que “es necesario que todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno” y que “es preferible ser temido antes que amado”.
Retórica
Queda clara, pues, la lógica que rige la concepción maquiavélica de los partidos políticos. Para un maquiavélico, no hay ideología (liberal o socialista), sino retórica adecuada a la “índole de las circunstancias”. El partido político, entonces, no es más que una alianza estratégica establecida para obtener o mantenerse en el poder. Hoy se está con una agrupación X porque conviene; mañana se estará con otra, según la necesidad personal. En la versión maquiavélica, la relación con el otro es estrictamente instrumental. Tanto es así que, al tratar sobre el logro de objetivos -como en el capítulo III, que discurre acerca de la adquisición de principados- Maquiavelo afirma: “No puedes conservar como amigos a los que te han ayudado a vencer.” Su visión es que “son precisamente los príncipes que han hecho menos caso de la fe jurada, envuelto a los demás con su astucia y reído de los que han confiado en su lealtad, los únicos que han realizado grandes empresas.” Ejemplo paradigmático de ello es Agátocles, quien, contra todo pronóstico, llegó a ser pretor de Siracusa.
Convocó a senadores y ricos a una asamblea para tratar asuntos de la ciudad y, habiendo pactado con los generales, los mandó matar a todos.
Maquiavelo lo describe como un hombre “oscuro”, de condición “baja y abyecta”, que “llevó una conducta reprochable en todos los períodos de su vida”. Y aunque reconoce que “no se puede llamar virtud el matar conciudadanos, traicionar amigos y carecer de fe, piedad y religión”, también sostiene que, en su teoría, son modos de adquirir poder.