EN PAREJA. Carlos y “Gachy” tardaron un poco más de tres meses en recorrer de punta a punta el país.
Carlos Maldonado y Graciela Lucena son una pareja motoviajera que recorrió más de 5.900 kilómetros por la mítica Ruta 40, con la misión de redescubrir la Argentina. Tienen el asombro intacto y el orgullo de haber llegado a lugares donde pocos se animan y con los que algunos otros aún sueñan. “Queríamos empezar desde el kilómetro cero. Llegar hasta el punto más austral del país y, desde ahí, subir por la Ruta 40. Ese era el sueño”, cuentan con el deseo ya cumplido.
Desde Cabo Vírgenes (Santa Cruz) hasta La Quiaca (Jujuy), viajaron sobre dos ruedas acompañados por una herramienta simbólica y emotiva: el Pasaporte Ruta 40, una libreta que registra cada parada con un sello, como testigo tangible de la travesía.
“A lo largo del camino hay diferentes puestos de sellado en puntos estratégicos de distintas ciudades, siempre sobre la ruta”, cuenta Carlos.
Y recuerda: “Cuando estuvimos en Cabo Vírgenes y pusimos el primer sello pensé: ‘uy, todo lo que falta’. Mirás hacia el norte y decís: ‘para arriba está toda la Argentina’. Pero cuando llegás a La Quiaca y te ponen el último sello… sentís una satisfacción enorme. Es una meta que muy pocos logran cumplir entera, de punta a punta”.
La libreta puede comprarse online (cuesta $15.000) y no tiene vencimiento. Los viajeros deben reunir los sellos obligatorios de cada provincia que atraviesa la ruta y enviar fotos por mail a los creadores del proyecto, que luego validan el trayecto y entregan un diploma de honor.
KM 0. Graciela y Carlos en el cartel que señala el comienzo de la travesía.
Carlos y Graciela lo recibieron hace pocas semanas. En él se lee: “Los Pata i Perros”, el nombre de su canal de YouTube donde documentan sus viajes en moto. “Es algo que queda para siempre”, afirman con orgullo.
Inicio y fin
Aunque esta pareja ya había hecho la Ruta 40 tiempo atrás, algo les quedó pendiente: completarla de punta a punta.
Todo comenzó en Tierra del Fuego, desde donde bajaron hasta Río Gallegos para luego emprender uno de los tramos más desolados y difíciles: los 125 kilómetros de ripio hasta Cabo Vírgenes, donde el Océano Atlántico se une con el Estrecho de Magallanes.
“Es una ruta desolada, puro ripio en bastante mal estado. Andábamos a 30 o 40 km/h. No nos cruzamos con nadie. Pero llegar al cartel del kilómetro 0 fue muy emocionante”, cuenta Graciela. Esa foto, tomada junto al faro y al borde del continente, selló el inicio oficial de una travesía inolvidable.
Desde ahí, comenzaron el ascenso. Y con él, los desafíos: los famosos “73 malditos”, un tramo de ripio entre Tres Lagos y Gobernador Gregores conocido por su complejidad y peligrosidad. “Ese mismo día, a la tarde, falleció un motoviajero asiático que intentó cruzarlo. Todos los días había accidentes. Es un ícono de la ruta”, rememoraron.
Luego, entre Barrancas y Bardas Blancas, atravesaron otro infierno de 95 kilómetros de ripio suelto: “La rueda se mete en la huella y si te salís, te caés. Tardamos cuatro horas. Es de terror”.
Pero más allá de los tramos difíciles, lo que queda es la inmensidad: los bosques patagónicos, los lagos de agua cristalina, las curvas entre montañas, los pueblos detenidos en el tiempo.
“No tenemos nada que envidiarle a los paisajes de Suiza. Realmente, es alucinante nuestra Patagonia”, asevera Carlos.
En su relato no hay exageraciones ni grandilocuencias. Hay datos, piedras, viento, ripio, mates, sueños. Y, sobre todo, emoción. Una emoción sencilla, poderosa, que nace del encuentro con lo auténtico: la vastedad de un país que todavía guarda secretos en sus rutas solitarias y en sus pueblos perdidos.
“Se me llenaron los ojos de lágrimas al saber que el desafío estaba cumplido. Aunque también de inmediato empecé a pensar en el siguiente destino”, contó risueño Carlos.
Casi 6.000 kilómetros después, su “pasaporte” está lleno. No de sellos, sino de experiencias, anécdotas y la certeza de que conocer Argentina desde la Ruta 40 es, en realidad, redescubrirse a uno mismo.























