
En marzo se cumplieron 80 años de uno de los combates más sangrientos de la 2da Guerra Mundial. Duró 36 días. De los 20.000 soldados japoneses que lucharon solo sobrevivieron 216. Fue la batalla de Iwo Jima y allí vencieron los Aliados. Japón, no obstante, siguió peleando, a pesar de que Alemania ya se había rendido. Se lanzaron en agosto las bombas de uranio y plutonio sobre Hiroshima y Nagasaki y recién así capituló el emperador Hirohito. Japón formaba parte del Eje junto a la Alemania Nazi de Hitler y la Italia fascista de Mussolini. Hace pocos días vimos cómo se efectuó un acto conjunto de Japón y los Estados Unidos (vencidos y vencedores) y fue este un homenaje a las víctimas de ambos bandos. Flamearon las banderas de EEUU y Japón una al lado de la otra y se dijo: “Para trabajar juntos por la paz mundial”. La verdad que a nosotros los argentinos, después de Malvinas y haciendo un paralelismo, nos cuesta y costaría entenderlo. A pesar de la devastación Japón en la pos guerra emprendió su reconstrucción, con inteligencia, ayuda internacional y resiliencia, y así fue como parte de ese pueblo y nacido en 1936 siendo hijo de un profesor de matemáticas y de una ama de casa, surgió un día un bioingeniero llamado Takuo Aoyagi. Que se sobreimpuso, estudió, se perfeccionó en los EEUU y como mente brillante que fue: ideó y diseñó el Oxímetro de Pulso en los años ’80 basándose en la Ley de Lambert Beer (de absorción de la luz por la oxihemoglobina) e inventó el dispositivo con el que revolucionó la atención médica en el mundo. Y fue lo suyo un gran avance ya que con el oxímetro se lograba la evaluación de la oxigenación de los pacientes sin necesidad de extraerles sangre. Redujo con él las muertes relacionadas con la anestesia y se convirtió en un dato imprescindible para el control clínico del paciente. Tanto como lo era la tensión arterial, la temperatura, la frecuencia cardíaca y la frecuencia respiratoria. Alguien dijo alguna vez: “Un médico experto puede tratar a un número limitado de pacientes, pero un instrumento médico excelente puede tratar a innumerables pacientes en el mundo”. Takuo Aoyagi se doctoró en bioingeniería. Fue multipremiado y dos veces nominado al Nobel. Con seguridad miles de personas no sabrán de él, pero en lo personal debo decir que su invento fue bienvenido para los profesionales que controlábamos monitorizando pacientes quirúrgicos allá por el ’88. Pasamos de asistir a estos con un tensiómetro, estetoscopio y un precario monitor a contar con este gigantesco y enorme adelanto: el Oxímetro. Su mayor auge lo demostró en la pandemia por COVID-19 y su uso fue crucial ya que detecto precozmente con desaturación los pacientes que se iban a descompensar después clínicamente. Sin dudas se hubieran producido miles de muertos más de no ser por el oxímetro. Mente brillante la de este científico que había surgido de las cenizas y de un país que había perdido la guerra y había sido devastado. Takuo Aoyagi falleció a los 84 años en abril del 2020. No llegó a ver la utilidad que tuvo su invención durante la pandemia. La verdad es que la importancia de este dispositivo es solo comparable a la de otros grandes inventos como lo fue el estetoscopio (Laennec en 1826), el electrocardiógrafo (Einthoven en 1924), el tomógrafo (Hounsfield en 1979). El oxímetro de pulso ya pasó a la historia universal y vino de Japón para todo el mundo y Takuo Aoyagi hizo mucho más por la gente que dirigentes políticos que decían que se rasgaban las vestiduras por el pueblo o bien ordenaron confinamiento o criticaron a las vacunas en la pandemia. Él fue un anónimo benefactor de la humanidad.
Juan L. Marcotullio
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