Vivir en la vereda: historias que esperan frente al Hospital Padilla

Afuera del hospital Ángel C. Padilla, sobre calle Lavalle 1.086, familias enteras acampan mientras esperan noticias de sus seres queridos internados. Historias de fe, incertidumbre y resistencia en el corazón de San Miguel de Tucumán.

Yanina Corso junto a su familia. Yanina Corso junto a su familia.

En el boulevard de Lavalle, frente al Hospital Padilla, la postal es dura: una hilera de gazebos, lonas, colchones y reposeras desarma cualquier indiferencia. Familias enteras montaron campamentos precarios para acompañar a pacientes en estado crítico. Muchos llegaron desde el interior sin medios para volver a sus casas; otros, aunque vivan cerca, no se animan a alejarse. Temen que la noticia -buena o mala- los sorprenda fuera de lugar. La mañana de otoño se hace sentir, el pavimento todavía húmedo guarda el rastro de la última lluvia. Entre mates, rezos y silencios, la espera se convierte en una forma de vida. No están de paso ni en protesta: están ahí porque alguien que quieren sigue luchando adentro. Esta nota recorre las historias detrás de esas carpas.

La calle Lavalle tiene un pulso propio. No el de las sirenas ni el de los colectivos, sino el de quienes acampan frente al Padilla esperando noticias de un ser querido. Desde hace 11 días, Ramón Clavero de 77 años y Delicia Barraza viven en una carpa frente al hospital. Su hijo Luis, de 33 años, está internado en estado crítico por consumo de drogas. “No estamos por elección. ¿Qué pasa si Luis se muere mientras no estamos?”, pregunta Ramón, mientras acomoda una lona para frenar el viento. Vienen de Los Aguirre, una localidad entre la Capital y el departamento Lules. El viaje diario les resulta imposible. “Luis vivía con su esposa y su hijo. Sabíamos que estaba mal, pero nunca quiso ayuda. Esta vez parece la definitiva”, dice su padre. La internación comenzó en el hospital Avellaneda, luego lo derivaron al Padilla. Desde entonces, la familia se turna: traen comida, agua, ropa de abrigo. “Dormimos en reposeras, nos tapamos con lo que podemos. No es vida esto, pero tampoco lo era dejarlo solo”, cuenta Delicia. El parte médico llega una vez al día, a las seis de la tarde. “A veces dicen que sigue grave; otras, nada. Pero necesitamos estar acá”, insiste. Hace días que no los dejan entrar a los baños del hospital. “Vi a una señora rogando que la dejaran pasar. A los que venimos por necesidad nos cierran la puerta”, se queja Ramón. Él arregla heladeras; Luis trabajaba como changarín, tirando un carro con arena. “Ya no podía. Está muy consumido. Nunca tuvo tratamiento real, y esta fue la primera vez… pero entró grave”, dice. Delicia reza todos los días en la Iglesia Universal. Durante el día va a cuidar a su nieto, pero por las noches vuelve. “Su hijo tiene 13 años. No queremos que lo vea así. Ya entiende demasiado”, explica.

Vivir en la vereda: historias que esperan frente al Hospital Padilla
Ramón y Delicia Barraza, padres de Luis, internado por consumo de drogas. Ramón y Delicia Barraza, padres de Luis, internado por consumo de drogas.

Nadie pregunta

Los vecinos no se acercan. Nadie pregunta por qué están ahí. “Sólo la gente de la iglesia nos trae comida, algo para leer. No sé cómo agradecerles”, dice Ramón. En una heladerita guardan hielo, agua y unas bebidas. Para cargar el celular, improvisó una conexión con una batería de auto. “El mate es lo que nos mantiene en pie”. Por las noches, la vereda se llena de otras historias. “No se puede dormir tranquilo. Rondan para ver qué pueden robar. Yo no me duermo nunca, me estiro, pero estoy atento. Acá valorás todo lo que antes dabas por hecho”. Les ofrecieron ingresar al hospital, pero con una condición: solo uno por paciente. “¿Y si pasa algo? Somos muchos y queremos estar juntos. No queremos estar solos. No ahora”, dice Ramón.

FIRME, FRENTE AL HOSPITAL. José Greppi, tío de Paula Granero. Ambos aguardan por la salud del padre de Paula, internado hace casi un mes. FIRME, FRENTE AL HOSPITAL. José Greppi, tío de Paula Granero. Ambos aguardan por la salud del padre de Paula, internado hace casi un mes.

Casi un mes: "Yo no puedo estar en mi casa"

Paula Granero lleva 25 días en la vereda. Su padre, de 62 años, está internado en terapia intensiva por una meningitis bacteriana que derivó en fallas multiorgánicas. “Ahora hubo pequeñas mejorías”, cuenta. Vive con él en el barrio Ejército Argentino y dice que no puede estar en otro lugar. “Mi energía está acá. Yo no puedo estar en mi casa sabiendo que mi papá no está. No podría dormir”, afirma. Paula trabaja en un call center y sale a las tres de la tarde. De ahí, se va directo al hospital, donde armó una carpa apenas empezaron las lloviznas. Conoce bien los horarios del Padilla: el parte médico se da entre las 13 y las 14, y la única visita permitida es entre las 20 y las 21. “En ese momento lo vemos un ratito, pero no dicen nada. Hay que esperar al parte del mediodía”, explica. Mientras tanto, en su casa, su mamá y su abuela cuidan a sus tres hijos. Las autoridades del hospital le ofrecieron un espacio para dormir, pero lo rechazó. “No me siento cómoda ahí. Me siento mejor acá, con mi gente”, dice. A su lado está José Greppi, su tío. Desde el primer día la acompaña, duerme en la carpa, cuida la moto de su sobrina y recibe la comida que les acercan. “Nos turnamos para entrar. Ella se va a trabajar, yo me quedo. Estamos haciendo todo lo posible”, dice José. Ambos vieron cómo otras familias levantaban sus carpas luego de una charla con el director del hospital. “Prometieron cosas que no cumplieron. Afuera, al menos, tenemos una mesa, una silla, el brasero. Adentro, nada. Ni agua te dan”, se queja José. “Los baños son una vergüenza. Mis sobrinas prefieren pagar $200 o $300 en un bar para no usarlos. Y algunos te miran mal, como si estar acá fuera un capricho. Nadie elige esto. A cualquiera le puede pasar”.

Yanina Corso junto a su familia. Yanina Corso junto a su familia.

Cómo sobrevivir afuera, en la calle: la historia de Yanina y su papá

Yanina Corso tiene 33 años, cinco hijos y una preocupación que no le permite pensar en otra cosa: su hermano Exequiel, de 25, fue atropellado el viernes 2 de mayo a la noche, frente al Mercofrut. “Salía de trabajar. Lo atropellaron por esquivar un control y lo dejaron tirado. Nadie llamó al 107. Lo salvó una ambulancia que justo pasaba”, cuenta. Desde entonces, Exequiel está internado en el Padilla. Ingresó directamente al quirófano y sobrevivió gracias a una cirugía urgente. Ahora, aunque está consciente, tiene la pelvis fracturada y múltiples lesiones. “Él necesita asistencia constante. Está en la guardia porque ahí lo cuidan más. Nos llaman por el apellido para cambiarlo o medicarlo. Por eso no nos movemos de acá”, explica Yanina. Ella tuvo que desarmar la carpa después de que el director del hospital les pidiera, de buena manera, que retiraran todo. “Lo hicimos, pero nadie se fue. Yo también creo que la voy a volver a armar. De noche es horrible, hay gente que consume, tenemos miedo de que nos roben. No se puede dormir así”, afirma. La familia Corso se organiza como puede. Yanina se queda por las noches en el hospital; durante el día, cuida a sus hijos. “El más chiquito está por cumplir dos años. El de seis es hijo de mi hermana, la que murió en un accidente hace tres años. Lo crié como si fuera mío”. Su madre, con artrosis y presión alta, no puede acompañarla. “Cuando se enteró del accidente, se descompensó. Ahora está en casa, esperando noticias”, dice. Exequiel tiene por delante varios meses de recuperación. “Por él me banco lo que sea: frío, lluvia, calor. Él tiene una mujer y dos hijos. El más chiquito cumple años hoy. Le grabó un video desde la cama del hospital cantándole el feliz cumpleaños”, cuenta. Sus dos sobrinos padecen piel de cristal. “Todo lo que ganaba como changarín en el mercado era para comprar sus remedios. Ahora su mujer viene un rato, pero no puede quedarse”, agrega. Yanina agradece la atención médica. “Los doctores, los cirujanos, los enfermeros… todos lo atendieron excelente. Le salvaron la vida. Fue un milagro”.

Qué dicen en el hospital: la palabra de las autoridades

El doctor Mario Sardón Traverso, director del hospital Padilla desde diciembre de 2024, explicó a LA GACETA la política del centro respecto a los familiares que permanecen en la vereda. Según detalló, se habilitó un espacio interno con sillones, dispenser de agua, baños y biombos para preservar la intimidad. El ingreso está permitido desde las 20. “Ese día dejamos todo listo, pero no ingresó nadie”, afirmó. Aseguró que el equipo mantuvo diálogo con los acampantes y que varios aceptaron la propuesta, aunque finalmente no ingresaron.

Desde el inicio de su gestión, se avanzó en la reorganización del hospital, como la eliminación de los “coleros” y la redistribución de turnos. Hoy quedan entre cuatro y cinco carpas en la vereda, frente a las 11 que había semanas atrás. Allí también se encuentra la carpa de la Fundación de Asistencia a Víctimas de Accidentes Viales (Favav), con la que el hospital mantiene contacto permanente. “Están organizados y colaboran con pacientes accidentados”, señaló. Sardón advirtió, sin embargo, que se detectaron casos de personas que simulan tener familiares internados, pero que en realidad no tienen dónde vivir. “Eso ya es un problema social que excede al hospital”, dijo. Sobre las áreas críticas, explicó que la guardia opera como una terapia intensiva abierta, con 35 camas. La Unidad de Cuidados Intensivos (UCI 1), con 22 camas, recibe pacientes neuroquirúrgicos de alta complejidad, con parte médico de 15 a 16 y visitas limitadas. La Unidad de Cuidados Intensivos (UCI 2), con 19 camas, es más flexible. Cuando el paciente mejora, pasa a sala, donde puede quedarse un familiar. “El Padilla es el hospital más complejo desde Córdoba hacia el norte. Tenemos programas de trasplante, trabajamos en red, y nuestra prioridad es la atención con orden y respeto. No podemos albergar a todos, pero sí contener a quienes lo necesitan. Salud, educación y seguridad no son negociables”, concluyó.

Números del hospital

El doctor Sardón Traverso especificó algunas de las cifras que resultan importantes para saber cómo opera el hospital. El Padilla cuenta en total con 2168 empleados. Entre ellos hay 167 enfermeros titulares, 327 interinos, 26 transitorios, 50 residentes,  22 enfermeros con cobertura de cargo y 172 reemplazos. En total, son 764 enfermeros para 300 camas de internación.

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