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¿Por qué suele resultar placentero beber agua? ¿Por qué saciar la sed es tan satisfactorio, y, en cambio, es una tortura privar a alguien de agua durante un tiempo largo? Son preguntas disparadoras para Paul Bloom, profesor de Psicología de la Universidad de Yale, para el interesantísimo recorrido de su libro “La esencia del placer”. Por lo pronto, la respuesta a estas preguntas es bastante sencilla: los animales necesitan agua para sobrevivir, y esto los motiva a buscarla. De manera que el placer es su recompensa por conseguirla (y el dolor, el castigo por prescindir de ella).
Continúa cuestionando: ¿por qué este asunto funciona de un modo tan simple, tan eficaz? “Los teístas dirían que esta relación entre el placer y la supervivencia es fruto de la intervención divina: Dios querría que sus criaturas vivieran lo bastante para crecer y multiplicarse, de modo que Él les insufló el deseo de beber”. Pero desde un punto de vista darwiniano -al que él se siente más afín- la coincidencia es el producto de la selección natural: aquellos seres del pasado remoto que sentían el impulso de beber se reproducían más eficazmente que aquellos que no.
En un contexto más amplio, la perspectiva evolucionista considera que la función del placer es propiciar comportamientos favorables para los genes. En 1884 lo observó el naturalista y psicólogo canadiense, fundador de la psicología comparada, George Romanes: “El placer y el dolor deben haber evolucionado como acompañamientos subjetivos de procesos que resultan respectivamente beneficiosos o dañinos para el organismo, y evolucionaron de ese modo con el propósito o el fin de que el organismo persiga los primeros y rehúya los segundos”.
De hecho, la mayor parte de los placeres en los animales se explican desde esta óptica: “Cuando adiestramos una mascota, no la recompensamos leyéndole poesía o llevándola a la ópera. Le damos premios darwinianos, como galletitas sabrosas. Los animales disfrutan con los alimentos, el agua y el sexo. Quieren reposar cuando están cansados y los relajan las muestras de afecto. Gozan con lo que la biología evolutiva les dice que deben gozar”.
¿Y nosotros? Si bien nuestra relación con el placer es bastante más compleja, no dejamos de ser también animales -con suerte, “animales racionales”-, por lo que compartimos mucho en este sentido con otras especies. De ahí que el psicólogo experimental canadiense Steven Pinker señala que las personas son más felices cuando están “sanas, bien alimentadas, cómodas, a salvo” y cuando son “prósperas, cultas, respetadas, no célibes y amadas”.





















