Recuerdo a Genié Valentié en una charla sobre su libro sobre mitos. Nos contó primero sin ningún soporte auxiliar algunos, tan dispares como el del perro familiar y otro de gente que no moría, pasando por la serpiente emplumada. Luego dijo “es así que mi definición de mito, que propongo es que es un relato colectivo de tipo especial….” y pidió perdón. Sacó un papel doblado y dijo “siempre me la olvido, es medio larga”. A nadie le importaba, había risas pero queríamos todos lo mismo, que siga desplegando esos relatos.
En estos tiempos de debate sobre los planes de estudio, con sistemas de puntos y ganas de dar título por cada clase, habría que proponer en una nueva currícula utilitarista la enseñanza obligatoria de Mitología (Machine Learning también sería bueno). No sería excentricidad: no se trata de agregar folklore ni de sumar “color local”, sino de algo más importante. Se trata de que recordar no es acumulación de datos, sino el arte de atar cabos: entre lo que fuimos y lo que somos, entre lo que nos contaron y lo que olvidamos. Y eso lo hace el mito.Más que una simple narración antigua, el mito es una máquina de sentido que atraviesa el tiempo.
Una hora semanal, mínimo: Prometeo, Edipo, Antígona, pero también el Pombero, el Familiar, la Pachamama, las ceremonias de agosto. El mito no enseña a obedecer, sino a interpretar; no da respuestas, abre preguntas. El idioma de los símbolos, de los arquetipos, de las repeticiones con va riaciones. Leer que Ícaro no es solo un personaje con alas de cera, sino una advertencia sobre la soberbia tecnológica. Que Amaterasu, la diosa japonesa del sol, se encierra en una cueva por vergüenza, podría ser leída junto con nuestras propias historias de encierro, duelo o reapertura. Que Prometeo y Quetzalcóatl, cada uno a su modo, comparten la figura del rebelde que entrega el fuego o el maíz a la humanidad, y paga por ello. ¿Qué nos dice eso sobre el castigo al que comparte? ¿Sobre el miedo de los poderosos a la entrega? No se trata de celebrar lo mítico como si fuera una curiosidad pintoresca, sino de entenderlo como un modo de pensamiento que sigue actuando en el presente.De hecho todos usamos “odisea” “prometéico”, “narciso”. Y no es que tenemos que saber la etimología sino poder remitirnos a todo lo que puede enseñarnos el lenguaje simbólico del mito.
Lo digo porque encontré un aliado imprevisto: Stephen Fry . Se ha dedicado a leer y escribir sobre mitología: Mythos (2017), Heroes (2018) y Troy (2020), que conforman una trilogía en la que Fry retoma las narraciones de dioses y héroes griegos con su característico ingenio. Sí, el Ricky Gervais de los Bafta, el codicioso alcalde de El Hobbit, el inolvidable Oscar Wilde. Fry enfatiza que la mitología no debe verse como un conocimiento arcano reservado a académicos, sino como historias vivas y accesibles para todos. En el prólogo de Mythos señala que “no se necesita ningún conocimiento previo para apreciar estas historias” Su otra pasión es la IA; desde los ochenta está al día de sus posibilidades y peligros.
No enseñar “de” mitología sino con mitología. No para quedar encantados con lo antiguo, sino para pensar lo nuevo con otras categorías. El mito no enseña a obedecer, sino a interpretar. Recordemos: no da respuestas: abre preguntas. Entonces sí: que se vuelva obligatoria. Que en cada escuela haya una hora semanal para leer mitos, para preguntarse qué parte de uno hay en Narciso o en La Llorona. Según Fry, los griegos -pero vale para todos- tenían una asombrosa capacidad para “destilar y expresar características muy profundas de la humanidad”, por lo que “los mitos son absolutamente tan relevantes hoy como siempre podrían ser” . Un ejemplo claro lo ofrece el propio Fry al comparar el surgimiento de Internet con el mito de Pandora. “La Internet – ese regalo de todos los dioses – venía con una caja”, señala Fry, y al abrirse salieron “cosas terribles: trolls, matones, ladrones y sinvergüenzas”, que convirtieron aquel sueño utópico en “horror y desesperación”.
Como diría Genie entre risas: “sigan desplegando esos relatos”. Si hay futuro, será mítico o no será. Me imagino que alguna vez pueda ser que no tengamos que usar un papel doblado para recordar un mito, y que su definición no hará falta porque era en verdad una invitación a pensar. Carmen Perilli recuerda que el mito y los estudios culturales de Genie Valentié eran en el fondo para ella una ocasión de libertad, de comprensión liberadora quizás sea la mejor expresión. Recuerda que aspiraba con cada Pall Mall quizás el prompt más difícil de todos: “¿Por qué no puede uno entregarse al placer de pensar, a la belleza de la palabra solamente?”























